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Los Rescatadores en Cangurolandia

Los Rescatadores en Cangurolandia

jueves 14 de junio de 2012, 08:02h
Hay dolores más intensos que los que provienen de la refriega política diaria. España, lo que solo puede equivaler a decir los españoles, está viviendo un mal momento. No es algo que surja espontáneo y obedezca a movimientos maquiavélicos de elementos malignos, externos y judeomasónicos: seamos serios, nos lo hemos ganado a pulso aunque haya sido sin querer (queriendo) y pensando que no se trataba de una fiesta sino de nuestro derecho como hijos de la Pata del Cid a merecer cuanta gabela se presentara o se nos ocurriera motu proprio.

Todos hemos visto técnicos en limpieza urbana conduciendo un veloz Audi Quatro camino del aeropuerto con la Choni de copilota dispuestos a pasar a whole week en Cancún (lo peor es que no faltará quien me acuse de clasista: "Claro, se trata de que los pobres no tengamos Audis ni vacaciones en Cancún") sin atenernos a las consecuencias crediticias que tanta fantasmada habría de traer sobre nosotros y sobre nuestra sociedad cuando las vacaciones y Audis de tantos se volvieran humo y deudas y sudor y lágrimas.

Para algunos -léase Paco Marhuenda et alii y no se vea  animadversión en mis palabras: no la hay- ha sido la fiesta del desenfreno y la frivolidad de un pueblo ineducado y aspiracional. No niego razón en el argumento, pero hay otras variables a considerar. Por ejemplo, un catolicismo deletéreo frente a un luteranismo constructivo. Por ejemplo, gobernantes de tercera -no voy a señalar- frente a un Schröder o Helmut Khöl u Olof Palme. Por ejemplo, mendaces  lectores de El Príncipe, como el presidente Aznar, frente a gobernantes  comprometidos con sus sociedades como Kjell Magne Bondevik. La historia es larga y los ejemplos interminables.

Nunca he creído en los gobernantes-papá, al contrario, me soliviantan. Sin embargo, sí considero que en los líderes ha de haber un hálito de ejemplaridad  que marque, si no el camino sí la senda o únicamente la dirección hacia dónde se debe nortar. Cuando leo los discursos de Lincoln siento que me tiemblan los corvejones. Puede que fuera un gran HP en muchas de sus decisiones, pero nos legó las 278 inspiradoras palabras del discurso de Gettysburg, the Gettysburg address.

Sin embargo, cuando leo los discursos de los presidentes Aznar, Zapatero o Rajoy -que, encima no los han escrito ellos sino ghost writers, muy ghost y poco writers- solo percibo egoísmo, excusas de mal pagador y miedo a la verdad.

Estamos en la situación penosa que estamos y estos grandísimos jijuetantas que nos gobiernan no merecerían ni la sal en una batalla bajomedieval. El problema es que hay cuatro millones de pobres, cinco de desempleados y nueve de jubiletas que dependen del desempeño nacional. Y no podemos dejarlos colgados, mucho menos abandonarlos. Tenemos que ayudarlos. Y, la verdad, no soy capaz de ver más forma de hacerlo que soportando a los miedosos que nos gobiernan: virgencita, que me quede como estoy porque como vengan Madame LaFucsia y su heraldo Toni Cantuvo la cosa va a ser inenarrable.

Los ciudadanos tendemos a la dolce vita, al dolce fare niente como dijo mi gran amigo el inteligentísimo Juan Carlos Font, pero curramos y pagamos impuestos para que majaderos como las dos Sorayas, Rajoy o Rubalcaba o, incluso, la sandia de Ana Mato, la lumbrera de Pajín o el preparadísimo Arenas tomen decisiones [in]adecuadas.

Ahora caemos por la pendiente que sube más allá de los 550 puntos básicos y a nuestro prócer maximus solo se le ocurre decirnos que él presionó -a quién, cómo, cuándo y, sobre todo con qué: primera regla del mus, si envidas más tienes que estar preparado para el órdago- para que el rescate que no es rescate pero viene del fondo europeo de todos los rescates no fuera a rescatarnos pero nos rescatara. (Si este hombre supiera algo de algo le diría, con sarcasmo claro, aquello de "El suelo está enladrillado; el desenladrillador que lo desenladrillare buen desenladrillador será", pero sería capaz de nombrar a Rato Arzobispo de Constantinopla).

En fin, from lost to the river. Respiremos hondo, apretemos los dientes y el final del recto y esperemos que no vengan los Rescatadores de Cangurolandia a decirnos que además de BankiaRota nos van a salvar también el resto del país..., digo, del paísssss.
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