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Tomates

Tomates

viernes 12 de octubre de 2007, 03:00h
Como dijo la candidata Cristina, “la economía no es una ciencia exacta”. Pero, en términos estrictos, ninguna ciencia es exacta, en el sentido que los resultados que predicen las teorías que surgen de su campo de estudio, siempre requieren definiciones y consensos previos. “En condiciones normales de presión y temperatura”. “En el vacío”, etc., son expresiones típicas que marcan el contexto en el cual caben esperar ciertas consecuencias “exactas” de ciertos actos. Tan “inexactas” son las ciencias, que aún las consideradas más “duras” han desarrollado conceptos vinculados con el manejo de la incertidumbre y con componentes aleatorios en sus ecuaciones. De hecho, muchas leyes que se verifican en la física, bajo ciertos entornos, no se cumplen en entornos diferentes.

Es un lugar común, de quienes no son expertos en la ciencia económica, o de quienes “tocan de oído” suponer que, dado que la economía no es una ciencia exacta, todo vale y sus “leyes” son solo una abstracción teórica que no se verifica en la práctica. Algo así como decir que como la velocidad de caída de los cuerpos en la Tierra es de 9,8 metros por segundo “solo en el vacío y sin fricción”, entonces, si tiro algo del piso 20, como no hay vacío y hay fricción, no se cae.

Y este es un punto no menor. Podremos discutir que, dada la resistencia del aire, la velocidad de caída no es la que sugiere la teoría en ciertas condiciones, pero lo que no podemos discutir es ¡qué se cae!.

En economía pasa lo mismo.

La Argentina es, técnicamente, un país pequeño, es decir, tomador de precios de la economía internacional. Salvo en muy pocos productos, la soja, por ejemplo, la producción argentina y la demanda argentina no “importan” a los efectos de la evolución de dicho precio.

En un país técnicamente pequeño, los precios locales de los bienes que se pueden comerciar libremente, se “parecen” a los precios en el resto del mundo, más el flete, multiplicados por el arancel de importación y multiplicados por el tipo de cambio, entre la moneda del país de origen del bien y el peso. EN ese contexto, con la economía abierta, en la práctica, para la mayor parte de los bienes que pueden ser comprados y vendidos en el mercado internacional, con bajos costos de transporte, sin dificultades de almacenamiento y sin restricciones o cuotas de importación, la oferta de bienes que enfrenta nuestro país es “infinita”. De manera que, para este grupo de bienes, todo incremento de la demanda se puede transformar en un aumento de la oferta, y no en aumento de precios. Obviamente, para que esto se de, tanto la estructura arancelaria, como la relación entre el peso y el resto de las monedas con las que la Argentina comercia, como los costos de transporte, deben permanecer relativamente estables.

Permítanme un ejemplo para aclarar. Supongamos que el precio del tomate en Argentina es similar al precio del tomate en el mercado interno de Chile o Brasil. Supongamos, también, que los aranceles de importación del tomate y el flete permanecen constantes. Supongamos que el tipo de cambio entre el peso y el real o el peso chileno, también se mantiene constante y supongamos que tanto Chile como Brasil tienen tomates excedentes y se puede importar rápidamente tomates de esos países. Supongamos ahora que, por heladas, u otros problemas climáticos, cae bruscamente la oferta de tomates en la Argentina, pero la demanda se mantiene en el mismo nivel. (Dado que la gente sigue queriendo mezclar tomate en la ensalada, independientemente de las condiciones climáticas). En ese caso para evitar que suba el precio, cuando cae la oferta local de tomates, se importan tomates de Brasil o de Chile, más o menos al mismo precio y todo arreglado.

Pero, claro, como ustedes se han dado cuenta, para “solucionar” el problema de los tomates tuvimos que hacer una buena cantidad de supuestos. (Fijar las “condiciones normales de presión y temperatura”), Partimos de la base que la oferta de tomates en los países de los cuales se puede importar fácil y rápidamente tomates era excedente. Después incorporamos la noción de que los precios internos del tomate en dichos países no eran muy distintos a los nuestros. A partir de allí consideramos que el flete, el tipo de cambio y los aranceles se mantenían relativamente constantes. Me faltó agregar que los canales de importación y distribución eran lo suficientemente fluidos como para permitir una rápida solución al problema logístico .

Ahora sí, con todo lo expuesto puedo avanzar un poco más, Como usted sospechará, ignoro si el precio del tomate en Chile o Brasil se parece al nuestro. Desconozco si la logística está aceitada y si hay oferta excedente de tomates en dichos países, o solo se produce para el consumo interno. O sí también tuvieron heladas u otros problemas climáticos. Y sospecho que no se han modificado los aranceles o impuesto limitaciones a la importación de tomates. Pero de lo que sí estoy seguro es que, en los últimos tiempos, el Peso Chileno y el Real se han apreciado respecto del peso argentino. Dado que, mientras el dólar se debilitaba en el mundo, nuestros vecinos decidieron apreciar sus monedas, y nosotros seguimos devaluando la nuestra. De manera que, todo lo demás igual, el tomate importado sería más caro hoy, que el tomate que se produce localmente, al transformar los precios en reales o pesos chilenos en pesos argentinos.

El ejemplo del tomate, entonces, trata de mostrar que, aún algo tan “doméstico” como el precio del tomate se relaciona claramente con la política cambiaria, insisto, todo lo demás igual. Y este es el verdadero tema que debería estar en discusión en la Argentina. ¿Cómo se hace para convivir con un contexto internacional de precios altos en dólares de los alimentos, convertidos en “más altos todavía” al multiplicar altos precios en dólares, por un tipo de cambio mantenido artificialmente alto?.

El gobierno ha recurrido a los impuestos a la exportación como solución para este dilema. Ello permite, además, una importante recaudación fiscal que, encima, no se coparticipa. Pero, como muestra la evolución de los precios de la canasta de alimentos de los últimos meses, aún la medida por el INDEC, esta política de “tipos de cambio diferenciales”, es decir un dólar más bajo para los productores de alimentos exportables y un dólar más caro para el resto, tiene un límite. En primer lugar, porque afecta la rentabilidad de los productores que compran sus insumos, pagan servicios, trabajo, y otros bienes a dólar caro y venden a dólar barato. El  subsidio al precio del gas-oil, que intenta compensar parcialmente esta situación, también tiene un límite derivado del aumento del precio internacional de los combustibles y de los costos fiscales de seguir este camino. En segundo lugar, porque existe un conjunto de alimentos que no se exportan y que, en caso de tener que ser importados, como el tomate, habría que pagarlos más caros o subsidiarlos, en el marco de un esquema fuertemente burocrático o que se presta a maniobras de corrupción y desorden administrativo. En tercer lugar, porque en algunos rubros, como la carne vacuna, que tienen posibilidad de sustitución en la producción , el tipo de cambio diferencial y las restricciones de exportar, más una coyuntura climática complicada, han llevado a una reducción importante de la oferta futura, en el marco de un incentivo adicional a la demanda-dado que el precio relativo de la carne vacuna ha caído respecto de otros alimentos sustitutos-.

De manera que la política cambiaria “proteccionista” en el marco de un debilitamiento fuerte del dólar y, por lo tanto una suba fuerte del precio de los commodities agrícolas implica alimentos cada vez más caros, o insistir con instrumentos discrecionales como las retenciones, los subsidios, las cuotas, etc., que producen resultados perversos respecto de la oferta de largo plazo.

Pero lo expuesto anteriormente no solo se aplica al problema de los alimentos. La política cambiaria actúa como un esquema de “aranceles móviles de importación”. De manera que la Argentina está “importando inflación” en todos los rubros de bienes comerciables y no solo en los alimentos. Basta con ver las inflaciones regionales, en donde también influyen los precios de los alimentos, para confirmar que la política de tipo de cambio “alto” nominalmente, implica una caída más fuerte del tipo de cambio real por inflación, que no se nota, insisto, porque el resto del mundo compensó el ajuste del dólar revaluando sus monedas.

En síntesis, la economía no es una ciencia exacta, pero la política cambiaria tiene mucho que ver con la tasa de inflación de la Argentina. Si la situación internacional y nuestro superávit comercial llevan a que nuestra moneda tenga que apreciarse en términos reales, tratar de impedir ese movimiento, sosteniendo el tipo de cambio nominal, implica convivir con tasas de inflación altas y, en un contexto en donde el ajuste del dólar continúe por un tiempo, crecientes. En ese marco, basar nuestra competitividad en sostener un tipo de cambio real alto será cada vez más conflictivo.

No discutir esto seriamente y pensar que nuestro problema es solo expectativas y acuerdos de precios es, con todo respeto, agarrar para el lado de los tomates.
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