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La Noche Triste

jueves 31 de marzo de 2011, 09:48h
Hay en El Retiro un árbol, el Ciprés Calvo (http://tinyurl.com/6gfbzz8) traído de México por Hernán Cortés. Según cuenta la leyenda, cuando Cortés fue derrotado por los aztecas la noche del 30 de junio de 1520 se desahogó sobre un ahuehuete del que mandó esquejar un brote que traería a España “para que nadie olvide esta Noche Triste”. El Ciprés Calvo ha visto crecer la Villa y Corte y con ella la nación. Cuando llegó reinaba Carlos V. Tenía un año cuando los Comuneros fueron derrotados en Villalar y algo más de 80 cuando Felipe III trasladó la Corte a Valladolid. Conoció al Gracián que publicó el Criticón y fue testigo excepcional del sitio que los franceses sometieron a Madrid en 1808 pues, con 290 años, les sirvió de plataforma: izaron un cañón a su cruz para ganar alcance en los disparos y talaron los demás árboles del parque. Vio el suicidio de Larra y el sepelio de Cánovas, asesinado. Vivió la pérdida de Cuba y hasta el aborto de la Constitución Nonata en 1856 o el extraño intento de regicidio del Cura Merino contra la libidinosa Isabel II. Suelo sentarme a su sombra por ver si a su abrigo entiendo mejor la vida de mi país y hasta alguna vez he tenido la idea loca de saltar furtivo la valla y abrazar su inabarcable perímetro en condolencia por todo lo que ha debido ver y que, lamentablemente, no puede contarme. Ante sus ramas pasó Alfonso XIII camino de Francia y no sin congoja debió sentir los obuses de la barbarie española del 36. Puede, incluso, que los vientos de la democracia trasegada por Suárez mecieran su fronda o que llorara tanto como nosotros la herida aún sin cicatrizar del atentado islamista del 11-M 2004. Contemplado así el tiempo es nada. O acaso lo sea todo: la cuarta dimensión de las coordenadas espaciotemporales que nos definen y que quedan grabadas en los anillos concéntricos de su tronco enorme. Veo el árbol y no sé si tras los siglos nuestra nación se enraíza firme en la historia como el ahuehuete en el Parterre del Retiro o si olvidamos nuestro pasado sin haber construido un edificio de hondos cimientos. Déjame, lector, que ponga un ejemplo: desde el 21 de abril de 711 en que llegó Yebal Tarik a las costas españolas hasta la derrota de Boabdil el 2 de enero de 1492 pasan 780 años. Desde ese mismo 2 de enero hasta hoy han pasado “solo” 519 y sin embargo a muchos todavía les parece que aquellos ocho siglos no son nuestra historia y sí un mal paréntesis. Error: Boabdil somos todos. Y Alfonso X el Sabio que concilió en la mesa del conocimiento a cristianos, hebreos y árabes. Lamentablemente, algunos creen que solo somos don Pelayo, que solo somos Guifré el Pilós, que solo somos el bandido Serrallonga, que solo somos Agustina de Aragón, que solo somos Lerroux, que solo somos Azaña o Niceto Alcalá Zamora. Mas somos todos ellos y aún hemos de sumar a la mendaz Cava, al cobarde don Julián, al maltratador don Rodrigo, al poco previsor Witiza, al bobo de Agila II o al imprevisible obispo Oppas. De todos ellos hemos de aprender algo pues que son nuestra herencia y en los tiempos de hoy necesitamos rescatarles sin ira. Nos quedamos con las lágrimas de Boabdil y sabemos que lloró como mujer lo que no supo defender como hombre, pero olvidamos la fuerza de su madre, la sultana Aixa, que las pronunció grave y sin desfallecer. Se va un ministro y nos conmueve llorando aniñado, pero mueren 193 personas en un atentado y algún político compara un memorial para ellos con una estatua para las putas. ¡Y no dimite! Hay un desafuero en esto que no podemos admitir si queremos volver a ser grandes. Nos parece infame que Filesa existiera, pero justificamos una corruptela por cuatro trajes de nada. Nos parece infame Gürtel, pero miramos hacia otro lado cuando nos recuerdan los ERE’s andaluces o las peonadas injustificables. Nos rasgamos las vestiduras con el bar Faisán, pero miramos a la Meca cuando nos recuerdan que Aznar habló del MNLV estando en funciones de presidente. Se nos olvidó nuestra máxima medieval “no es por el huevo, es por el fuero”. Y es que la grandeza no es una meta, es el camino para salir de la Noche Triste que nos envuelve.
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