Al autor de las novelas “El túnel”, “Sobre héroes y tumbas” y “Abaddón el exterminador”, así como de innumerables ensayos sobre la condición humana,
Ernesto Sábato, se le atribuye la frase de que las modas son legítimas en las cosas menores, como el vestido, pero que en el pensamiento y en el arte son abominables.
No encuentro mejor forma de enunciar en menos palabras lo que, como todo lo que empieza, quiere ser una suerte de justificación del qué y el por qué de una columna periódica –blog en el argot actual- como esta (Modas abominables) en un diario como este que, para no llevar a confusión a nadie, lleva ya en el nombre sus señas críticas de identidad. Y es que, sobre todo en los últimos años, se ha impuesto en la sociedad española la corriente -incluso la “moda”- de lo políticamente correcto. Unas maneras que entrarían de lleno en esa segunda clase de modas que el escritor argentino incluye en el área del pensamiento.
Hay, efectivamente, “modas”, en el sentido de usos, modos o costumbres que hoy están aparentemente más que arraigadas en el seno de nuestra sociedad y sobre las que conviene, a nuestro juicio, pararse un ratito a reflexionar sobre ellas, a revisarlas, para no dar por definitivo algo que, en sí mismo considerado, no es inalterable, o no contribuye necesariamente al bien común. En ocasiones sucesivas, por poner sólo algunos ejemplos, hablaremos de mil y una de estas “modas infames” que hoy alcanzan a todo el espectro social y que, sólo a título de avance, nos llevarán a reflexionar, entre otros, sobre temas tales como diversiones y horarios nocturnos, huelgas salvajes, inmigrantes, violencia de genero, feminismo y lenguaje, corrupción y política, la funesta costumbre de permanecer en casa hasta los 40, el abandono del campo, la vejez, la juventud , la infancia, la red de redes, la discapacidad, el neo-capitalismo salvaje, nuestra facilidad para olvidar los efectos de las grandes catástrofes, de los nuevos y los viejos ricos, etc.,…
Dardos
Queda pues, claramente enunciado que nuestros dardos no van dirigidos a lo que Sábato llamaba moda en las “cosas menores”, como podrían ser, por ejemplo, el uso de un determinado color o longitud o diseño en las prendas de una temporada, o al uso de largas patillas en los varones o cabellos cortos y teñidos de colores chillones en las mujeres. Estas modas suelen tener una causa muy concreta y una duración en el tiempo que, por su propia definición, es muy cambiante y rara vez llega a perdurar más allá de un lustro. Sin embargo, las otras, es decir, aquellas que atañen al pensamiento, a la ética o a la estética en sus diversas facetas, tienen motivaciones más profundas, a veces incluso orquestadas desde ámbitos determinados de eso que, genéricamente, se llama el poder y que son intrínsecamente malas, cuando no socialmente reprobables o intelectualmente estúpidas.
.png)
Hay quien piensa que nuestra sociedad está aletargada, que hay motivos más que suficientes para salir a la calle y mostrar públicamente el disgusto personal y social frente a ciertos hechos, frente a determinadas políticas o frente a acontecimientos culturales que, por su propia naturaleza, están expuestos al rechazo o a la adhesión públicas. No les falta razón.
Incluso en la esfera cultural, ese adormecimiento social es cada vez más pronunciado. Hace más de 40 años que soy un espectador habitual de teatro y, como es lógico, en tan dilatada historia de espectador he podido asistir a obras inolvidables, pero también a obras que han resultado ser un verdadero fiasco por una u otra razón (director, adaptación, actores, escenografía, etc.…). Pues bien, no he visto ni una sola vez que el publico exteriorice su derecho al pataleo, a manifestar su disconformidad o su insatisfacción con el espectáculo que acababa de ver, a manifestar civilizada pero rotundamente su frustración por la representación o por la misma obra. En el mejor de los casos el público –me incluyo- se ha contentado con mantenerse hierático, sin aplaudir, y conteniendo las ganas de silbar o patalear…
Es cierto que en más de una ocasión y, por lo general, en alguna sala de teatro alternativo hemos podido ver la puesta en escena de obras como “La catarsis del tomatazo”, en las que el público, como sucede en la obra citada, expresa si le ha gustado o no, por dos vías: aplaudiendo, o tirando tomates a los actores. Pero, incluso iniciativas como esa, no llegan a satisfacer del todo a los espectadores. En la red, uno de ellos comentaba, no sin gracejo, las ventajas, “puedes tirarle tomates a los actores”, y las limitaciones, o desventajas, “sólo te dan un tomate”.
Dejemos, en fin, las limitaciones de la corrección política, despertemos del letargo y abramos una ventana de aire fresco para traer a este rincón de “Diario crítico” una ráfaga de libertad para reprobar todo aquello que , a nuestro juicio, podría encuadrarse en el ámbito de las “Modas infames” contra las cuales no hay más antídoto que éste: la libertad.
* José-Miguel Vila .- Periodista y escritor, es autor de Con otra mirada (Ed. ONCE, 2003); Mujeres del mundo (2005), Prostitución: Vidas quebradas (2008) y Dios, ahora (2010), publicados en Imagine Ediciones.