El balcón de Camps y Curbelo
jueves 21 de julio de 2011, 09:33h
Camps. Habló en su despedida como el alcalde descrito por Eduardo Mendoza en 'La aventura del tocador de señoras', con un toque Isbert inocultable. No quedaba claro si se estaba riendo de la audiencia o si, por contra, había perdido el juicio, pero en todo caso dejó una estampa para la posteridad: citó a los millones de amigos que le han respaldado, pero todo el mundo se acordó en exclusiva de su amiguito. El bochorno es su primera condena, con agravante de ridículo y vergüenza ajena.
Curbelo. El senador saunero, que en pareado malo rima también con putero. Como Camps, no dimitió a la primera, sino a la segunda, y sólo como senador: montarla parda inhabilita al parecer para simular que se trabaja en la Cámara Alta, pero es compatible con presidir el Cabildo de la Gomera. O, aquí, número 2 del PSM aunque se esté inhabilitado por prevaricación. Hay un dato más para no creerse del todo ni al dadaísta ex presidente valenciano ni al senador gore canario: las damas del PSOE que buscan anuncios de prostitución en los periódicos para prohibirlos por ley, tardaron cuatro días en decirle que se fuera. Antes que putero, era socialista, debieron pensar.
Rajoy. Sigue pareciendo un killer de 8 a 3, que echan el Tour y siete horas de trabajo cansan mucho, pero en su horario hiperreducido es un depredador inmejorable: parecía que besaba a Camps, pero era el beso de la muerte. El presidente del PP tiene esa tendencia tan gallega a no aclarar nunca si sube o baja una escalera, y tras varios años sugiriendo que al final se despeñaba él mismo por el hueco, ha demostrado que en realidad arroja fardos por la ventana, a su manera. Ojo con el blando que empezó oliendo a horchata en Valencia y ha terminando haciendo una Falla con su mentor.
Rubalcaba. Es un artista, pero hasta él va a tener serias dificultades para colocar su moto. Cada día que pasa, alimenta la sensación de que promete todo aquello que no va a poder hacer desde la oposición y que no ha querido hacer desde el Gobierno. Al dejar Interior, se ha puesto un traje de poli bueno con las coderas desgastadas que recuerda al de Tomás Gómez en la Comunidad de Madrid: no juega a ganar, sino a no perder por demasiado para gestionar su propia derrota.
Lugares comunes. Allí se encuentran algunas de las causas de la crisis actual. Se dan por supuestas demasiadas afirmaciones y hechos como verdades inmutables o inevitables. Que hace falta crecer al 2% para crear empleo; que faltan profesores en la pública o que la sanidad española es formidable. Puede que sí, o puede que no, pero ante la duda hay que actuar como los matemático de Jorge Volpi en 'En busca de Klingsor': todos sabían sumar dos y dos y no dejaban que su pasión por el tres o el cinco alterara el resultado. Sobre los maestros, por ejemplo: una buena manera de defender que deben seguir los 3.000 interinos remozados por la consejera Lucía Figar sería denuncia a ese 22% de compañeros con plaza fija que se coge una baja cada día en nuestras escuelas. Tal vez sean ellos quienes les están quitando también el puesto.
Curbelo y Camps, parecidos razonables