lunes 26 de enero de 2015, 11:07h
A
comienzos del pasado siglo, grandes sectores de la población en condiciones de
vida deplorables actuaron políticamente como clase potencialmente
revolucionaria bajo el nombre de proletariado. El crecimiento de la economía
libre, la mejora de las condiciones de trabajo y la consiguiente elevación del
nivel de vida, modificaron -tras trágicas convulsiones- la mentalidad de
aquellos sectores hacia posiciones moderadas y reformistas que permitieron
progresar sin romper la estabilidad de los sistemas sobre los que funcionaba el
bienestar. Se había pasado de una sociedad proletarizada a una sociedad de
grandes clases medias. La buena convivencia de las naciones avanzadas se basó
en esta realidad sociológica más que en doctrinarismos políticos.
Los
graves problemas creados por la crisis económica iniciada en la primera década
del siglo XXI han sido y son haber empobrecido a la sociedad de clases
medias que había sustituido a la vieja, egoísta y minoritaria burguesía. Los
sectores más dinámicos de la sociedad, que son los que viven con ilusión
impulsos ascendentes, se han sentido frustrados y vulnerables en su estándar de
vida conseguido con esfuerzo y las expectativas para sus descendientes sufrieron
una pérdida de oportunidades que ha dado lugar a esa perspectiva de
desesperanza de que los hijos vayan a vivir peor que sus padres. La
persistencia del paro y la inseguridad y la degradación de los empleos han dado
lugar a lo que llaman algunos analistas el precariado. El precariado es un
conglomerado de varios grupos en situaciones de incertidumbre o exclusión. Esta
realidad, que afecta preferentemente a las generaciones jóvenes, ha dado lugar
a una masa crítica no tan homogénea como era antaño el proletariado pero, por
su propio descenso de nivel, más propicia a la indignación que a la conciencia
revolucionaria. Consecuentemente, esta masa no se agrupa en las viejas
estructuras políticas de la izquierda tradicional sino que nutren toda clase de
improvisaciones o novelerías, vengan de donde vengan y sean quienes sean los
mascarones de proa que pretenden ponerse en la delantera de las naves, movidas
por los vientos del desencanto, la exclusión o la desesperanza. El éxito de Syriza
es un aviso con ecos previsibles en otros lugares de Europa, aunque las
situaciones no sean tan penosas como las que vive el pueblo griego.
Situarse
en la proa del barco de los desesperados es un método como otro cualquiera para
ocupar puestos codiciados en la denostada casta política sin comprometerse a
fondo con los métodos más adecuados para superar los efectos que han provocado
el malestar, rellenando los huecos creados por el cansancio y el descrédito de
los políticos quemados por la crisis con una parafernalia de promesas alegres y
planes utópicos. Estamos viviendo una moda de pronunciamientos ideológicos
ambiguos y de estrategias publicitarias para atraer a los exasperados, sin
fundamentos sólidos para una reacción de regeneración vigorosa y bien
calculada. Vivimos sesiones de fuegos artificiales de distintos colores para
congregar a públicos que, por estar en situación de precariedad, se suponen
fáciles de engatusar y arrastrar tras la flauta, como las ratas del cuento de
Hamelín. No es fácil prevenir durante cuánto tiempo y en qué lugar se puede
tocar la misma flauta sin desengañar al auditorio del flautista, ni hasta
cuándo puede llegar la obnubilación del precariado, ni tampoco cuando el
horizonte de precariedad será sustituido por una realidad más optimista. En
este año superelectoral los españoles van a tener varias ocasiones de probar en
campos de batalla política lo que hoy es una guerra sicológica de hipótesis. De
aquí a unas futuras elecciones generales decisorias se van a constatar las
apuestas con candidaturas personales, programas escritos y escaramuzas locales,
regionales e internacionales. La posibilidad de que el precariado no actúe como
dinamita destructiva sino como exigencia de progreso necesita un proceso de
limpieza y reforma convincente y renovador y que la recuperación económica
disminuya evidentemente las zonas de exclusión social y abra horizontes de
esperanza. Lo decisivo será que el propio precariado comprenda que lo más
importante es salir de su precariedad y no complacerse con la apariencia de los
fuegos de artificio de las improvisaciones políticas. Lo difícil es encontrar
líderes capaces de despertar confianza, libres de enredos y complicidades
denigrantes. La contraposición bipartidista entre socialdemocracia y
liberalismo no puede ser sustituida impunemente por la demagogia y la
intolerancia que se insinúan en las tendencias radicales de sustitución. Para
evitar el riesgo que supone desviarse hacia los extremismos es necesario
corregir a fondo las circunstancias que han sometido a grandes sectores de la
población a niveles de precariedad y exclusión.
Ex diputado y ex senador
Gabriel Elorriaga F. fue diputado y senador español por el Partido Popular. Fue director del gabinete de Manuel Fraga cuando éste era ministro de Información y Turismo. También participó en la fundación del partido Reforma Democrática. También ha escrito varios libros, tales como 'Así habló Don Quijote', 'Sed de Dios', 'Diktapenuria', 'La vocación política', 'Fraga y el eje de la transición' o 'Canalejas o el liberalismo social'.
|
elorriagafernandezhotmailcom/18/18/26
|
Foro asociado a esta noticia:
Comentarios
Últimos comentarios de los lectores (1)
33666 | soledad - 27/01/2015 @ 08:06:51 (GMT+1)
¡ Caramba !, vaya arenga planfetaria que nos han soltado los de Resistencia no sé cuantos.
Suena a añejo, a naftalina de la mala y parece que están muy influidos por todos esos partidos minoritarios y exaltados que están surgiendo como setas.
|
|