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Letargo social

Letargo social

jueves 02 de septiembre de 2010, 18:18h
Al autor de las novelas  “El túnel”, “Sobre héroes y tumbas” y “Abaddón el exterminador”, así  como  de  innumerables ensayos  sobre la condición humana,  Ernesto Sábato,   se le atribuye  la frase de que las modas son legítimas en las cosas menores, como el vestido, pero que en el pensamiento y en el arte son abominables.

    No  encuentro  mejor forma de  enunciar   en menos palabras  lo que, como  todo  lo que empieza,  quiere ser   una  suerte de justificación del qué y el por qué  de  una  columna    periódica –blog en el argot actual-  como esta  (Modas abominables) en un  diario  como este que, para no  llevar a confusión a nadie, lleva ya  en el  nombre  sus señas críticas de identidad. Y es que, sobre todo en los últimos años, se ha impuesto  en la sociedad española la corriente -incluso la “moda”- de lo  políticamente correcto. Unas maneras que entrarían de lleno  en esa segunda clase de modas   que el escritor argentino  incluye en  el área del pensamiento.

    Hay, efectivamente, “modas”, en el sentido de usos, modos o costumbres  que hoy están   aparentemente  más que arraigadas  en el seno de nuestra sociedad  y sobre las que conviene, a  nuestro juicio,  pararse  un ratito  a reflexionar sobre ellas, a    revisarlas, para no    dar por   definitivo  algo  que, en sí mismo  considerado, no  es inalterable, o no contribuye  necesariamente  al bien común. En ocasiones sucesivas, por poner sólo algunos  ejemplos, hablaremos de mil y una de estas  “modas infames”  que hoy alcanzan   a todo el espectro social y que, sólo a título  de avance, nos llevarán a   reflexionar, entre otros, sobre  temas tales como  diversiones y horarios nocturnos, huelgas salvajes, inmigrantes, violencia de genero, feminismo y lenguaje, corrupción y política,  la funesta  costumbre de  permanecer  en casa hasta los 40,  el abandono del campo, la vejez, la juventud , la infancia, la red de redes, la discapacidad, el neo-capitalismo salvaje, nuestra  facilidad para   olvidar  los efectos de las grandes  catástrofes, de los    nuevos  y los viejos  ricos, etc.,…

Dardos


Queda  pues, claramente  enunciado  que   nuestros dardos   no  van  dirigidos   a lo que Sábato  llamaba moda en las “cosas menores”, como podrían ser, por ejemplo,   el uso  de un  determinado  color  o  longitud  o diseño en las prendas  de una  temporada, o al  uso de  largas patillas  en los varones o  cabellos  cortos  y teñidos de  colores chillones en las mujeres.  Estas  modas  suelen tener  una  causa  muy concreta y  una  duración en el tiempo que, por su propia definición, es  muy cambiante  y rara vez  llega  a perdurar  más allá de un lustro. Sin embargo, las otras, es decir, aquellas   que atañen al pensamiento, a la ética  o a la estética   en sus diversas facetas,  tienen motivaciones más profundas, a veces incluso orquestadas desde  ámbitos determinados de eso que,  genéricamente, se llama el poder y que son  intrínsecamente  malas,  cuando no  socialmente  reprobables o  intelectualmente  estúpidas.

Hay quien piensa que  nuestra sociedad  está aletargada, que hay motivos más que suficientes para salir a la calle y  mostrar públicamente el disgusto personal  y social  frente a ciertos  hechos,  frente a determinadas políticas o frente a acontecimientos  culturales que, por su propia naturaleza, están expuestos al rechazo o a la adhesión  públicas.  No les falta razón.

    Incluso  en  la esfera cultural, ese  adormecimiento social  es cada vez más  pronunciado.  Hace más de 40 años  que  soy un espectador  habitual  de teatro  y,  como es lógico, en tan dilatada historia  de espectador  he podido asistir a obras  inolvidables, pero también a  obras que han resultado ser un verdadero fiasco por   una u otra razón (director, adaptación, actores, escenografía, etc.…). Pues  bien, no he visto ni una  sola  vez  que  el publico  exteriorice su  derecho  al pataleo, a  manifestar su disconformidad  o su insatisfacción  con el espectáculo  que acababa de ver,    a manifestar   civilizada pero  rotundamente  su frustración  por  la  representación  o por la misma  obra. En el mejor de los casos  el público –me incluyo-  se  ha contentado  con   mantenerse hierático, sin  aplaudir, y conteniendo  las  ganas de  silbar o patalear…

    Es cierto  que  en más de una ocasión y, por lo general, en alguna sala de teatro alternativo  hemos podido ver  la puesta en escena de   obras  como  “La catarsis del  tomatazo”, en las que  el público, como sucede en la  obra citada, expresa si le ha gustado o no, por dos vías: aplaudiendo, o tirando tomates a los actores. Pero, incluso  iniciativas como esa, no llegan a  satisfacer del todo a los espectadores. En  la red, uno de ellos  comentaba, no sin  gracejo, las ventajas,  “puedes tirarle tomates a los actores”,  y  las limitaciones, o desventajas, “sólo te dan un tomate”.

    Dejemos, en fin, las limitaciones  de la   corrección política, despertemos  del letargo  y abramos  una  ventana  de aire fresco para  traer a este rincón de “Diario crítico” una  ráfaga de libertad para reprobar todo aquello  que , a nuestro juicio, podría  encuadrarse  en  el  ámbito  de  las  “Modas infames”  contra las cuales no hay más antídoto que  éste: la libertad.

* José-Miguel Vila .- Periodista y escritor, es   autor de  Con otra mirada (Ed. ONCE, 2003);   Mujeres  del mundo (2005), Prostitución: Vidas quebradas (2008) y Dios, ahora (2010), publicados  en Imagine Ediciones.
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