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Jhumpa Lahiri

Cuestión de identidad

Cuestión de identidad

lunes 05 de julio de 2010, 14:31h

Ganadora del Premio Pulitzer de Ficción en el 2000 —con tan sólo 32 años recién cumplidos— por su primera obra, la colección de relatos Intérprete de emociones, la escritora de sangre bengalí, aunque nacida en Londres y criada en el estado norteamericano de Rhode Island, Jhumpa Lahiri, escribe con la noción de identidad incrustada entre letra a letra, una obsesión que la ha convertido, por méritos propios, en una de las voces contemporáneas que con más sutileza han plasmado sobre el papel la naturaleza versátil de los mundos fragmentados. Sus historias siempre refieren vivencias de inmigrantes indios en Estados Unidos, donde, más allá de narrar la mera experiencia de seres en una sociedad tan próxima como distante, plantea una reflexión sobre las propiedades del exilio, casi siempre por motivos profesionales, pero exilio a fin de cuentas: la cultura heredada frente a la autóctona, la tradición como dogma o posibilidad de superación, la emancipación individual —más psíquica que física— contra las cadenas familiares, el choque de emociones entre lo que fue y es… Todo en el marco cerrado de las relaciones entre el sujeto, principalmente femenino, y sus padres, hermanos o parejas. Una descripción, a priori, de microentornos que actúan como piezas de un universo efectivo.

  Siguen esta línea el conjunto de relatos extensos (una eficaz transmisión narrada de sentimientos es lo que requiere: contención espacio-temporal) que compone su último trabajo, Tierra desacostumbrada (Editorial Salamandra), escogido Mejor Libro del Año 2008 por The New York Times. Cinco tramas, y una especie de novela corta conformada por tres cuentos, sobre la naturaleza humana, contadas con una tensión narrativa suave pero absorbente y caracterizadas, en su mayoría, por la inclusión de una potente imagen evocativa al final de cada historia (véase al respecto el desenlace del relato que da título al libro, “Tierra desacostumbrada”, o, mejor aún, la escena conclusiva de “Cielo e infierno”), un regalo de la escritora destinado al placer sensorial del lector. Pero, al margen de la conexión temática, quizás se eche de menos una profundización en las formas narrativas —al estilo de la también escritora norteamericana Lorrie Moore, a quien se parece Lahiri en pinceladas aisladas— que ahuyente los siempre rutilantes fantasmas de la monotonía literaria. Pero el objetivo introspectivo está ahí, presente como un sólido, y la escritora lo sabe y antepone al resto de componentes. Como de manera tan acertada escribiera Alejandro Lillo, en todos estos relatos siempre parece “que va a pasar algo, pero no sabemos qué. Es entonces cuando toda esa corriente subterránea de pasiones y odios, de rencores y afectos, sale a la superficie como un torrente, como el magma de una erupción volcánica: ya no hay marcha atrás”.     

  Jhumpa Lahiri maneja a la perfección los estragos del tiempo, dominando ritmos y tonos, pero no es ahí principalmente donde radica el éxito de una de las escritoras más importantes de la narrativa norteamericana actual (entre otras actividades, es miembro del Comité del Presidente para las Artes y Humanidades estadounidense), sino en la capacidad de identificación, de vernos reflejados en las circunstancias, acciones, gestos, de una manera en ocasiones tan exacta que nos alerta y hace cuestionar; una combinación de inmediatez e intemporalidad en los vínculos interpersonales, “la siempre inadecuada comunicación que vuelve enigmática toda experiencia”, como entendiera The Telegraph. Sobrevivir en tierra desacostumbrada, muchos lo sabrán, es lo que tiene…   

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