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Conflictos

Conflictos

jueves 14 de febrero de 2008, 19:12h
No conviene llamarse a engaño: a la mayoría de la sociedad vasca el llamado conflicto vasco le importa un rábano. Los ciudadanos vascos estudian, trabajan, respiran, procrean, toman potes, juegan a las cartas y hacen ricos a los notarios sin tener demasiado en cuenta el conflicto. En realidad, para un amplísimo sector de la ciudadanía el conflicto es algo que solo discurre en los periódicos, la radio o la televisión. No es que esta conducta sea moralmente ejemplar, pero, bueno, es lo que hay: para sobrevivir a medio siglo de violencia política, los ciudadanos vascos no han tenido más remedio que practicar la indiferencia viviendo de espaldas al conflicto del mismo modo que durante mucho tiempo se vivió de espaldas al turismo.

Tal vez no haya habido otra manera de desarrollarse cultural, económica, política e incluso psicológicamente que aceptando la violencia como una costumbre más; reprobable sí, pero más o menos admitida mientras se la pudiera arrinconar en los cementerios, la indiferencia, el silencio, el destierro, los cuarteles de la Guardia Civil, la resignación de los hombres y mujeres amenazados por el entramado terrorista y la imprescindible dosis de hipocresía generalizada para soportar lo que moralmente resulta insoportable.
          
Hasta hace poco tiempo, por ejemplo, la izquierda abertzale campaba a sus anchas por el territorio histórico, jugando con la ventaja de saber que su violencia no solo era soportada por la sociedad, sino que ni siquiera condicionaba el bienestar económico de los vascos – sobre todo de los nacionalistas. Ahora ocurre más o menos lo mismo pero a la inversa. Los vascos asisten a la aniquilación jurídica y al masivo encarcelamiento de los dirigentes abertzales sin que a nadie le importe demasiado lo que suceda con Arnaldo Otegui, Joseba Permach, Karmelo Landa y demás representantes del radicalismo abertzale.
         
En realidad la mayoría de los ciudadanos vascos carece de certezas respecto al llamado conflicto. Casi nadie confía en que pueda resolverse de un modo inmediato – ni siquiera mediante la consulta popular del lehendakari – pero no por eso los vascos dejan de potear, trocear chuletones, acudir al fútbol, apostar al frontón, subir al monte los fines de semana o planear sus vacaciones para las próximas fiestas de la Semana Santa … La sociedad vasca ha generado una poderosa indiferencia que la preserva de los efectos nocivos del conflicto, salvándose así, de paso, de la ruina política, cultural y económica.

En realidad si no fuera por esta incapacidad del conflicto para contaminar la vida cotidiana hace tiempo que este sería un país despoblado donde no quedaría nada en pie: ni una escuela, ni un hospital, ni una empresa; ni siquiera una cuadrilla de poteadores. Viviendo de espaldas al conflicto, la vida diaria en la comunidad vasca resulta, en definitiva, tan penosa o tan gozosa como en cualquiera de las restantes comunidades del estado, aunque, eso sí, como no somos gilipollas del todo, sabemos que acaparamos la atención de todos los medios porque, a diferencia del resto de las comunidades, tenemos un problema no resuelto: el legendario conflicto que a tanta gente está dando de comer…
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