Tengo para mí que un político sigue siéndolo siempre; aunque abandone la primera línea del escenario. Creo que aunque con metáfora feliz,
Felipe González erraba al decir que los ex presidentes son como los jarrones chinos, objetos a los que todo el mundo concede gran valor, pero no sabe donde colocar. Lo dicho viene al hilo de la última intervención pública de
José María Aznar. Conserva el ex presidente del Gobierno una notable capacidad de convocatoria entre los suyos y mantiene, también, el discurso político que conocimos en su segunda legislatura. Que no es exactamente el mismo que desplegó en la primera cuando el PP no tenía mayoría y necesitaba granjearse el favor de los nacionalistas.
Cascos con
Arzallus y
Rato con
Pujol, tejieron los pactos que permitieron una estabilidad política que preñó de victoria al PP.
En año 2000 la derecha española alcanzó por primera vez una mayoría parlamentaria absoluta en unas elecciones democráticas. Después, Aznar fue otro. Se le subió la púrpura a la cabeza y nos metió en el lío de la guerra de Iraq con el final que todos conocemos. A juzgar por su discurso, en lo sustancial no ha cambiado sus puntos de vista. Ni sobre la política nacional ni sobre las amenazas que según su decir se ciernen sobre el mundo occidental. Nos pasa a todos, y, supongo, que también a él: cree seguir teniendo razón porque alguna vez la tuvo. Aunque encomió a Rajoy y sus capacidades políticas y lo hizo en presencia de la plana mayor del PP -que al día de la fecha es la de Rajoy-, no sabría decir muy bien por qué en el aire parecía flotar un cierto aroma de nostalgia. Creo que en el PP son muchos los que todavía sueñan con Aznar.
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