¡Qué diferencia con el relevo de hace siete años! Entonces, tras 23 años de gobierno de Jordi Pujol, los socialistas se tomaron la entrada en el Govern como el asalto al palacio de invierno. Así interpreté la salida al balcón, ostentosa y provocativa, de Pasqual Maragall del brazo con Rodríguez Zapatero, Carod y Saura y toda la corte socialista catalana que iba saludando uno a uno a la concurrencia. Las huestes del PSC habían asaltado la fortaleza por mor del Pacte del Tinell.
Hoy, siete años y seis días después, Artur Mas ha salido discretamente al balcón, sin ostentación, sin ruido y sin ganas de provocar. Ha sido un saludo cortés a los centenares de seguidores que aguardaban en la plaza Sant Jaume, sin pantalla gigante ni megafonía, ausentes de cuanto acababa de acontecer intramuros.
El comportamiento de estos militantes también ha sido muy distinto del de hace siete años. Por los gestos también les conoceréis. En 2003, Jordi Pujol abandonó prácticamente solo el Palau, sin que el nuevo presidente, Maragall, se dignara acompañarle a pie de coche. Hoy, Mas y Montilla han pasado revista conjuntamente a la formación de Mossos d’Esquadra y luego le ha saludado mientras Montilla tomaba su nuevo coche oficial hacia un destino incierto. A la salida, respeto, mientras el grito unánime era "president" referido a Mas, bien distinto de los silbidos que las huestes socialistas y del tripartito le dedicaron a Pujol siete años atrás.
En el Pati dels Tarongers, muchas caras que irradiaban satisfacción. Funcionarios leales se habían quitado la careta después de aguantar cabronadas, convergentes de primera hora –Roca, Cullell- veían recompensado el esfuerzo de esta travesía del desierto. También había los inevitables encontradizos, aquellos que han estado desaparecidos durante el septenio oprobioso y ahora se acercan a felicitar a president y consellers in pectore a ver si les cae la pedrea.
La toma de posesión, un acto impecable, con rigor institucional, austeridad y sencillez, pero con el empaque necesario. Un guión sencillo y bien pautado de 34 minutos, ni uno más ni uno menos.
Montilla definió la ceremonia como un acto de normalidad democrática. Es cierto, pero tenía aire de cambio de ciclo. Casi un cambio de régimen. Sólo que, al contrario que hace siete años, se entraba con mucha humildad a la vez que con gran alivio. El Palau no era, hoy, ninguna fortaleza conquistada, sino que para muchos era el regreso a casa.
Vuelve a casa por Navidad.