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La feria de las vanidades

La feria de las vanidades

miércoles 20 de junio de 2007, 23:30h
Un triste espectáculo brindó en los últimos días la clase política chilena. Se trataba de discutir el proyecto de ley que, según el Gobierno, será un paso para solucionar los problemas generados por el Transantiago y atenuar así las difíciles condiciones de vida y de transporte de millones de santiaguinos.

Y tratándose de algo tan simple, un grupo de senadores –comenzando por uno que fue Presidente de la República- se lanzaron en una dura competencia por ganar espacio en los medios de comunicación, con declaraciones y actitudes cada vez más fuertes y más agresivas. Entretanto, los ministros se vieron obligados a una auténtica caza de votos por cualquier medio.

Si se trataba de ensuciar la ya desprestigiada imagen de los políticos, este era el mejor método. Los discrepantes, vociferantes, díscolos, estarán ahora sacando cuentas alegres de cuántas veces aparecieron en los medios. No cabe duda que al lanzar una frase aguda e hiriente ganan algunos segundos en la televisión y hasta la portada de algún diario sensacionalista. Y eso vale dinero. Eso es un abono para sus ambiciones futuras. Las campañas presidenciales o parlamentarias se inician siempre así.

La Presidenta hizo un escueto balance de lo ocurrido en el Senado el martes en la noche. “Estoy contenta –dijo- porque hemos ganado con el apoyo de quienes consideraron que era importante pensar en la gente como primera prioridad”. Agregó que lamentablemente no todos los parlamentarios de la Concertación actúan con ese objetivo. Es claro que hay algunos que anteponen sus intereses personales.

Después de estas “batallitas” tan heroicas, los senadores se dirigen a los estacionamientos del Congreso, se suben a sus lujosos automóviles y se relajan pensando que faltan ya pocos días para cobrar los cuantiosos millones de pesos con que el Estado les recompensa por sus sacrificios. Al mismo tiempo, en las calles de Santiago cinco o seis millones de personas, con frío y lluvia en estos días de pre-invierno, tienen que esperar muchas horas para que venga un autobús. Reconstituir las pesadas y agobiantes rutinas de los pobres es fácil. Así como la de los millonarios que se dan el lujo de ser elegidos como militantes de un partido y terminan después votando contra los proyectos del Gobierno que prometieron respaldar y contrariando los acuerdos de sus propias directivas.

Numerosos analistas han dicho que cada gobierno posterior a la dictadura tuvo su característica esencial. Aylwin debió restaurar la democracia, Frei modernizar al país, Lagos abrir las fronteras. Bachelet ha dicho que quiere pasar a la historia como el gobierno de los más pobres, y para eso propone mejorar las condiciones de los jubilados, modernizar la atención sanitaria, reformar la educación. Cada aspecto de estas tareas exige múltiples acciones.

Desde luego, el transporte en Santiago era malo y sometía a los más pobres a innumerables vejaciones. El Plan Transantiago se proponía mejorarlo, cambiar las cosas para mejor. No fue así. Hubo muchísimas fallas que hay que corregir. El Estado cuenta con el dinero necesario para ello. Entonces, ¿por qué hay que subirse a la tribuna y con voz engolada reclamar y reclamar? Condicionar el voto de cada parlamentario es una vergüenza. Los gobiernos tienen derecho a cumplir sus programas. Ya llegará el momento en que deban responder por sus errores. Tareas tan complejas como el transporte público necesitan la confianza y la credibilidad de la gente, pero antes que nada la solidaridad de todos los actores políticos.

Los chilenos sienten vergüenza por lo ocurrido en el Senado. ¿Pensarán los parlamentarios más allá de su conveniencia? ¿Tanto les interesa seguir ganando la jugosa dieta y usufructuando de los privilegios, que llegan a utilizar cualquier cosa para labrar su dorado futuro?

Yo siento vergüenza ajena de tener esta clase de políticos.

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Leonardo Cáceres
Periodista
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