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La convivencia, razón de nuestro ser

La convivencia, razón de nuestro ser

sábado 18 de septiembre de 2010, 12:49h
Todo el esfuerzo político del Gobierno del Estado se centra, desde hace semanas, en lo que podría llamarse un objetivo de pura y dura supervivencia, que es conseguir, al coste que sea necesario, los votos precisos para salvar, a finales de año, el trámite de los Presupuestos Generales del Estado, para que Rodríguez Zapatero no se vea obligado a convocar unas elecciones generales anticipadas que, en esta fase de opinión pública y según todos los sondeos, incluso los del oficial CIS, tendría inexorablemente perdidas. En La Moncloa se sabe ya, por ejemplo, que Rodríguez Zapatero estaría dispuesto a entregar al PNV la cabeza del inverosímil Patxi López, y por tanto Ajuria Enea, y que los ofrecimientos a CiU, en este caso con poca o ninguna perspectiva de éxito, son reiterados y crecientes, naturalmente que con la cabeza del aún más inverosímil Montilla en bandeja de plata.

Piensan en La Moncloa que con los votos del PNV, los ya seguros del nacionalismo gallego BNG y los que dan asimismo por seguros, y hay quien dice que podría saltar una sorpresa pero no lo parece, del nacionalismo canario CC, se superaría el trámite parlamentario y se remitirían ad caelendas graecas esas elecciones generales anticipadas que son ya un clamor social por toda la geografía española y que, con los datos del CIS sobre la mesa, el equipo del presidente reconoce perdidas de antemano. Así que el disfrute de La Moncloa bien vale unas cuantas cabezas entregadas en bandeja de plata a quienes estén dispuestos a pagarlas al buen precio de sus votos en el Congreso.

Con toda evidencia no son la ética, ni los principios, las características de los tiempos que, por vez primera desde la transición, vivimos en esta hora oscura de la política española. La Moncloa a cualquier precio es el norte obsesivo de una política muy alejada intelectual y éticamente de todos sus predecesores de ZP, incluso de los que se vieron envueltos por sus colaboradores en temas de ingrata memoria. Nada tiene que ver este Rodríguez Zapatero ni con la talla moral de los centristas Adolfo Suárez y Leopoldo Calvo-Sotelo ni con el ponderado pragmatismo, siempre sometido a las grandes cuestiones nacionales, del socialista Felipe González y del conservador José María Aznar. Y los colaboradores, como es natural que suceda, están hechos, al menos funcionalmente y con todas las debidas reservas personales, a la medida rara vez de lo mejor, sino habitualmente de lo peor de su jefe. Un jefe, Rodríguez Zapatero, entregado internacionalmente a los raros juegos de ese personaje inverosímil que es el presunto y nunca demostrado ministro de Asuntos Exteriores, el inefable Moratinos, siempre inclinado a las raras amistades con lo peor de cada casa, sea la sanguinaria tiranía castrista en Cuba, las presuntas civilizaciones islámicas de Turquía, los palestinos más radicales, o el aterrador neonazismo del Irán de los ayatollahs.
    
La anterior y merecida crítica a nuestro inverosímil responsable de política exterior, por otra parte fiel reflejo intelectual de su jefe y actual inquilino de La Moncloa, no supone, también conviene advertirlo, connivencia ni tolerancia algunas con los raros movimientos de los peculiares Sarkozy y Berlusconi, tan acertados y eficaces en algunas cosas y tan alejados en otras de la mejor tradición occidental europea, por ejemplo, esas inadmisibles deportaciones indiscriminadas de gitanos rumanos y búlgaros ordenadas por el Gobierno francés y que han disparado merecidamente todas las alarmas en la Comisión Europea. La derecha occidental no es la extrema derecha, como por cierto va a ser necesario advertir también en España ante las raras excursiones de algunos grupos mediáticos de al menos peculiar propiedad por terrenos que habían sido afortunadamente superados por el éxito de la Transición.
 
Hay motivos para la inquietud política en Europa cuando tanto empieza a percibirse la temible mano y las inquietantes demagogias de los populismos autoritarios que creíamos superados por la Historia y que, al fin del final, perjudican sobre todo a la derecha civilizada que es la única barrera eficaz contra esos personajes políticos letales, de izquierdas y de derechas, como nuestro ZP y el italiano Berlusconi. Nos queda al menos, en medio de tantos motivos para la inquietud y de la actual lamentable etapa de gobierno, el buen dato de que en España no hay, por el momento, indicios sociales de xenofobia. Conviene subrayar que, en los últimos años de nuestro país, bien es cierto que en la letal etapa de ZP que tanto tiempo y tantos esfuerzos costará superar, no ha habido hostilidad social hacia los musulmanes, pero sin duda se han producido, afortunadamente hasta ahora sin eco ni reacción equivalente, deliberadas provocaciones sociales desde los reductos radicales del fundamentalismo islámico, como bien han sufrido no sólo en Andalucía, sino también en un territorio tan ajeno a cualquier tradición islámica como es Cataluña, donde afortunadamente se han impuesto la moderación y buen sentido que son tradicionales en esa comunidad.

Quizá cierto mínimo nivel de riesgo subyace y no por culpa de la población, sino de un Gobierno cuyo presidente, por ejemplo, vive en un raro mundo pseudo-intelectual tan “distinto y distante” que es el único político español que se dejó fotografiar –aparentemente complacido, aunque es obvio suponer que sin darse cuenta y sorprendido en su buena fe– ante el famoso mapa en el que el archipiélago canario aparece del mismo color que el Reino de Marruecos. Asunto, por lo demás, sin otra importancia que la simbólica porque, conviene recordarlo, el archipiélago está bien seguro ante cualquier absurda pretensión marroquí no sólo por su condición de parte histórica de España sino además de territorio de la Unión Europea, y desde luego por los F18 de la base grancanaria de Gando. Y encima, ahora, este raro Gobierno se ofende porque líderes políticos del PP viajen a Ceuta o Melilla para mostrar apoyo a las poblaciones de esas ciudades históricamente españolas.

Sin embargo, pese al terrible e imposible de olvidar crimen islámico de la estación de Atocha, la derecha española debe ser consciente, y sin la menor duda sus principales dirigentes lo son, de que nuestro país es incompatible con cualquier política racista o discriminatoria. Aquí, en la tierra española, pueden y deben convivir con nosotros tanto judíos como musulmanes, asumiendo y acatando, eso sin duda ni permisividad, la Constitución y el modelo político de convivencia y pluralismo que de la misma emana. España, esto es, todo el territorio español, ya nunca será otra cosa que esa democracia auténtica, abierta a todos, con igualdad de oportunidades para todos, que proclama la vigente Constitución Española de 27 de diciembre de1978, cuyo magistral preámbulo lo afirma todo: la justicia, la libertad, la seguridad y el bien para todos los españoles, garantizando la convivencia democrática en un orden económico y social justo, el imperio de la ley como expresión de la voluntad popular, la protección de todos los pueblos de España en sus derechos, culturas, tradiciones, lenguas e instituciones, y la promoción del progreso y la economía para asegurar a todos una digna calidad de vida.  Así lo proclamamos, juntos y libres, en su momento. Así debe ser. Esta es la gran nación moderna, europea, democrática y libre que el pueblo español quiso y a la que tiene derecho. 
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