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Cállese señor González

Cállese señor González

martes 09 de noviembre de 2010, 22:05h
Soy tan felipista que parezco de derechas. Hubo un tiempo en que la derecha de este país se hacía felipista para negar credibilidad a Zapatero, repitiendo una frase tipo mantra: ‘para líder, Felipe González, y no éste Zapatero, que no sabe a dónde va. Ya no quedan caudillos como los de antes’. Su admiración empezaba y acababa en Felipe González, aunque también vez escuché hablar bien de Adolfo Suárez, un personaje odiado por la derecha y por la izquierda con la misma inquina. Pero así se escribe la historia: añorando al que se marchó, olvidando las ganas que teníamos de que se fuera y despreciando al que está, que para eso está.

Aunque me declaraba felipista, reconozco que cuando perdió las elecciones me moría de ganas de que se marchara, porque me daba la impresión de que su política era turbia y aburrida, y yo necesito más marcha. Pero en cuanto llegó Aznar me hice adepto a Felipe, al que veía como un líder cuajado, completo, casi sabio y con un poder de seducción bastante más alto que su sucesor, que siempre me pareció un resentido y un estirado. Sin embargo, empecé a sospechar que algo no funcionaba bien en mis neuronas cuando coincidía de vez en cuando en los halagos con la derecha rancia, y acabé descubriendo que servidor era un gilipollas el domingo pasado cuando leí sus declaraciones sobre el GAL, aquella panda de matones, cuyo jefe, Amedo, acaba de ser acusado de maltratar a su pareja. Manda huevos, qué gentuza.

Mi desafecto rotundo a Felipe González llegó, como ya he dicho, el pasado domingo cuando leí unas declaraciones que serían comestibles si fueran típicas del abuelo Cebolleta cuando se le va la olla, pero que están dichas por un líder que forma parte del Comité de Sabios de Europa entera se siente comunera. Para ahorrarles unas manifestaciones tan penosas como las suyas, resumiré el asunto recordando que el ex presidente del gobierno pudo haber ordenado bombardear a la cúpula de ETA (“volarlos a todos y descabezarlos”) y dijo que no, aunque “todavía no sé si hice lo correcto”. Desde ese momento, abandoné para siempre el felipismo, porque a un estadista hay que pedirle altura de miras o, en el peor caso, discreción.

Aunque la entrevista era buena, yo hubiera intentado ser más incisivo preguntándole quién le ofreció a posibilidad de asesinar a alguien, con qué armas pensaba hacerlo, si eran mercenarios o personas de uniforme, y si las bombas o misiles a emplear eran de Santa Bárbara o compradas en el mercado negro. Me pareció tan monstruoso lo que dijo, que espero que la Justicia (o lo que quede de ella) investigue esa línea de trabajo, interrogue a este buen señor y averigüe si alguno de los matones que ofrecían asesinatos en bandeja ocupen todavía cargos desde los que pueda horadar la confianza en las instituciones, poniendo en peligro las vidas de otros y la estabilidad del país.

Señor González, ahora sí: váyase.

Francisco Cantalapiedra. Periodista.
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