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MODAS INFAMESBin Laden y la pornografía

lunes 20 de junio de 2011, 09:03h
Entre los archivos capturados por los comandos de Estados Unidos que mataron a Osama Bin Laden, la Central de inteligencia   norteamericana -la  famosa CIA-, nos ha revelado que guardaba pornografía en su escondite de la ciudad pakistaní  de  Abbottabad.  Lo que no nos ha dicho la agencia es el origen del material  incautado  porque  lo mismo  entre esos fondos  había productos españoles. Así, de pronto, a uno se le queda  cara de tonto  sin saber muy bien  las intenciones  tan poco sutiles que  impregnan estas informaciones  unilaterales de la CIA que, por no poder  contrastarlas,  tampoco podemos atribuirles ningún valor. Ni siquiera  el del posible   resurgir  de  la industria  pornográfica. Pero -los periodistas somos así- vamos a aprovechar que el Pisuerga pasa por Valladolid, y no por  Abbottabad, para  lanzar un par de reflexiones sobre  esa disciplina  que hacía -al decir de la CIA, y perdón por  la cacofonía- más  llevaderas  las jornadas del terrorista más  buscado del mundo  hasta hace cuatro días.    Antes, cuando uno   tenía alguna urgencia  en ese  campo  y  no había otra manera de satisfacerla  que con la imaginación  que otros  habían puesto al servicio de la sociedad transformando en  imágenes  historias generalmente idiotas y con ninguna credibilidad relacionadas con el sexo, no tenía más que buscar un cine en cuyo cartel  colgaba, ya de entrada y en  caracteres bien grandes,  la letra X.  Las historias  de las películas,  que allí se proyectaban, adolecen  del mismo  mal que la CIA: su falta de imaginación. I + D El mismo presidente de las Productoras porno españolas, Antonio Marcos,  aseguraba  el verano pasado que  este negocio , en nuestro país, se podía haber igualado a la industria de Estados Unidos - la afirmación, en sentido estricto,  no podía ser  más que  una voluntad porque los  fríos datos no  apuntan    precisamente en esa dirección ya que  en 1999  el sector rozaba el 0,7% de los espectadores totales de las salas  españolas y recaudaba cerca de 4 millones de euros. En 2009, 10 años después, el porcentaje cayó hasta el 0,1% y la recaudación ascendió a  poco más de  los 900.000 euros. Los  fríos números son  de la SGAE, pero las causas del desaguisado  apuntan  hacia internet y la piratería informática como responsables  de  haberse  cargado  esa industria tan floreciente   en España.   Lo más chocante, no obstante, de las declaraciones  del empresario fue su propuesta  para salir de este profundo bache  en  donde, en su opinión, se encuentra   sumida  la  industria  pornográfica en nuestro país. La solución, para él, pasa por ampliar la “investigación y desarrollo”. La declaración   del preboste de la pornografía española me dejó   con cara de idiota  porque, a fuer de pensarlo y pensarlo, no he llegado aún  a  descubrir esas líneas  de investigación que  podría abordar  el género y, menos aún del camino  del  desarrollo que pueda emprender, si no es ampliar el tamaño y la  extensión de esos  órganos  inverosímiles  que, a veces,   nos muestra el zapping al que nos obliga el bajo nivel de calidad  de nuestras televisiones… O quizás, eso del desarrollo sean  nuevas fórmulas  para intentar  atraer la atención del caprichoso público. Para eso, no hay nada como estudiar la historia, el qué y el por qué de los acontecimientos, en este caso del cine pornográfico. De ello ya se  ha encargado  la Universidad Complutense de Madrid que, inquieta siempre por el conocimiento de las cosas,  ha llegado a dedicar no hace mucho  tiempo todo un  curso a los inicios de esta rama del séptimo arte  que, al parecer, comenzó a florecer  ya en los albores del cine mudo, en los años 20  del siglo pasado. Si, como lo oye, que recién finalizada la primera contienda mundial, al tiempo que Charles Chaplin o Buster Keaton luchaban por hacerse un hueco en la historia del cine, los primeros  cineastas pornográficos  ya  vieron  eso que ahora los hombres del marketing  llaman  “nicho de negocio” en esto de filmar las proezas que el hombre -es un genérico que abarca a ellos y a ellas, aunque en esta ocasión seguro  que no se me enfadan las lectoras feministas- sueña que es capaz o que le gustaría  ejecutar  de cintura para abajo. Acaso también el futuro sea el que en Japón ha marcado  el actor  Shigeo Tokuda, de 75 años, que ha protagonizado más de 350 películas con actrices de todas las edades en sus escasos 15 años de trayectoria. Si es así, mucho me temo  que  el final de la pornografía en el cine  esté  tan cerca  como la carrera de actor   de Tokuda. Lo que está claro, es que la solución ya no va a poder aportarla Bin Laden.
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