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Vuelos

Vuelos

martes 28 de diciembre de 2010, 16:09h

 “El consumo vuela...”, dice la prensa que afirmó la Presidenta Cristina Fernández días atrás, haciendo referencia a la fiebre consumista que se notó en las clles de Buenos Aires en los días previos a Navidad.

Justamente, en esos mismos días, miles de personas instados por la alevosía de “dirigentes” kirchneristas –en un procedimiento al que no fueron ajenas diversas patotas violentas- se lanzaron a ocupar terrenos públicos, desesperadas porque en ese vuelo del consumo, sus alquileres por las miserables viviendas que ocupan en las villas les subió, por la inflación, en un 100 %, que no pueden pagar.

La interpretación oficial es que la conmoción que pasó y pasa en estos hogares humildes tiene motivos “destituyentes”, como si a los miles de “ocupas” les preocupara un bledo el destino político de un gobierno que en lugar de preocuparse de los problemas cotidianos de quienes viven en el infierno, sólo atina a mirarse el ombligo con un narcisismo que ya resulta repugnante.

El vuelo del consumo oculta las causas que lo impulsan.

Vuela porque se están liquidando las defensas estratégicas de la moneda nacional, al saquearse las reservas del Banco Central y reemplazárselas por títulos públicos sin valor, mientras se gastan en caprichos y negociados que la justicia descubre día tras día.

Vuela porque se reitera la apropiación indebida de recursos del sistema previsional, retirando fondos del ANSES que la ley prevé para abonar pasividades, y se los distribuye en forma de subsidios a empresas de servicios públicos cuyos principales usuarios –sectores acomodados de las clases medias y altas- amplían su capacidad de compra al liberar recursos que debieran destinar al pago justo y adecuado de las tarifas.

Vuela porque se reparten sin criterio productivo alguno los 10.000 millones de dólares confiscados con las retenciones al sector agropecuario.

Vuela porque se distribuye papel pintado sin respaldo importado de Brasil, al que el gobierno le otorga un valor nominal que se pierde día a día, por la saturación del mercado de los sectores con capacidad de compra, que con urgencia quieren “sacarse de encima” este vale kirchnerista que día a día sirve para menos.

Sin embargo, ese vuelo no es parejo. Algo parecido nos pasó en 1999. Muchos compatriotas sentían que sus finanzas andaban demasiado bien, mientras muchísimos más sufrían carencias de la que no pudieron recuperarse, hasta la explosión del 2001.

La afirmación de que “el consumo vuela...” puede ser interpretada como una exagerada carga de cinismo por los millones de argentinos que no pueden pagar el alquiler de una piecita miserable en la que debe ubicar a su familia, y que sienten que se les refriega en la cara el “bienestar” de otros compatriotas que asaltan los “shoppings” y salen con bolsas cargadas de regalos que, aunque intentan desesperadamente evitar que sus salarios pierdan valor y por eso compran hasta lo que no necesitan, son sentidos como una afrenta por quienes sufren los dislates de una política oficial sin criterio ni profesionalidad, que en los mejores años económicos del país en un siglo ha hecho crecer la polarización social, la pobreza y el número de compatriotas viviendo en la calle a niveles que no se conocían desde la crisis de 1930.

El consumo vuela, en las viviendas de lujo de Punta del Este. Vuela en los locales de marcas de primera categoría. Vuela en la importación de automóviles de alta gama. Y vuela en los precios de los alquileres de las villas, empujados por una demanda desbordante originada en la creciente migración interna y limítrofe, que es tratada con una indiferencia vergonzosa y abandonada a la acción de mafias y especuladores, que precismente, la justicia está descubriendo como vinculados  los distintos sectores del oficialismo en pugna.

Esto no es “xenofobia”. Es exigencia de responsabilidad política al gobierno, que no cumple con sus obligaciones de planificar, prever, orientar, canalizar, abrir cauces sensatos, liberar desarrollo, desatar la inversión, atender la infraestructura.

El consumo vuela, pero el país no crece. Los técnicos del FMI, invitados por el ministro Boudou para “darle prestigio” a las cifras del INDEC, dejaron trascender sus serias dudas sobre las optimistas estadísticas de crecimiento argentino, que no se corresponde con los dados verdaderos.

 El país está gastando su capital y aumentando su deuda para fogonear el consumo, que no es lo mismo. Pero no anda bien.  No invierte. No genera trabajo. No genera confianza en el futuro.

 La suerte, buena y mala, ha repetido oportunidades que hubieran podido ser aprovechadas para una rectificación de un rumbo de juvenilia caprichosa, cuyo resultado es el retroceso relativo en forma sistemática, inexorable, triste. La imagen de los vuelos de los viejos Hércules de la Fuerza Aérea, los únicos que quedan volando, haciendo viajes urgentes a Brasil para traer billetes de cien pesos –mejor dicho, cien pesitos, si estamos a lo que puede comprarse con ellos- es paradigmática. El país no está en condiciones ya ni siquiera de fabricar el papel pintado que el gobierno califica de “moneda nacional”.

 Lo que está quedando son las hilachas de un país que supo contar con un estado de bienestar envidiado en América, con una educación que marcó rumbos por la calidad y extensión de su educación pública, con un sistema previsional que llegó a garantizar el 82 % del haber a sus jubilados, con un estado de derecho que supo estampar en la región principos novedosos y solidarios de derecho internacional, y con un desarrollo económico que hace apenas poco más de medio siglo era superior al de todo el resto de America Latina.

 1930 marcó el inicio del estancamiento y 1966 fue el hito de la profundización de la caída, enmarcada por mesiánicos de uniforme y de civil acompañados por sindicalistas justicialistas vestidos para la ocasión de traje y corbata. En ese momento se perdió el rumbo y comenzó la marcha al abismo, del que aún no hemos tocado fondo.

 El vuelo del consumo es el símbolo, tanto como el de los “Hércules”. No hay inversión. No hay cuidado de las reservas estratégicas. No hay planificación de futuro. No hay energía. No hay carne. Hay billetes que llegan volando para alimentar la ilusión. Y cada vez hay menos esperanzas y confianza en las palabras soltadas sin compromiso, vaciadas de su potencia de verdad.

 Por eso es tan peligroso el cinismo, que puede actuar como combustible alimentando hogueras. Por eso también es tan necesario seguir trabajando el cambio de la conducta política, dando ejemplos de tolerancia, hablando de la agenda ciudadana, olvidando por un instante los enredos del escenario que convierten a la política en una opereta, y preparando la nueva etapa, la que llegue cuando al fin esta pesadilla no sea más que un mal recuerdo.

La vida pública debe volver a ser ejemplar. Entonces sí podremos volar. Porque la Argentina y los argentinos estamos en condiciones de volver a ser un gran país en pocos años, muchos menos que los que se necesitó para sumergirlo en donde está. Sólo necesita, sólo necesitamos, dejar de tener encima aprendices de brujos desatando procesos que luego cuesta tanto volver a poner en caja y echando a volar sandeces como si hubieran descubierto la pólvora, con voces cargadas de impudor.

Ricardo Lafferriere

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