Opinión: Paco Luis Murillo
martes 09 de agosto de 2011, 11:51h
Estas líneas se escriben en agosto del 2011.“ Nuevo lunes negro”, apuntan las portadas de la prensa digital en no importa que idioma. En realidad, el viernes pasado también lo fue, y el jueves, y el miércoles, y así desde principios de mes. Con todo, lo peor es que también lo fue julio, y mayo, y marzo, y que en esas andamos desde el hundimiento de la banca de inversión Lehman Brothers allá por septiembre del 2008.
Vivimos en un mundo de escasa memoria. Por eso cabe recordar que un año antes, y estamos entonces en agosto del 2007, la prensa de EE.UU comenzó a hablar por vez primera de hipotecas “subprime” (¿Recuerdan?) Hipotecas basura, tradujimos inmediatamente entre nosotros. Sí, de todo eso hace ya cuatro años.¿Qué ha pasado desde entonces?
Ha pasado que el sistema financiero internacional sufrió una sacudida nunca vista desde Octubre de 1929; ha pasado que los líderes del mundo quedaron sin aliento ante la posibilidad real de un desplome del sistema financiero; ha pasado que el Presidente de la República francesa, Nicolás Sarkozy, llegó a hablar de la necesaria refundación del capitalismo; ha pasado que el Presidente de los EE.UU, Barack Obama, comenzara su mandato con programas keynesianos de recuperación económica, para desandar a continuación ese camino; ha pasado que Grecia, y luego Irlanda, y luego Grecia, han debido ser rescatadas de la quiebra. Ha pasado que las cuadernas del euro, y con él de toda la Unión Europea, han chirriado hasta extremos inimaginables, sin que conozcamos el final por el momento.
Podríamos también hablar de España, o de Andalucía (el ámbito natural de este periódico digital que ahora consulta), pero perdóneme que prefiera dejar el lamento para mejor ocasión. Ahora sólo quería detenerme, a vuela pluma, en la necesidad que se nos plantea de tener nuevamente que escoger entre Estado y mercado, una opción añeja, ciertamente. Llevado al extremo, el poder del Estado se llama fascismo, comunismo, en última instancia, dictadura. Y aunque no tengamos memoria, de eso sabemos ya lo suficiente. Llevado al extremo, el mercado es una casa de apuestas, un casino en el que se pueden adquirir productos financieros que casi nadie entiende. Complejos derivados financieros fueron comprados y vendidos sin saber exactamente qué eran, cómo se estructuraban, cuál era su riesgo, y quién los asumía. Sin transparencia, sin reglas, el mercado deriva fácilmente en jungla como hemos tenido ocasión de comprobar. ¿Y entonces?
Entonces (no hay alternativa) tiempo para la gran Política, la que se escribe con mayúsculas, es decir, aquella que se basa en ideales y compromisos, en pactos y ejemplaridad. Europa, y con ella España, no necesita un mesías, ni salvadores de ningún tipo, lo que necesita es mucho debate público, mucha transparencia, y la aparición de líderes a la altura de las circunstancias. Nada fácil, ciertamente.