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La vergüenza II

La vergüenza II

viernes 11 de junio de 2010, 00:58h

Decíamos que la cultura es la identidad de un grupo de personas, de un pueblo unido en torno a unas costumbres, a un modo de vida. Los saharauis tratan de mantener sus tradiciones a pesar de las durísimas condiciones de vida de los campamentos de refugiados de Tindouf.

Hoy quedan lejos aquellos tiempos en los que vivían la trashumancia, pero muchas familias, de vez en cuando, recogen parte de sus pertenencias y se van a pasar unos días al desierto lejos de los campamentos. Allí en la badía (desierto en hasanía), recuerdan sus tiempos de nomadeo cuando vivían del pastoreo de sus camellos.

        

¿Nómadas en el siglo XXI? En Tiris, una zona liberada que costó mucha sangre durante el conflicto, todavía hay saharauis que viven de la manera ancestral en que este pueblo ha entendido la forma de compartir sus días en nuestro planeta.

Entre las lecturas y la documentación que he leído estos años atraído por el conflicto saharaui, destacaría “La Zancada del Deyar” del escritor y viajero Gonzalo Moure, un libro a caballo entre el ensayo y la literatura de viaje, con momentos en los que florece la poesía en prosa. Moure realizó un viaje a Tiris tratando de ahondar en el conocimiento del origen y de la esencia del pueblo saharaui y nos narra sus vivencias con auténtica pasión y belleza.

Los saharauis admiran la figura del deyar, un buscador de camellos capaz de distinguir entre decenas las huellas  de su propio rebaño, e incluso de adivinar las de las crías nacidas  de sus animales sin tan siquiera haberlas visto.

      


Durante el rodaje hicimos un largo viaje por el desierto en compañía de Messaud Mohamed, un hombre de una gran integridad y con quien trabe una verdadera amistad y Abderraman Lejlifa nuestro conductor. Yo quería rodar un “Galb” (Galaba en plural), un corazón, como llaman los saharauis a las montañas negras que de repente después de kilómetros de llanuras desérticas, aparecen en la distancia de forma majestuosa, impresionante. “Este es un desierto, desierto; muy peligroso si el coche se estropea”, decía Abderraman.

Justo antes del anochecer divisamos en la distancia una jaima que estaba a poca distancia de la montaña. Era un grupo de nómadas saharauis. Haciendo acopio de la hospitalidad común a todos los pueblos que habitan zonas desérticas de la Tierra, nos invitaron a compartir con ellos fuego, alimentos y morada. Entre ellos había un deyar, un hombre ya anciano pero de gran locuacidad y cuya sabiduría sobre las costumbres de los nómadas y su conocimiento del desierto animó la velada.

     
   
Le pregunté que qué significaba para él un Galb y que si tenía connotaciones sagradas o mitológicas para los nómadas. Mirándome serenamente, ahondando en sus pensamientos me respondió: “En el desierto los Galaba son un punto de referencia, siempre están y siempre estarán ahí, aunque llueva o haga sol permanecerán firmes”.

¿Habrán heredado los saharauis su tenacidad, su fortaleza y su decisión de los Galaba “los corazones de piedra”?

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