Rus, la penúltima sentina
lunes 04 de mayo de 2015, 12:59h
Resulta extraño que haya ciudadanos que permanecen
enceguecidos ante el panorama político de nuestro país y siguen,
recalcitrantes, pensando en votar al PP.
Para que un personaje como Alfonso Rus, sin estudios
secundarios, sin discurso político, sin conocimientos sobre filosofía del
derecho, gestión social o inversión pública se haya mantenido en cargos de
representación partidaria, es necesaria una red que llegue hasta la capilaridad
en la calle dedicada a saquear las arcas públicas. No basta un presidente de
diputación y un par de amiguetes en algún Consejo de Administración; es
necesaria una red de lealtades y dinero para comprarlas, una maquinaria que no
empieza contando billetes en un coche sino que llega ahí precisamente por la
manada de inquebrantables que participan de la mermelada.
La mejor manera que tenemos para destapar toda la inmundicia
y ver hasta qué niveles se ha tejido la malla de podredumbre, tanto hacia abajo
como hacia arriba como hacia los laterales -se trata de una hawala engrasada,
protegida y metastatizada por todo el país-, es echando a los corruptos y sus
amigos y llevando a las instituciones a otros que no las hayan pisado
anteriormente y que no tengan instaurados los mecanismos del robo.
Los Políticos no son todos iguales, como se suele decir, de
la misma manera que los ciudadanos no somos iguales. Desde las elecciones de
aquel lejanísimo marzo 1979 no ha habido otra situación tan necesaria de
reforma como la presente: o se mantienen ellos, los ladrones, o llegamos los
ciudadanos y ponemos orden.
Nuestro sistema se diseñó cuando el mundo era pequeño y
distinto, pero un edificio del siglo pasado sigue pudiendo estar en uso si se
actualiza con nuevos materiales más resistentes, con mejoras estructurales y
tecnológicas, con mayor vigilancia.
Necesitamos sangre nueva y nuevos esquemas para afrontar las
reformas que los españoles queremos: puede que tengamos diferencias en los
matices, pero sabemos que nuestro sistema educativo es un fracaso social, que
nuestro sistema de gestión y control público es poco riguroso y hasta
connivente con los manilargos, que las tres administraciones tienen
preferencias cuando no corruptelas entre sus proveedores; que la falta de
transparencia ya no es admisible porque hemos visto como hampones adscritos a
todo tipo de organizaciones saquean las arcas públicas: desde sindicatos a
la realeza pasando por partidos políticos, grandes corporaciones, equipos de
fútbol, bancos, medios...
No hay en España una tendencia genética a la corrupción
diferente de la que haya en cualquier otro país; lo que si hay es falta de
controles independientes y desprotección de los denunciantes frente al poder de
los denunciados; lo que sí hay es protección política a "mis" corruptos y hasta
freno a los medios intentando maniatarlos entre la autocensura para no perder
publicidad y la coerción del poder limitando su libertad.
Es el momento de poner en su sitio a los ladrones y para eso,
votantes del PP, es necesario que no voteis al PP: los electores de derechas
honrados deben ser fieles a su ideario y creencias y castigar en las urnas al
ladrón, al desfalcador, al mediocre y al tramposo; al que pone una vela a Dios
en público mientras adora al Diablo por detrás. Y hay que no-votarles
porque corruptos no son solo los Rus que se descubren: se trata de un iceberg
de heces del que ahora olemos la cima, pero la mejor y más rápida forma de
desmontar el entramado oculto es poniendo a otros a vigilar el corral.
Puede que hace un par de legislaturas no hubiera
expectativas, pero ahora el abanico político se ha abierto, aparecen nuevos y
limpios partidos a derecha e izquierda y las esperanzas renacen. Hoy hay otras
opciones que permiten al votante ser coherente consigo mismo, con sus ideas
sean las que sean y, por supuesto, con la honradez vigilante que todo elector
debe practicar sin paliativos.
El PP de la Comunidad Valenciana es pura inmundicia. Seguro
que hay gente buena entre la militancia, no pongo dudas, pero no entre la
dirigencia. Las líneas rojas de Fabra son el intento desesperado por
salvar los muebles cuando hasta en la sala de máquinas hay colaboradores de la
corrupción, sus protestillas no son más que gritos en el desierto en una
comunidad autónoma quebrada financieramente de tanto como le han robado.