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Coca-cocaína: la cabeza de Medusa

Coca-cocaína: la cabeza de Medusa

lunes 30 de junio de 2008, 06:05h

Cuando el 26 y 27 de junio de 2008 los campesinos cocaleros decidieron expulsar de los Yungas del departamento de La Paz a la Agencia de Cooperación para el Desarrollo de los Estados Unidos (USAID), generaron un conflicto diplomático acusando al embajador Philip Goldberg de utilizar los fondos del desarrollo para acciones de sabotaje en contra del gobierno de Evo Morales. Este tipo de incidentes son una carta común desde los años noventa; lo que sí es fundamental debatir gira alrededor de la gran red de intereses institucionales y burocráticos que se han reproducido desordenadamente con motivo del discurso de la guerra contra las drogas, desarrollo alternativo e interdicción.

El problema del narcotráfico ya no descansa en si la coca es o no cocaína, o en si el desarrollo alternativo puede resucitar fortalecido sin contar con el cordón umbilical ligado al imperialismo estadounidense. Todo gira en relación a una madeja que representa una verdadera cabeza de Medusa: intereses económicos y políticos de los sindicatos cocaleros, intereses de las instituciones que se benefician con la lucha antidrogas y paupérrimas políticas exteriores de diferentes gobiernos que no pueden controlar los imperativos norteamericanos. En la cabeza de Medusa todo es motivo de sospecha y no existe la posibilidad de construir distintos escenarios para el diálogo porque todo parece convertirse en un sórdido laberinto de piedra donde los ecos rebotan sin entendimiento.

La presión que ejerce el gobierno estadounidense hacia Bolivia en materia de narcotráfico y sustitución de cultivos puede ser calificada como una política para favorecer una oposición sistemáticamente destructiva que va socavando el sistema político democrático y fortaleciendo una  profunda ambigüedad moral, sin referencia a procesos de justicia transparente y sin plantear otra estrategia que pretenda llevar el narcotráfico hacia una solución viable, promoviéndose realmente una cultura imperial de amenaza permanente.

Para los campesinos del Chapare y los Yungas en Bolivia, aquella presión extranjera es un “medio” utilizado durante todo tipo de conflictos porque permitiría demostrar ante la conciencia colectiva boliviana que la producción de hoja de coca constituye un arma de resistencia cultural patriótica, de cohesión nacional, de autodeterminación política y bandera de defensa para los derechos humanos. 

Desde un comienzo, los mayores perdedores tanto de la imposición externa como de las acciones de hecho en el sindicalismo campesino, fueron los sucesivos gobiernos desde Hernán Siles (1983) hasta Evo (2008). Los resultados en veinticinco años de lucha contra el narcotráfico han sido lamentables: quiebra de la reconversión productiva promovida por el desarrollo alternativo en productos como frutas y hortalizas, así como erradicación violenta y diálogos bajos chantaje. El complejo coca-cocaína creció tanto que es inviable destruirlo en el corto o mediano plazo, ni siquiera por la fuerza.

Los discursos de confrontación directa, ruptura, presión violenta y las estrategias que los sustentan han fracasado históricamente con pruebas contundentes: Evo Morales fue elegido presidente de Bolivia en el año 2005 demostrando que la guerra de baja intensidad contra las drogas en Bolivia podía tener efectos contrarios a lo previsto por los intereses de Estados Unidos. Asimismo, el combate a la pobreza campesina no es un eje de la discusión ni prioridad para el Chapare y los Yungas porque estas zonas son relativamente más prósperas en comparación con la pobreza de los departamentos de Potosí, Oruro y Chuquisaca.

La verdadera contradicción de este tipo de problemáticas complejas radica en la “construcción burocrática de la realidad”, donde las Naciones Unidas, los organismos de cooperación para el desarrollo, organizaciones no gubernamentales, USAID, sindicatos campesinos y el Ministerio de Gobierno en Bolivia, se adaptaron a un verdadero “estilo de vida” para alarmar a la opinión pública nacional e internacional sobre las condiciones destructivas del circuito coca-cocaína. Esto será difícil de romper por lo complicado que es combatir los prejuicios y las ilusiones de aquellos actores sociales, políticos e institucionales que se benefician de múltiples formas al calor de estos conflictos. Por esto, todos los actores involucrados mienten y siempre falsearán la realidad.

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