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Dos muertes simultáneas

Dos muertes simultáneas

viernes 10 de agosto de 2007, 23:28h
El pasado 31 de julio fallecieron Ingmar Bergman y Michelangelo Antonioni. El sueco había nacido el 14 de julio de 1918 en la ciudad de Upsala y el italiano en Ferrara, el 29 de septiembre de 1912. Ambos son considerados pilares de la cultura europea del siglo XX y también maestros de una era del cine. Aunque apenas se conocieron personalmente, coincidieron en la exploración de las zonas oscuras del alma humana.

Las sesenta películas de Bergman insistieron –en su mayoría- en la incomunicación de las parejas, en la soledad, el miedo a la muerte y en la ausencia de Dios. Los doce filmes de Antonioni tuvieron como tema central la incomunicación del hombre moderno, las ilusiones de la realidad, la incapacidad de las elites burguesas urbanas de entender su entorno, la fugacidad del amor, la deshumanización de la civilización industrial. Fueron maestros de las imágenes, de los relatos cinematográficos, y crearon un lenguaje propio e inconfundible, cuya influencia en los creadores del cine de hoy es todavía palpable.

Bergman fue hijo de un severo pastor protestante y de una familia dedicada al teatro, a la que retrató en la más amable de sus películas (Fanny y Alexander). Conoció desde sus primeros años las bambalinas y la magia escénica. No era creyente y tal vez eso le causó un trauma existencial que está presente en las historias de sus películas. Su experiencia humana le confirió un temperamento sombrío y angustioso que caracterizó su estética en el cine, aunque siempre amó más el teatro. Tanto así que fue autor de 126 puestas en escena que le dieron su sello al teatro sueco. En su juventud pensó en suicidarse y en sus filmes convirtió a la muerte en un personaje reiterado: a veces era la imagen de un payaso o de un hombre negro.

Llamó la atención por primera vez con “Sonrisas de una noche de verano”, en 1955, cuyo tema recordaba a Shakespeare, aunque las sonrisas felices se congelaban con el mismo rigor del paisaje sueco. Luego realizó “La Fuente de la Doncella”, un relato bello y trágico. Le siguieron obras maestras como “Persona”, “Escenas de la vida conyugal”, “El séptimo sello”, “Fresas salvajes”, “Gritos y susurros”, “La hora del lobo”, “Sonata de otoño”, “El huevo de la serpiente” y otros títulos con un cierto despliegue de crueldad, pesadilla, amargas verdades y exámenes de almas atormentadas y con desgarros ocultos. Su intérprete constante y exacta fue, en la mayoría de sus grandes producciones, la actriz Liv Ullman.

Algunos le reprochan su pesimismo, su poca confianza en la especie humana, su afán de meter el dedo en la llaga, pero nadie discute su deslumbrante talento, su magistral oficio que nos ha dejado lecciones de alto vuelo artístico.

Michelangelo Antonioni se inició en 1942 como cineasta político que combatía al cine fascista. Fue guionista de Roberto Rossellini, el padre del neo realismo, una etapa gloriosa del cine italiano de post guerra. No siguió en esa escuela porque decidió desarrollar sus visiones íntimas y privilegiar los valores estéticos y formales de sus películas.

A diferencia de sus compañeros de generación, procedía de una familia de la alta burguesía de Ferrara. Y sus personajes fueron casi siempre burgueses que no vivían en el mundo exterior y que no entendían los cambios de una época. Padecían la incomunicación, el desconcierto, la desilusión. Su primer título en esa corriente fue “Crónica de un amor” y ahondó en el interior de sus criaturas en “El grito”, “La aventura”, “La noche”, “El eclipse” y “Desierto rojo”. En todos esos filmes ocurre algo parecido. Los personajes tienen necesidad de expresarse y realizarse, pero el poder del mundo en que viven los obliga a callar, a ocultarse, a huir de sus definiciones.

Antonioni dio un salto en su temática con una película maestra, “Blow up”, basada en un relato de Julio Cortázar que relata un hecho criminal que a lo mejor no existió, a través del enfrentamiento entre realidad e imaginación. El horizonte del realizador se cubrió de nuevos escenarios con “Zabrinskie Point”, “Professione reporter”, “Identificación de una mujer”.

Su estrella de culto y musa inspiradora fue siempre Mónica Vitti, una actriz que se imponía por presencia y a la que no le eran necesarios los parlamentos para expresar su procesión interior. Fue también la amada de Antonioni en la vida real.

Cuando todavía proyectaba nuevos filmes, el celebrado director –premiado en festivales internacionales- sufrió un derrame cerebral que le privó del habla. Sólo de la mano del alemán Wim Wenders regresó al cine con “Más allá de las nubes”, que no estuvo a la altura de ambos realizadores. Asimismo, filmó documentales que no agregaron mucho a su honrosa historia.

Estas dos figuras de la historia del cine hicieron honor a aquel dicho que sostiene “viejo muere el cisne”… Bergman falleció a los 89 años en su casa de la isla El Faro y Antonioni a los 95 en su domicilio en Roma.
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