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Mujeres chilenas: Fragmentos de una historia

Mujeres chilenas: Fragmentos de una historia

miércoles 21 de mayo de 2008, 04:19h
            “En un espacio propio, frente a un computador, la imagen de una mujer que escribe, que lee y escribe, que corrige y borra, que vuelve a escribir, representa un cuerpo exigido a codificar y decodificar el mundo, buscando respuestas posibles, otras que aquéllas tradicionalmente designadas como propias de lo femenino”.

Quise partir con esta afirmación de Raquel Olea, cuando en este libro (*) habla de ese “poder de decir” que, a duras penas, hemos ido conquistando las mujeres. Creo que su descripción representa el duro trance en el que, de seguro, estuvo Sonia Montecino y las 53 mujeres presentes con su escritura en este texto. Por cierto, también me representa a mí, en el momento en que me enfrenté al desafío de elegir un punto de vista para escribir un texto sobre este otro texto polifónico y fragmentario de y sobre mis congéneres, las mujeres chilenas.

Se me vinieron a la mente razones y emociones, retazos y “tajos” de mi propia vida como mujer nacida en esta flaca y resquebrajada franja final del convulsionado y  globalizado planeta tierra.
 
Y como Raquel Olea - en su texto - menciona el “espacio o cuarto propio” de Virginia Wolf, yo me detengo en otra de las sentencias de la Wolf que, 80 años después, todavía resuenan actuales: “La mujer aún tiene que luchar con muchos fantasmas, aún tiene que superar muchos prejuicios. Creo que aún pasará mucho tiempo antes de que una mujer pueda sentarse a escribir (…) sin que surja un fantasma que deba ser asesinado, sin que aparezca una roca contra la cual estrellarse…” Pero la propia Wolf nos salva al agregar: “Cuando estoy acorralada escribo mejor y me siento más centrada”.

Elijo entonces partir desde el YO –acorralado- para llegar a encontrar el NOSOTRAS, - abierto y compartido- al que nos invita este libro. Las voces de Sonia Montecino y de todas las escritoras presentes en esta obra de registro y de memoria, nos convocan y nos provocan a componer y recomponer, a crear y recrear una historia y una realidad de continuidad y de cambio; de temores y rupturas; de derrumbes y reconstrucciones. Entre todas. Las mujeres aquí se toman la palabra escrita y se transforman en artesanas, arquitectas y constructoras de su propia historia, de nuestra historia, tradicionalmente narrada e interpretada desde el discurso masculino.

El YO:

Estas “Mujeres chilenas”, de Sonia Montecino, me hicieron recordar otros intentos hechos por otras mujeres para enfrentar juntas, desde los límites, momentos duros de nuestra historia. Fue exactamente hace 25 años, cuando Cecilia Boisier organizó en Berlín una inédita exposición en que se confrontaban y dialogaban las obras de artistas visuales chilenas, tanto del exilio interior como del exilio exterior. En ese entonces, cuando ejercía de periodista cultural, escribí para el catálogo sobre ese emprendimiento, donde se hacían oír, más allá de nuestro aún silenciado país, los gritos y susurros de nuestras mujeres creadoras.

“Paradoja fatídica, desafío ineludible, puedo decir que en estos diez años (se entiende que entre los años 1973 y 1983) he crecido. Puedo afirmar que (..) muchas mujeres chilenas hemos crecido…” , testimoniaba yo en el catálogo. Era abril de 1983, un mes antes de que comenzáramos a salir a las calles a defender nuestra identidad individual y colectiva, antes de que comenzáramos a clamar como “Mujeres por la democracia” y  “Mujeres por la vida” por una “Democracia en el país y en la casa”. 

Yo tomaba fuerzas para escribir, participando, desde mi oficio, analizando y con-moviéndome con el trabajo de esas proféticas y lúcidas creadoras que, con sus vidas y sus obras, desde su doble marginalidad de mujeres y de artistas, trazaban imágenes, manchas, colores y formas, con materiales diversos, para explorar, traspasar y develar la realidad desde los bordes y en sus más sinuosos y oscuros intersticios. Con diferentes lenguajes, más artesanales o más conceptuales, pintoras, bordadoras de arpilleras, poetas, cineastas y productoras de acciones de arte, intervenían estética y éticamente, prefigurando nuevos espacios simbólicos e imaginarios, en el cuerpo social de la ciudad. 

Parafraseando a Nelly Richard, que escribe en este libro del fenómeno de la “escena de avanzada”, estas mujeres tenían la audacia y el atrevimiento de  “herir el poder” o “torcer la semiótica del poder”, desde una “estética de la periferia”, pasando “desde la cicatriz al maquillaje”. O como decía Enrique Lihn, “del uniforme al disfraz”. Estaban ahí Roser Bru, Lotty Rosenfeld, Diamela Eltit, Paz Errázuriz, Leonora Vicuña, Julia Toro, Patricia Israel, Tatiana Gaviola y tantas otras. De ellas también habla, significativamente, Adriana Valdés, como siempre iluminadora, en este texto de “Mujeres chilenas: fragmentos de una historia”.

Al sumarme y solidarizar con esas artistas, decía entonces (en ese catálogo de 1983, que nadie leyó aquí porque estaba en alemán): “Mi espejo personal estuvo borroso, quebradizo, trizado, durante años. Sólo lo pude reconstituir mirando los espejos de otras que estaban en una similar condición. Entonces fui estudiante, trabajadora, madre y padre. Mujer fuerte, puro ñeque. Endurecida, entristecida, pero esperanzada. ¡Qué carajos! Hija de mi hija, madre de mi madre. Hermana, compañera, amante. La mirada alerta, la mano dispuesta. ¡Y no me derrotarán! Aprendí a mirar, a indagar a mi rededor. Había muchas más y mejores que yo. Sentí que otras también estaban en este proceso, paradas sobre terrenos mucho más vulnerables…”

EL NOSOTRAS:

Hoy en día, 25 años más tarde, quise repetir exactamente las mismas palabras. Quise expresar, frente a este libro, mi convicción de que también ahora podemos enriquecer y reconstruir nuestro YO individual y colectivo, constantemente, construyendo un NOSOTRAS, en esta carrera de postas que, porfiadamente, seguimos corriendo las mujeres a través de una frágil y escurridiza historia. Superando, ojalá, los riesgos de enceguecernos con falsos poderes y de caer en luchas inútiles entre nosotras.

Es eso lo que vi en este libro. Mirando por las rendijas, por las fisuras y pliegues de sus 600 páginas, especialmente desde los ensayos sobre las profesiones, los oficios, las escrituras, las artes y las reflexiones, reconfirmé, como dice Sonia, que más allá de las diferentes “experiencias de clase, étnicas, generacionales…” en nuestro país y en los textos resuenan voces que cimentan y ponen en valor diferentes pilares de una “construcción social en permanente cambio y, como tal, sujeta a las contingencias de la historia”.

Ahora que me toca trabajar desde las miradas múltiples de la Educación, las Ciencias, la Cultura y las Comunicaciones, en el marco de los Programas de UNESCO, estoy convencida de que muchos y muchas coincidimos en el eje transversal que este Organismo ha señalado como prioritario hasta 2013: la igualdad de oportunidades entre hombres y mujeres y la perspectiva de género.
 
Es lo que investiga y enseña la antropóloga y académica, Sonia Montecino, desde el pionero Centro Interdisciplinario de esta Universidad, a cargo de la Cátedra UNESCO de “Estudios de Género”. Es también lo relevante de este libro que no impone modelos. Sólo intenta rescatar, registrar, contener y organizar la gran y pequeña historia, esa cotidiana e invisible y también, la heroica y épica, desde la memoria, el relato y la reflexión, desde el cuerpo individual de mujeres expuestas, en un juego de espejos, frente al cuerpo social.

En esta obra coral, hay un segmento de cada una de nosotras. En nuestra dicotomía y diversidad cabemos todas: monjas y putas; intelectuales y artistas; viejas y jóvenes; políticas y feministas; también políticas - feministas, ¿o no?, todas lidiando por ser personas, sujetos de su propia vida y de la historia.

Una historia que, aún con una mujer Presidenta de la “res pública”, de la “cosa pública”, no cumple totalmente su proyecto deseado, su imaginario soñado: “Aún la Agenda no se completa mientras la mujer no sea plenamente valorada desde su diferencia, con la consagración de la igualdad y la definición de los espacios de poder sin diferencias de género”, expresa aquí Ana María Stuven.

Me atrevo a agregar que quizá, en este mismo libro, se encuentre un camino de salida de esa encrucijada. Justamente porque no ofrece vías únicas ni  consignas salvadoras; no impone un discurso hegemónico ni alardea con una retórica populista. Sí, abre un espacio, desde lo privado y desde lo público, para confrontar y compartir visiones y forjar múltiples cambios y futuros posibles.

Valía la pena el esfuerzo de estas 53 mujeres, para enfrentar los fantasmas y socavar las rocas de las que habla Wolf, para persistir en la escritura, modulando una historia colectiva de nosotras las mujeres.

            (* Este texto fue leído por la autora en la presentación del libro “Mujeres chilenas: Fragmentos de una historia”, compilado por Sonia Montecino).

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Ana María Foxley R.
Periodista y Master en Políticas Culturales
Secretaria Ejecutiva de Comisión Nacional UNESCO
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