lunes 26 de noviembre de 2007, 18:03h
El problema principal es que este siglo XXI nada tiene que ver con los años 60 del pasado. Volver a aquellos tiempos es una regresión histórica no solo peligrosa sino prácticamente imposible y lo ocurrido desde entonces y, aun antes, ha demostrado algo terrible: las revoluciones solo se sostienen en la coherente utopía mientras están en el monte y en la clandestinidad. Todos éramos Fidel cuando Cuba era aún el prostíbulo de los EEUU pero dejamos de serlo cuando los disidentes o los homosexuales eran encarcelados por el líder revolucionario. Y así siempre. Tuvo que llegar la construcción del muro de Berlín para darnos cuentas de lo que significaba el comunismo, la invasión de Hungría o de Polonia para cerciorarnos aún más de la situación y avergonzarnos a la vez del silencio inmoral de la Europa democrática.
Ahora ha llegado el turno de los populistas en la América Latina que han ocupado las poltronas de los viejos dictadores. Da igual. Han cambiado el uniforme militar o el traje hecho a medida por una camisa roja o un gorro indígena pero siguen haciendo constituciones a su medida para perpetuarse en el poder y la corrupción. En lugar de desaparecer, cambia de manos. No creo que éste fuera el sueño que muchos soñamos cuando el Ché, cuando entonces, cuando todos éramos demasiado jóvenes y el mundo no estaba globalizado.
No sé hasta qué punto las democracias llamada occidentales se dan cuenta del peligro que supone no tanto para ellas como para los pueblos que gobiernan, estos neodictadores populistas. Lo que si tengo claro es que los EEUU ya deben andar operando en silencio no para solucionar el futuro de los peruanos o los venezolanos sino el propio presente de Pentágono, la CIA y la Casa Blanca. Y eso es lo malo, esa es amenaza. Aquí es donde debería actuar Europa -y España debería tener un papel importante- para fijar los límites del Derecho Internacional y poner freno a estos populista de vía estrecha que están sembrando semillas podridas en ese continente.
Ni las presuntas maniobras secretas de la CIA, ni la falta de gestos de Moratinos. Todo tiene su límite y por el bien de todos, habría que dejarlo claro. Se supone que la diplomacia española ya ha colmado el vaso de la paciencia con Hugo Chávez, pero el problema fundamental no es de España. Dictaduras ninguna. Ni de derechas ni de izquierdas y no hace falta ingerencia alguna en la soberanía de otros países para tomar medidas y advertir que ese no puede ser el camino a seguir. Lo que nos faltaba por ver era a los líderes de Irán y Venezuela juntos y dispuestos en el tema nuclear. Pues ya lo hemos visto. ¿Qué será lo próximo?