Debate, mucho; medidas concretas, pocas

Si, convencidos de que nunca alcanzarán sus fines imposibles,  los profesionales del terror apenas buscan, como dicen los expertos, ejercer un poder que por otros medios no tendrían, estoy seguro de que en la covachuela de los dirigentes de ETA muchos se estarán frotando las manos. Ahí es nada: la banda de fanáticos asesinos, cada vez más lumpenizados, decidiendo quién ganará las próximas elecciones y hasta es posible que crean que pueden influir en si estas elecciones se adelantan o no. Porque lo triste es que esta semana, una semana más, ETA va a ser la protagonista de la actualidad política, centrada en el debate sobre el estado de la nación.

Será una contienda a dos –los demás importan mucho menos, aunque vayan a contar, y no poco, a la hora de los pactos tras las elecciones--, dedicada a los modos de la lucha antiterrorista, en si se negoció y cuándo, y cuánto, con la banda del horror. El resto de los temas, de enorme calado, que tiene planteados este país ocupará un papel, es de temer, secundario en el duelo personal entre José Luis Rodríguez Zapatero y Mariano Rajoy.

He leído con mucha atención las previsiones que muchos medios publican sobre el debate que comenzará este martes en el Congreso de los Diputados. Todas insisten en que ETA va a ser una palabra bastante repetida. Quizá, más allá de la conveniencia de un consenso en esta materia entre las principales fuerzas políticas, sea inevitable que Mariano Rajoy tire a la cabeza de Zapatero muchos silencios y algunos embustes; ya sabemos que una negociación de este tipo no hay que radiarla, pero sí, al menos, mantener informada a la ciudadanía soberana sobre ciertos extremos. No me consta que Zapatero vaya a variar su estrategia de negarlo casi todo, por lo que es lógico que su oponente insista en pedirle que cuente la verdad.

Cosa, que por cierto, debería hacer el presidente, reservándose, desde luego, los detalles que pudieran hacer peligrar un futuro nuevo proceso de negociación. Porque, inevitablemente, lo habrá, aunque desgraciadamente haya de ser tras una nueva e inútil campaña de violencia desatada por los irracionales de ETA; y esa negociación tendrá que llevarla a cabo, sin renunciar jamás a la vía policial y a que quien tenga que permanecer en la cárcel se pudra en ella, este Gobierno socialista o un futuro Ejecutivo del PP presidido por Rajoy.

Ya digo que lo peor de todo es que ETA se crea capaz –y hasta es posible que así sea—de determinar si va a ser Zapatero o Rajoy quien lleve a cabo tal negociación. Porque es evidente que una ‘campaña de verano’ llena de bombas desgastará aún más a este Gobierno que ya muestra síntomas de agotamiento, y pondrá las cosas más fáciles para una victoria electoral de los ‘populares’.  Por el contrario, si la banda da muestras de querer renunciar para siempre a la violencia (muestras patentes, que de treguas efímeras ya estamos escarmentados), el papel de Zapatero ante las urnas se verá reforzado.

Por eso, pienso que el tema de ETA debería ocupar un plano secundario en un debate parlamentario que busque un presente y un futuro más brillantes para España. Sé que es una vana pretensión pedir a nuestros políticos que aprovechen un acto de estas características para lanzar propuestas que mejoren la calidad de la democracia, desde reformas legales inaplazables –el bochorno de tantos pactos poselectorales aún pervive con lo que pueda ocurrir en Navarra—hasta cambios en la manera de encarar el servicio público a la ciudadanía. Una vana pretensión, sin duda, pero no por ello debemos renunciar a exigir que estos debates sobre el estado de la nación dejen de ser un fuego de artificio, un juego en el que se trata apenas de mostrar brillantez parlamentaria y del que jamás surgen resoluciones concretas que merezcan la pena –y, cuando surgen, nunca se cumplen--. ¿Será la de esta semana otra ocasión perdida? Mucho me temo que sí. Veremos.