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El G-20 no puede ponerse serio

jueves 22 de septiembre de 2011, 19:58h
Como se sabe, el camino al infierno está empedrado de buenas intenciones. Algo así parece que sucede con la forma de entender el papel del G-20 para enfrentar la actual crisis económica. Los intentos por identificar el G-20 como un organismo con competencias que no tiene, es la mejor forma de perder de vista el  verdadero problema: la necesidad de avanzar en serio hacia una gobernanza mundial que sea capaz de cautelar y coordinar efectivamente el desmadre financiero global que padecemos.

En esta tesitura, los señores Gordon Brown, exprimer ministro británico, Felipe Gonzalez, expresidente de Gobierno español y Ernesto Zedillo, expresidente mexicano, han firmado conjuntamente un artículo que se ha publicado en varios medios europeos y americanos, pidiendo -como anuncia su título- que "el G-20 debe ponerse serio". No dudo de que la intención de los firmantes sea loable, pero la confusión a que dan lugar también es considerablemente peligrosa.

Su idea central parece indicar que el G-20, en tanto instancia, debe hacer cumplir las recomendaciones que surgen de su seno. Algo completamente infundado, dada la naturaleza informal y no vinculante de este foro de intercambio. Si lo que quiere decirse es que todos y cada uno de los asistentes que componen el G-20 deberían llevar a efecto dichas recomendaciones, tanto individualmente como a nivel regional, eso debería explicitarse en el texto. De hecho, cuando uno empieza a leerlo espera encontrar esa aclaración en algún momento. Al no hacerla, los firmantes, más allá de su intención, pueden generar un problema. Porque puede que ellos, al referirse habitualmente al G-20, sobreentiendan que sólo se habla de sus miembros y no de la entidad en sí misma, pero ese sobrentendido no es tan evidente y puede promover la confusión en la opinión pública.

No tengo la menor duda de que los firmantes conocen el origen y la naturaleza del G-20. Constituido en Berlin el año 1999 reunía en principio a los responsables de finanzas y del Banco Central de los países desarrollados (en el G-8) y a los llamados países emergentes, que suman 19 en total, mas la Unión Europea. Desde el inicio de la crisis del 2008 comenzó a reunir también a los Jefes de Estado y de Gobierno, pero continúa sin estructura institucional ni normativa vinculante. Sigue siendo un foro de intercambio financiero y económico, que emite documentos y recomendaciones en esa materia.

El problema que tiene no dejar claro su carácter informal, además de que puede inducir esperanzas infundadas acerca de sus competencias, refiere al hecho de que puede contribuir a desdibujar la cuestión de fondo: la necesidad de avanzar hacia una gobernanza mundial en el plano político que, desde ahí, oriente y potencie los instrumentos de operación económica, comenzando por el FMI. Evidentemente, nadie pone en cuestión la magnitud de las dificultades que presenta esa enorme tarea, empezando porque resulta impensable realizarla al margen de Naciones Unidas y eso requeriría avanzar en su difícil reforma. Pero sin encarar hoy la construcción de la gobernanza política mundial seguiremos simplemente postergándola para mañana.
 
Es decir, creo que el empeño en este campo no tiene una sino dos vertientes: por un lado, hay que comprometer a los participantes en el G-20 para que lleven a la práctica las recomendaciones que surjan de ese foro, pero, al mismo tiempo, hay que continuar avanzando en el esfuerzo por una gobernanza mundial, y, desde luego, algo que no ayuda al respecto es contribuir a la confusión sobre los caminos institucionales presentes. En suma, los integrantes del G-20 deben ponerse serios, pero el G-20 como instancia no, ante todo porque no puede y, en última instancia, porque habría que pensar si le correspondería.
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