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¿Salvados o hundidos?

¿Salvados o hundidos?

lunes 03 de junio de 2013, 12:14h
Los programas televisivos de denuncia y protesta tienen una función importante en épocas de crisis: sacar a la luz el malestar social imperante. Si además evitan el aburrimiento, buscando fórmulas comunicativas audaces, tienen altas probabilidades de obtener éxito mediático, como creo sucede con el programa Salvados que dirige Jordi Evole. Enhorabuena. Sin embargo, conociendo el asunto un poco por dentro, se que el otro gran riesgo que tienen este tipo de programas (además del aburrimiento) es que te salgan monocordes y unilineales. Algo que debería ser cuidado especialmente en un programa que se presenta, como hace Salvados, como dedicado a temas de actualidad.

Pues bien, llevado por la expectación de ver el último programa de la temporada, quise comprobar en la noche del domingo cómo se hacía ese cierre. La temática me pareció interesante: hasta dónde llegan realmente los condicionantes de las decisiones políticas en tiempos de crisis. No obstante, lo primero que no me gustó fue que, para tratar ese controversial tema, se compusiera una mesa tan inclinada en una sola dirección, tan limitada en términos de diversidad ideológica. Un déficit en el plano informativo -pensé- porque esa mesa no es representativa en absoluto del espectro sociopolítico del país. Y cuando después fue evidente que los testimonios tampoco abrían el abanico de opiniones, acabé concluyendo que estaba ante una prueba más del gusto español por discursos sesgados. En eso si fue un programa representativo.

La conclusión se vio venir por anticipado: los políticos mienten cuando aluden a los condicionantes que les impone la crisis. En realidad, es pura ficción ideológica de una clase que pretender autoperpetuarse. Sin embargo, lo cierto es que los participantes dejaron demasiados flecos sueltos para justificar ese discurso.
Evole comenzó preguntando a la jueza Manuela Carmena por la causa de que pueda seguir afirmándose que "los políticos no nos representan". Pues bien, la respuesta de Carmena mostró una enorme contradicción: por un lado, se cuestionó si debía existir la profesión de político, pero, por otro, argumentó que era exigible a los políticos una solvencia profesional para evitar la mediocridad que nos domina. ¿Será consciente la jueza de lo contradictoria que es su respuesta?
Por su parte, el profesor Manuel Cruz mostró una batería de argumentos que tienen como fondo la aseveración de que en España hay muy malos políticos y, por el contrario, una ciudadanía buena, siempre víctima o dispuesta a la participación, con alta capacidad de discernimiento. Cómo es posible que un profesor universitario mantenga ese sustrato argumentativo tan falaz es para mí una verdadera incógnita.

Pero la participación que más me preocupó, por proximidad afectiva y de opinión, fue la de José María Maravall, quien fuera dirigente del PSOE y Ministro de Educación. Comparto plenamente con él la defensa de la democracia representativa, pero entonces no entiendo muy bien cómo puede responder al argumento de las mayorías electorales con la idea de la "intensidad de intereses y preferencias" de un determinado colectivo social. En realidad, no nos dejó nada claro si las políticas públicas tienen que determinarse en torno a las mayorías electas o a partir de las intensidades de colectivos concretos. Si hubiera dicho que se determinan por lo primero, pero se matizan por lo segundo, hubiera sido más comprensible, pero al no referirse a esa relación, pareció caer en el participacionismo más sustitutorio de los fundamentos de la representación. Mucho me temo que su discurso entrecortado haya estado referido a su obsesión por no quedar a la derecha del tono medio del resto de la mesa. Algo que refleja bastante bien, por cierto, el drama actual del PSOE.

Pobre España, atrapada entre dos discursos, dos lógicas, tendencialmente polarizadas y erróneas. Por un lado, quienes plantean encarar la crisis trasladando la lógica del mercado al conjunto de la sociedad, midiendo con parámetros de rentabilidad inmediata los servicios públicos. Y por el otro, quienes se empeñan en desconocer que los servicios y el Estado de Bienestar en general, dependen de la creación de riqueza y que esta se genera a través de la economía de mercado. El mantenimiento de cualquier servicio público depende de ese encadenamiento. Gritar "¡el apoyo a la dependencia no se toca!", es en el mejor de los casos inútil, si no se respalda con una economía privada fuerte que cree la riqueza que luego podremos emplear en ayudas a la dependencia.

Ahora bien, resulta que la economía de mercado sufre de crisis cíclicas y de las otras. No podemos seguir argumentando -como lo hizo Maravall- que la democracia debe redistribuir la riqueza, cuando resulta que la economía está en crisis y no la genera. Eso viene a demostrar que la socialdemocracia sólo tiene planteamientos para un tiempo de crecimiento y no para un tiempo de crisis. En otras palabras, que la SD no tiene una propuesta sólida en la actual situación.
Claro, siempre está la otra posibilidad, que muchos no se atreven a verbalizar, pero la piensan: hay que eliminar la economía de mercado. Estoy seguro que ese no es el planteamiento de Maravall, pero mucho me temo que una mayoría de los indignados parte de esta lógica. Quizás eso hubiera salido a la luz si la mesa de reflexión hubiera sido más diversa. En todo caso, algo está claro: tal mesa sólo representa a un sector de la opinión pública y trabajar así es contribuir a producir una información parcial y tendenciosa.
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