www.diariocritico.com

Juan Carlos Pérez de la Fuente, director del Teatro Español de Madrid: "En la política y en la vida falta mucho la humildad"

Foto: Javier Naval
Foto: Javier Naval
lunes 16 de noviembre de 2015, 07:55h
Comenzó como ascensorista en el Banco de España cuando apenas tenía 15 años. Allí fundó su primera compañía. Después vendrían montajes tan valientes como ‘Asamblea general’, de Lauro Olmo, ‘¿Dónde estás, Ulalume, dónde estás?’, de Alfonso Sastre, ‘Amor de don Perlimplín con Belisa en su jardín’, de García Lorca o ‘La viuda es sueño’, de Tono y Llopis. Con 35 años dirigía ya el Centro Dramático Nacional. Juan Carlos Pérez de la Fuente (Talamanca de Jarama, Madrid, 1959) dirige desde julio de 2014 el Teatro Español de Madrid.

Juan Carlos nos recibe en su despacho, sencillo y nada pretencioso: pequeño (apenas una mesa y un par de sillones confidente y un diván de tamaño justito que se queda a nuestra espalda), con una mesa de trabajo repleta de libros y documentos que Pérez de la Fuente retira para dejar sitio a las dos grabadoras que suelo llevar siempre conmigo. Culto, extremadamente amable y trabajador, su obsesión es el teatro y no es extraño ver, desde la plaza de santa Ana, luz en su despacho a cualquier hora del día o de la noche.

Cercano, de talante extrovertido y abierto, Pérez de la Fuente es la antítesis de la petulancia. Sin tiempo límite, sin preguntas pactadas, predica con el ejemplo dando la libertad necesaria a quien pregunta, en el mismo grado que él la ejercita en cada uno de sus montajes. Por cierto, el próximo será ‘El cerco de Numancia’, de Cervantes, en el Español, como antes fueron sus ‘Pingüinas’, un provocador y controvertido espectáculo, en las Naves de Matadero.

J.M.V.- Eres de pueblo y, además, lo proclamas. Eso, en este mundo tan cosmopolita y urbano, es casi una provocación…

J.C.P.- Ser de pueblo te hace mirar la vida de una manera muy particular. Te gustan las comunidades pequeñas, donde te llaman por tu nombre, en donde hay cotilleos también -qué duda cabe- pero eso de que llegues a Talamanca los domingos, que suelo ir a comer con mi padre, y que llames a la gente por su nombre, y te pregunten directamente como estás, eso no tiene precio… Madrid es también una ciudad que eso lo ha tenido siempre y a veces nos empeñamos en que sea una ciudad muy europea o muy americana, pero ojalá que Madrid no pierda nunca ese punto de encuentro de pueblo, de barrio porque eso es una buena manera de mirar la vida, de no sentirte aislado.

P.- ¿Y cómo vas hasta allí?

R.- En coche de línea. No tengo carnet de conducir y te cuento por qué. De los ocho años que dirigí el Centro Dramático Nacional, los últimos cuatro fueron especialmente duros por los edificios. En el María Guerrero hubo que hacer una reforma total por la invasión general de termitas, reforma que duró dos años y medio. Por otro lado, en el entonces Teatro Olimpia (hoy Valle Inclán) no te podían temblar las manos ni la voz porque era un teatro hecho con material de derribo, y hubo que salir a seducir a mucha gente y buscar dinero para reconstruirlo totalmente… Durante aquellos años, yo no tenía tiempo ni de mirar las cartas que llegaban a casa. Bien, después de esos ocho años de actividad frenética, un buen día me di cuenta de que mi carnet de conducir estaba caducado, como se habían encargado de recordarme reiteradamente desde Tráfico, aunque yo no había abierto las cartas. Cuando me acerqué a las dependencias de este organismo, me informaron que había perdido la posibilidad de renovar el carnet porque no lo había hecho en su tiempo. Entonces la ley obligaba a que, si no lo renovabas en dos años, tenías que volver a examinarte para obtenerlo nuevamente. Aunque las leyes han cambiado y sé que podría recurrir, desde entonces no tengo carnet. Hasta en eso soy de pueblo. Ahora voy hasta allí en coche de línea. Pero eso está muy bien porque ahí está la vida y yo no quiero estar nunca aislado.

P.- Ya que has tenido la doble experiencia de dirigir el CDN y, ahora, el Español, ¿Cuál de las dos es, para ti, la mayor satisfacción que puede tener un hombre o mujer de teatro?

R.- Es verdad que el CDN tiene ámbito nacional pero, como madrileño, prefiero el Teatro Español. Desde muy joven, cuando trabajaba en el Banco de España, ya me decía que algún día iba a llegar a dirigirlo. En este teatro recuerdo, cuando aquí estaba Miguel Narros, estudiando en una escuela de Arte Dramático, venía como alumno y siempre soñaba con esa posibilidad… ¡Veía el escenario tan distinto a como lo veo ahora! La historia del teatro español y del teatro europeo, incluso el del americano, pasa por este solar. Y digo el solar, no solo las paredes del teatro, porque este es el más viejo y sabio teatro europeo. Desde 1583 en que se fundara el Corral del Príncipe, estos edificios han ido cambiando hasta llegar a este teatro, que se quemó en 1978 y hubo que reconstruirlo. Pero lo cierto es que ni el Shakespeare’s Globe Theatre, ni La Comédie Française, son tan antiguos como el Español.

P.- Para ser hombre de teatro, ¿hace falta estar permanentemente disconforme con uno mismo y con lo que le rodea, o no necesariamente?

R.- Creo que con uno mismo. Pero un hombre de teatro debe tener también siempre un punto crítico frente a la sociedad y, si no, mejor no te dediques a esto. Estarías mucho más tranquilo. Pero aún añadiría algo más: me da miedo aquella gente que está en desacuerdo solo con lo exterior. Ese punto crítico con lo de fuera tiene que ser un espejo crítico de ti mismo, porque tú formas parte de ello. He visto a lo largo de los años tantos compañeros de oficio criticar, decir que todo va mal… Y, desde el silencio, pensar ¿te has mirado al espejo? Yo soy muy autocrítico; incluso, a veces, me paso de sentimiento de culpa (un sentimiento, por cierto, muy español; no se puede entender todo el arte español sin él…), pero hay que tenerlo. Todos formamos parte del pueblo y, como decía Max Aub, “ ¿Y tú qué responsabilidad tuviste frente a esto?”. Para salvarnos, siempre adoptamos una posición de atalaya y nos sentimos elegidos… ¿Elegidos, de qué? A mí siempre me sorprendió desde jovencito Max Aub -a quien conocí a través de Ricardo Doménech-, que en su ‘San Juan’ pone en boca de Carlos esta pregunta: “¿Tanto os pesa vuestro Dios que no os podéis mover?”. ¡Hasta qué punto llega un judío a decir…! ¡Qué distinto sería el mundo, si cada político se dijera yo que tengo que ver con esto, y qué actitud tomo, y dónde me sitúo! Yo creo que todos formamos parte de todo ese juego.

P.- En la programación del Teatro Español, ¿qué criterio prima?

R.- Aquí se reciben muchas propuestas y, tienes razón, este es el núcleo de la cuestión. Por un lado, tienes que arriesgar, y hay que dar cabida a las nuevas voces, pero también a voces que se han quedado ahí aparcadas en esta España nuestra que tantas deudas tiene con ellas. Aquí caben desde Tirso de Molina (ahora está en cartel ‘El burlador de Sevilla’, el texto fundacional del mito de Don Juan, que llevábamos ya más de ocho años sin verlo), pero hay que dar cabida también a Alonso de Santos, a Alfonso Sastre, a Fermín Cabal… Estamos hablando de tantas generaciones que, a veces, llegas a tener angustia porque -no siempre, pero sí a veces- el teatro puede llegar a pasarse cuando no se pone en su momento… José Luis Alonso Mañes hizo un ciclo en los años 80, en el María Guerrero, en el que estaba una de las mejores obras de Alonso de Santos, ‘Álbum familiar’, que no se parece en nada al Alonso de Santos que hemos visto después. Y, junto a ella, y en programa doble, ‘Vade retro’, de Fermín Cabal… ¿Y qué ha sido de Cabal? ¡Está vivo, y coleando, y lleno de ilusión!... Y junto a ellos tenemos a los Conejero, Paco Becerra, a todos los jóvenes que tienen mucho que decir… Y en todo esto también el público tiene mucho que decir. Y nosotros es en esta dicotomía permanente en la que tenemos que movernos.

P.- ¿Qué más se puede hacer desde el Español para atraer a seis millones de madrileños al teatro?

R.- Hacemos mucho y habría que hacer más. Una obsesión personal es incentivar la presencia del Español en las redes. El problema es que andamos muy justos de personal... Hemos multiplicado la actividad de esta casa: hemos abierto los lunes un nuevo espacio en el Teatro; salimos a la calle…; nos hemos dado cuenta de que Fringe sirve para mucho y hemos visto que hay que programar espectáculos que han pasado por allí, pero dentro de la temporada teatral… Pero somos muy pocos-yo, por ejemplo, no tengo ni secretaria, una persona que te ayude-. Pero no me voy a marchar sin conseguir, aunque me dé un infarto: salir a buscar los abonados, los amigos del Teatro Español. Y aquí, esta nueva realidad de internet juega un papel fundamental, decisivo, para atraer al teatro a los adolescentes y a los jóvenes.

P.- Las Naves del Español pueden ser el vehículo adecuado para ello, ¿no te parece?

R.- Sí, sí, pero por ahí podemos tener una contradicción… También puede haber en el Español una programación tan valiente y tan polémica como puede ser la que hoy tenemos con ‘El burlador de Sevilla’...

P.- La polémica está muy bien que llegue también al teatro…

R.-En los años 50 del siglo pasado, en el Teatro María Guerrero sucedió una cosa que revolucionó el teatro español. Lo protagonizó Dalí y fue, precisamente, en torno a la figura de Don Juan. Luis Escobar, el entonces responsable, se fue a verle, en contra de la opinión del ministro de turno que se echó las manos a la cabeza cuando fue informado de la iniciativa. Hubo mucha polémica cuando Dalí metió su pincel, su mano, su mirada sobre Don Juan… ¡Pero si es uno de nuestros mitos! Lo sagrado, es sagrado porque siempre es lo mismo, pero siempre renovado. Desde el Español vamos a contribuir a ello con dos miradas renovadas sobre nuestros mitos. Además del mito de Don Juan, a través de ‘El burlador de Sevilla’, a finales de temporada volveremos a Cervantes. Vamos a tratar de devolver a don Miguel, en la medida que podamos, lo que le hemos quitado a lo largo de los años... Es verdad que Cervantes no es un gran poeta. Pero si Lope de Vega es el creador del arte nuevo de hacer comedia en España, Cervantes es el creador del arte nuevo de hacer tragedia. Los temas que toca Cervantes son de una modernidad increíble. Cuatrocientos años nos separan y todavía no se han puesto de acuerdo los críticos sobre el porqué de la necesidad de aquel hombre -que acababa de salir de la cárcel de Argel después de permanecer allí durante cinco años y medio-, de escribir ‘El cerco de Numancia’. En abril, yo mismo dirigiré su puesta en escena, con la adaptación de Luis Alberto de Cuenca. Es un texto ambiguo, en donde el ser humano ocupa el centro del escenario y aparece el suicidio en forma de depuración de la dignidad. Todavía hoy no hay explicación de cómo la Iglesia no prohibió la publicación de ese texto… La situación que está viviendo Europa ahora mismo con el problema de los refugiados entronca perfectamente con este asunto. A lo largo de los siglos, el hombre siempre ha tenido la necesidad de poner vallas. En aquella Numancia de dos siglos antes de Cristo y en la Europa de nuestros días.

P.- ¿Con qué actitud afrontas tú la administración de un presupuesto público como es el destinado por el Ayuntamiento de Madrid al Teatro Español?

R.-El frutero de mi barrio, al que acudo con mucha frecuencia, me comentaba el otro día que reflexionaba con su mujer por qué no existe una frutería pública y sí un teatro público. Y continuaba diciéndome que el día que no haya empresarios que les interese comercializar la fruta, posiblemente el Estado tendría que intervenir si, como es lógico, le interesa que los ciudadanos coman fruta… Al margen de esta metáfora tan sui generis de mi frutero, es verdad que hay teatro que no nace para el negocio y en la medida en que los poderes públicos (municipales, autonómicos o nacionales) están al tanto de textos de autores contemporáneos que surgen y que le interesa dar a conocer, siguen siendo necesarios. Por ejemplo, en el siglo XX, textos de Buero Vallejo, Alejandro Casona, Fernán Gómez y muchos otros autores posiblemente no habrían subido al escenario de no haber sido por el teatro público.

P.- Y hoy, en el siglo XXI, ¿todavía se arrastra esa situación?

R.- Yo he sido empresario privado y, a veces, cuando he acudido al Ministerio o a la Comunidad para pedir alguna ayuda para montar algún texto de un autor español he tenido la impresión de que eso no me otorgaba ninguna ventaja. De hecho, creo que en Madrid, en general en España, se conoce más la literatura dramática europea contemporánea que la española. Eso, probablemente, se debe a la gran crisis de identidad que tenemos los españoles…

P.- Pero, yo creo que eso no sucede solo con los autores contemporáneos. El público español pondera más el teatro de Shakespeare que el de Lope o el de Calderón…

R.- ¡No lo dudes! Hace unas semanas estuve en Montevideo en el I Festival Internacional de Teatro Comunitario de Uruguay, que se cerraba con el Globe Theatre, que puso en escena ‘Mucho ruido y pocas nueces’, de Shakespeare. Al final, tuve oportunidad de charlar con la gerente y algunas personas más de su equipo y le preguntaba cómo iban a celebrar los fastos del 23 de abril, también el 400 aniversario de la muerte de Shakespeare. Me dijo que esa noche, el teatro tomará el Támesis, con varias grandes barcazas que lo recorrerán y en cada una de ellas habrá un montaje que retransmitirán al mundo a través de televisión… Cuando te paras a pensar sobre nuestra situación, ves las grandes diferencias que existen… A nuestros políticos, ahora que vamos a tener elecciones, hay que pedirles no solo que vengan al teatro, sino también que incluyan en sus programas qué van a hacer con él… ¡Que me digan un partido que haya incluido en su programa qué va a hacer con el teatro! La economía lo domina todo…

P.- ¿No te parece interesante buscar también fórmulas -por ejemplo la subtitulación- de atraer también el turismo cultural europeo al teatro?

R.- Estoy de acuerdo contigo. Tomo nota. Hay que hacerlo. El primero, lo digo públicamente, va a ser con la obra de Cervantes.

P.- No sé por qué, pero cuando antes hablabas de políticos, me he preguntado a quién soportas menos al petulante, al sobrado, o al fantoche...?

R.- Hay mucho petulante. En la política y en la vida falta mucho la humildad. Hay gente que la confunde con la debilidad, y está muy equivocada. El humilde está siempre dispuesto a aprender, a reconocer que no lo ha hecho bien, a tener siempre todas las potencias alerta… ¡Hay mucha petulancia! Cada vez que me enfrento a un texto tengo más miedo porque me pregunto si estaré a la altura del mismo, si fallaré. Aparentemente debería ser al revés: cuantos más años vas cumpliendo, más experiencia vas teniendo… Lo mismo pasa en la vida… Esa petulancia hace que España esté en estos momentos en un momento crítico, raro, donde todo se ha puesto en solfa. Estoy pensando en Cataluña, un tema que no solo me preocupa sino que, incluso, me genera cierta angustia y ansiedad…

P.- …Petulantes, ¡…¡ y envidiosos! En este país hay envidia para dar y tomar… Seguro que entre tus compañeros de profesión, por ejemplo, hay muchos que te envidian…

R.- ¿Envidia?, sí… Pero puedo entenderlo… Cuando llegué a la dirección del CDN yo tenía 35 años y notaba permanentemente una pregunta en el aire: ¿por qué tú y no yo? Ahora, veinte años después, probablemente suceda otro tanto. Siempre va a suceder eso.

P.- Con la llegada de un nuevo gobierno al Ayuntamiento de Madrid, ¿ha visto peligrar su continuidad en algún momento el director del Teatro Español?

R.- Es lógico que esté siendo observado. Aunque todavía nos falta mucho, ya hemos empezado a conocernos. Pero yo no temo a nada, nunca he tenido miedo a nada. Es bueno sentarte delante de gente que acaba de llegar, y poder decirles que la temporada pasada, un equipo de gobierno municipal de tendencia política en las antípodas del actual, me ha dejado poner nombres a las salas del Matadero, Max Aub y Fernando Arrabal o denominar a otros espacios del Español (Margarita Xirgu o Antonio Buero Vallejo), es muy satisfactorio… El teatro tiene que ser una revolución continua. No le tengo miedo a nada. Lo que llegue, llegará…. He presentado ya la programación de la temporada y no sé si están contentos o no conmigo, pero con el presupuesto tan ajustado del que disponemos, algo se está moviendo en el Teatro Español. Todo el arte es subjetivo y no democrático. Esa subjetividad no se puede medir, como si fuera un termómetro, y ninguna de las propuestas que he presentado este año ha venido por el hecho de que acaba de llegar otro gobierno. Yo creo en este tipo de teatro y lo voy a seguir haciendo.

¿Te ha parecido interesante esta noticia?    Si (2)    No(0)

+
0 comentarios