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Los desvelos de Turquía

Los desvelos de Turquía

domingo 10 de abril de 2011, 21:54h
Volví de Turquía a finales de marzo, y allí he podido ver, en dos grandes ciudades, Estambul y Bursa, manifestaciones contra la intervención en Libia. Luego, he leído en la prensa que el país se ofrece como mediador en el conflicto y para patrocinar un alto el fuego entre seguidores de Gadafi y fuerzas rebeldes. No es que turcos y libios sean vecinos, por tierra, al menos. Aunque, desde España nos puedan parecer países muy cercanos. Los acerca, eso sí, la religión musulmana, y los intereses comerciales de once mil millones de euros anuales, que según el Centro de Estudios Estratégicos para Oriente Medio (publicado en El País), tiene Turquía en el país magrebí. Parece que Turquía quiere hacerse oír, dejarse ver, sacar cara y pecho tras ese velo que, muchas de sus mujeres llevan y reivindican contra un estado laico. País en el que resuenan en las mezquitas las llamadas a la oración, pero que controla la religión, los sermones de los imanes incluidos, desde un organismo gubernamental. Atatürk, al que continúan venerando como padre de la patria, quiso romper en el siglo XX, con el poder feudal de los sultanes otomanos y  vencer la supremacía de la religión apoyando, con el poder militar, la democracia. Y, de momento, parece que la fórmula sigue funcionando.  Cruce de culturas y razas, de gran pasado imperial, Turquía sueña con entrar en la Unión Europea, pero mientras la hacen esperar (la oposición de Alemania y Francia pesa mucho), desea demostrar que tiene la fuerza y la riqueza para ser protagonista de su propia Odisea. La Ilíada ya la vivió, y puede evocarse desde las ruinas de Troya, contemplando el estrecho de Dardanelos. Hay mucho que ver en un país  encrucijada, que flota, y saca la cabeza para respirar hondo, anclado entre dos mares, entre tres mundos,  Asia, Arabia, y Europa. Y muy cerca, vía Mediterráneo, del norte de Africa. Este año hay elecciones, y a los que llegamos de fuera, de visita, se nos muestra la contradicción de una república laica gobernada por un partido islamista moderado. Hace años estuve en Estambul por primera vez y no he notado que haya ahora más mujeres tapadas. Quizás sí alguna más tocada con el niqab negro integral, en la parte antigua de la ciudad. La moderna, en cambio, burbujea de juventud occidentalizada, al menos en el atuendo, con aire bohemio. Mucha música en la calle y movida nocturna mediterránea, incluso con el viento helado del Bósforo soplando al final del invierno. Se reivindican como turcos, con su lengua y un pasado de esplendor e imperios. En una vuelta de una semana por circuitos turísticos de Anatolia, he encontrado un país más desarrollado, por ejemplo, que la cercana Rumanía, en Europa, receptora desde hace unos años de los fondos de la Unión. En el centro de Turquía, desde luego, tienen mejores carreteras, un urbanismo algo más ordenado, y más limpieza que en territorio rumano. Aunque, en la Capadocia, la explotación comercial de lugares Patrimonio de la Humanidad sigue siendo más bien salvaje. En Estambul, además de su elegante silueta de mar y grandes mezquitas, puede descubrirse aún el paisaje evocador de los suburbios. De ellos habla el premio Nobel de literatura Orhan Pamuk, que describe a Turquía y Estambul como los suburbios del mundo, y reivindica la amargura de las ruinas, la hermosura de un paisaje pintoresco y el sentimiento de los estambulíes en el siglo pasado por su pérdida y empobrecimiento. Hoy, algunos analistas ven en las estrategias del primer ministro Erdogan una política neootomana, con la Alianza de Civilizaciones como espada, o más bien instrumento práctico, de su nuevo esplendor. Para la mirada del viajero, en primavera, Turquía muestra los brillos del mármol y azulejo de mezquitas y palacios, la luz dorada o rosa, según la hora del día, de las piedras de Capadocia, el vaivén metálico de las aguas del Bósforo, y los colores vivos de los tulipanes, “lale”(como en rumano), que pintan la estampa más dulce de Estambul. Begoña de Luis. Periodista.
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