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Inflación

Inflación

lunes 25 de febrero de 2008, 00:22h
Afortunadamente, el problema de la inflación ha pasado a ocupar el centro de la escena de las preocupaciones macroeconómicas de la Argentina.

Y digo afortunadamente, porque ahora que hasta los economistas “heterodoxos” más cercanos al “modelo productivo” muestran su sincera preocupación por combatirla, es probable que la discusión empiece a crecer lo suficiente como para obligar a alguna reacción por parte de las autoridades.

Algo parecido, salvando las distancias, con lo que está ocurriendo en materia de seguridad (o más precisamente, inseguridad). El problema ha escalado tanto en la agenda ciudadana que el gobierno no ha tenido más remedio que empezar a reconocer su existencia.

Sin embargo, aquí terminan las buenas noticias. Ni en el caso de la inseguridad, ni en el caso de la inflación, se presenta un “diagnóstico” respecto de las causas y, mucho menos, soluciones de corto plazo.

Respecto de la inflación, la situación se ve agravada por el hecho que se ha distorsionado la medición oficial del Índice de Precios. En efecto, según el INDEC, no solo tenemos baja inflación, sino que esta es menor ahora que un año atrás, de manera que “oficialmente” nada hay que hacer en materia “antiinflacionario”.

Esto, de por sí, le pone un límite a los instrumentos de política utilizables, dado que ni la Presidenta, ni su Ministro de Economía, pueden reconocer, públicamente, que van a “combatir” el alza de precios. Ello implica que están inhibidos de explicitar una meta “creíble” de inflación para el año, y políticas vinculadas al logro de esa meta. De esta manera, uno de los elementos centrales, generalmente aceptado por la “heterodoxia” económica, “las expectativas”, no pueden ser combativas como corresponde.

En otras palabras, resulta clave para bajar la tasa de inflación, en economías como la nuestra, actuar sobre las expectativas de los agentes económicos.

En ese sentido, se recomienda explicitar las medidas de política que se piensan instrumentar. Mostrar la coherencia y el compromiso con las mismas por parte de las autoridades ayuda a que el sector privado “crea” en la política y actúe en consecuencia.

En la Argentina de hoy, reconocer que hay alta inflación y que se está actuando para reducirla es imposible para el Gobierno sin admitir, simultáneamente, que se han manipulado los índices de precios.

Esta situación también impide que las autoridades expliciten su “diagnóstico” respecto de las causas de la inflación en la Argentina.

Hasta principios del año pasado, se hablaba del viejo diagnóstico “estructuralista”. “Ajuste de los precios que habían quedado retrasados, después de la megadevaluación del 2002”. Se trataba, se decía, de una “normalización” de los precios relativos, hacia un nuevo “equilibrio” distinto al de la Convertibilidad, pero menos violentamente favorable hacia los bienes transables que después de la devaluación. En otras palabras, íbamos desde un tipo de cambio real recontraalto, hacia un tipo de cambio real “simplemente” alto, y este camino implicaba una tasa de inflación elevada, mientras subían los precios de los servicios que se “acomodaban” a la nueva situación.

Esta tesis, como mencionaba, se fue dejando de lado desde finales de 2006, principios del 2007. De ser válida, la tasa de inflación “verdadera” debió haberse desacelerado, a medida que los precios se ajustaban a la nueva situación y no a la inversa como sucedió. En cambio, desde mediados del 2007, con el nuevo escenario financiero y la escalada de los precios de los commodities, el argumento “precios relativos” dio paso al argumento “agroinflación”. Es decir, inflación provocada por la suba internacional del precio de los alimentos. Este otro diagnóstico, también fue perdiendo vigencia. Primero, porque el uso de las retenciones a la exportación, los subsidios, las prohibiciones para exportar, etc. Limitaron, realmente, el impacto de la suba de los precios internacionales en el mercado local.

Segundo, porque, otra vez, de ser válido, hubieran subido nuevamente los precios de los bienes exportables y se hubieran “retrasado” los precios de los servicios, mejorando el tipo de cambio real. Sin embargo, lo observado en la práctica, fue una suba generalizada en el precio de los servicios presionados por la creciente demanda, que se sumó, en todo caso, a la “agroinflación” remanente, no controlada por los instrumentos de intervención utilizados.

Se produjo, entonces, un paulatino abandono de las tesis más “heterodoxas” y volvieran a escena los argumentos ortodoxos más “tradicionales”. Un exceso de demanda provocado por una política monetaria laxa y una política fiscal extremadamente expansiva, en un escenario de agotamiento del crecimiento de la demanda de dinero, y de cuasi pleno empleo de la mano de obra y la capacidad instalada.

Esta tesis ortodoxa es mucho más fácil de ser comprobada en los hechos. La política monetaria laxa se verifica con tasas de interés fuertemente negativas y expansiones de dos dígitos en los agregados monetarios. La política fiscal expansiva, con un crecimiento del gasto público superior al 50% interanual. Estos dos datos bastan, a principios del 2008, para respaldar la tesis ortodoxa.

No sería honesta esta exploración, sin agregar aquí una “tercera posición”.
La vinculada con la “inflación cambiaria”. Esta línea de pensamiento, de alguna manera, combina la vieja posición estructuralista de inflexibilidad descendente de los precios. (Todo cambio de precios relativos es inflacionario porque se da subiendo los precios que tienen que subir y no bajando los precios que tienen que bajar).

Con la “puja distributiva” y el tipo de cambio fijo como un instrumento de fijación de precios.

La cosa es más o menos así. Se produce la devaluación para ajustar el exceso de gasto de la economía. La devaluación genera inflación porque suben los precios de los bienes transables- baja el poder de compra de los salarios- y los precios de los servicios, nominalmente, en promedio, no bajan (estructuralismo). Como la devaluación cambia precios relativos, se recupera la rentabilidad de los sectores productores de bienes exportables y sustitutos de importaciones, mejora el empleo en estos sectores, mejora, entonces, el poder de compra de los asalariados, licuado por la devaluación, sube la demanda, mejora la recaudación impositiva, aumenta el gasto y aumenta la demanda. En este escenario, la emisión monetaria sirve para “aceitar monetariamente” esa demanda . (Precios causa dinero y no a la inversa. Recuerdo un trabajo de Roque Fernández, creo de principio de los 80). Los precios de los no comerciables empiezan a subir, y se “comen” la ganancia de la devaluación.

Los transables pierden competitividad, empieza a caer la producción y el empleo en ese sector. Se traslada la rentabilidad hacia el sector servicios, que, por definición, paga menos impuestos. La recaudación impositiva crece menos. Aumenta el déficit porque el gasto crece por encima de la recaudación. Hay, ahora sí, emisión para financiar el gasto, presionando sobre la tasa de inflación. La “solución” es una nueva devaluación y el ciclo inflacionario, empieza de nuevo. Este es el ciclo que, de alguna manera, intentó “romper” la Convertibilidad, desterrando la posibilidad de una devaluación y la posibilidad de financiar gasto público con emisión. Y esa fue la estabilidad de los 90. Mientras, la expansión del gasto se pudo financiar con deuda.

Cuando la revaluación del dólar y del peso, frente al real y al euro obligaron a una “deflación” para mantener la competitividad de los productores de bienes transables y se frenó la posibilidad de seguir colocando deuda genuina para financiar el gasto, y hubo que colocar cuasimonedas o deuda compulsiva en el sistema financiero local, la situación explotó  y volvimos al ciclo devaluatorio-inflacionario pre noventas.

Desde este enfoque, hoy estaríamos, en materia inflacionaria, a la inversa de aquel escenario de finales de los noventa. En lugar de la revaluación del dólar frente al euro y al resto de las monedas, estamos frente a la depreciación del dólar. Al mantener semifija la cotización del peso contra el dólar, estamos “devaluando” contra el resto de las monedas en un típico ciclo devaluatorio-inflacionario. La diferencia actual es que, como no tocamos el tipo de cambio nominal, la tasa de inflación no se espiraliza. Además, por ahora, y gracias al precio de la soja y el petróleo, las retenciones reemplazan al endeudamiento. Y la emisión para comprar reservas recauda el impuesto inflacionario. (Nótese que ninguno de los dos impuestos centrales se “coparticipa” si el gasto público en las provincias crece por encima de la tasa de inflación).

Como ya mencioné en un trabajo anterior, una “prueba” de validez de este enfoque es que los países latinoamericanos que rompieron, por ahora, con sus propios “modelos” devaluatorio inflacionarios parecidos al nuestro, han revaluado sus monedas respecto del dólar y tienen, por lo tanto, tasas de inflación, verdaderas, mucho más bajas.

En ese sentido, el cuadro que acompaña estas líneas es elocuente:
Monedas seleccionadas contra el peso
                                    1 año       3 años        desde 2001
Dólar                                2%         7%               215%
Yen japonés                 13%        1%               270%
EURO                            15%        19%             419%
Real brasileño             23%        62%            318%
Peso mejicano              2%          10%            164%
Peso chileno                 15%         28%            336%
Peso uruguayo              17%         28%            107%

Aquí se presenta la evolución de la cotización de un grupo de monedas relevante en el comercio exterior argentino respecto del peso. Si se mira el último año, el Real se encareció un 23%, el Euro un 15%, al igual que el peso chileno, y el peso uruguayo un 17%.

Dicho de otra manera, el peso se devaluó en el último año fuertemente, respecto de las monedas más relevantes con excepción del dólar, lo que podría implicar que estamos en un ciclo “devaluatorio-inflacionario” tradicional, al menos contra las monedas que no son el dólar.

Sin embargo, salvo contra el Yen japonés, la pérdida de valor del peso del último año se ha estado desacelerando respecto de los años previos. Y si se tiene en cuenta que el dólar sigue siendo la unidad de cuenta central de la economía argentina y el peso estuvo, prácticamente, “anclado” contra el dólar, la revaluación del resto de las monedas explica porqué otros países de la región tienen, en promedio, una inflación mucho más baja que la inflación argentina. Pero no explica porque la inflación argentina del 2007 se aceleró.

En síntesis, parece predominar en este rudimentario testeo (harían falta técnicas econométricas un poco más sofisticadas para conclusiones más robustas), la tesis de que la aceleración inflacionaria del año que ha pasado obedece a cuestiones “tradicionales” de expansión de la demanda agregada y que, en todo caso, no se ha acelerado más porque, por un lado, solo hubo que emitir para comprar reservas y no para financiar otro tipo de gasto público y, además, el “ancla” cambiaria, al menos parcialmente “funcionó”, junto con la desaceleración de la revaluación del resto de las monedas.

Si esto es así, sin una política monetaria menos laxa y sin una expansión del gasto público inferior a la tasa de inflación verdadera, es decir inferior a una tasa del 20% interanual.

Sin reducir la tasa de crecimiento de la demanda agregada, la probabilidad de reducir la tasa de inflación es muy baja. Si no disminuye la tasa de inflación es muy baja. Si no disminuye la tasa de inflación sustancialmente y dada el “ancla cambiaria”, la pérdida de competitividad se acelera-más si el ciclo de debilidad del dólar se suaviza, lo que está por verse-. En ese contexto, los precios relativos evolucionarán en contra de los productores de bienes transables-mientras todavía falta ajustar los precios de servicios claves-. En ese entorno, la presión por volver al modelo “devaluatorio-inflacionario” será creciente, aún dentro de un escenario de equilibrio fiscal federal  precios internacionales de los commodities favorables.

Como se observa, si no actuamos rápido para bajar la tasa de inflación, “por las buenas”, la demanda agregada se irá frenando por las malas, por pérdida de competitividad y poder de compra de sectores importantes de la población.

Hay cosas que el precio de la soja no puede comprar. Para todo lo demás…
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