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El nacional-pesimismo

El nacional-pesimismo

viernes 18 de junio de 2010, 13:23h

Pocas veces he intuido a los españoles con la moral más baja. Razones, es de suponer, no faltan; pero es urgente sobreponerse. Ya sabemos, porque desde muchos ángulos nos lo repiten machaconamente, que Zapatero es el principal causante de ese nacional-pesimismo que nos embarga ahora a los anteayer eufóricos españoles. Pero no será con un estado de permanente depresión como saquemos adelante este carro empantanado, que es casualmente nuestro carro. España sigue siendo un gran país, la banca española la más solvente de Europa, digan lo que digan los rumores más o menos malintencionadamente puestos en circulación, y los ‘grandes’ de la UE, Sarkozy y Merkel, han expresado públicamente que no existe inquietud por la situación española.

Ya sé, ya sé que usted me dirá que lo que digan el presidente francés y la canciller alemana puede ser interesado: a ninguno de los dos le conviene el hundimiento de una economía tan influyente como la española. Y puede que tenga usted razón al poner este reparo: lo que no acabo de entender es por qué, si Merkel y ‘Sarko’ sobreponen sus intereses a su ‘vis crítica’ a la hora de hablar de España, no hacemos lo mismo los propios españoles. ¿O es que nos beneficia esconder, como algunos han pretendido, que la Unión Europea ha dado el ‘visto bueno’ a las reformas, durísimas, que España le ha presentado? ¿Qué bien se nos depara de repetir que España está quebrada –lo he oído a más de un comentarista presunta o sedicentemente bien informado--, que las instituciones financieras europeas ya han acudido a nuestro rescate, cuando ninguno de los dos extremos ha llegado a confirmarse, sino que han sido oficial y oficiosamente desmentidos?

Da la impresión, a veces, de que algunos se instalan en el ‘cuanto peor, mejor’, contribuyendo así a agravar nuestros problemas. Y este empecinamiento en el agorerismo poco tiene que ver, me parece, con la lucha política. Que una cosa es la crítica, justa y muy justificada, a la (in)acción de nuestro Gobierno durante tantos meses, y otra tirar piedras contra el tejado de todos. Y conste que alabo, en este punto, la prudencia que viene mostrando el líder de la oposición, Mariano Rajoy -no así alguno de sus acólitos-, a la hora de evitar el pregón de la catástrofe. Porque no nos hallamos en la catástrofe, aunque a veces la gestión de nuestros representantes nos haga pensar que estamos abocados a ella.

Cierto: ni Zapatero ni sus ministros infunden, en general, confianza. Hacen poco, es la verdad, para merecerla. Pero el Gobierno no es el conjunto de la nación, que cuenta con una pujante sociedad civil empeñada en sobrevivir sobre sus propios responsables públicos. De nada nos servirá el nacional-pesimismo, el continuo mirar a las hemerotecas en busca de agravios pasados, de errores que hasta aquí nos han conducido: no dude usted de que Zapatero será castigado en las urnas más próximas. Es lo que toca, porque, tras la situación de toda economía, hay una determinada gestión política. Pero también toca mirar al futuro con esperanza, porque, pese a todo, claro que hay esperanza. Y éste es el mensaje que yo echo de menos en los discursos políticos que nos atruenan.

 

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