Cuando el caudillo bolivariano Hugo Chávez habla de Venezuela y de su presupuesto nacional lo hace en primera persona: “Yo compro”, “yo vendo”, “yo regalo”, “yo decido”,…
Hace bien en decirlo, porque es verdad. Siglos después de la separación de los bienes de la Corona y los del
Estado, este monarca republicano, este príncipe absolutista, ha vuelto a la confusión original de ambos conceptos. Por eso, al decidir la estatalización del Banco de Venezuela, propiedad del BSCH, puede afirmar enfáticamente: “Lo nacionalizo”, “lo compro”. Y no lo hace porque ello resulte beneficioso para su país —ya nadie cree en los efectos taumatúrgicos de la nacionalización bancaria—, si no porque Emilio Botín iba a venderlo a otro empresario, Víctor Vargas, propietario del Banco Occidental de Descuento. Pero eso sí que no: el sector privado venezolano debe estar sometido al designio revolucionario del mesiánico líder populista. Faltaría más.
Las leyes de mercado y la lógica económica no son, pues, cuestiones ante las que se arredre el ex coronel golpista. Bañada Venezuela por un mar de petróleo, las regalías del oro negro no han mejorado sensiblemente la situación del país, en el que se mantiene una alta tasa de pobreza, el incremento del consumo convive con una inflación superior al 30 por ciento y no se han realizado inversiones que garanticen un crecimiento económico futuro.
Los ingresos petroleros sirven para la exportación por los Andes de la revolución chavista y para generosas y demagógicas donaciones de su creador. Así, premia a España tras su reconciliación con Juan Carlos I, ofreciéndonos 10.000 barriles diarios con un descuento del 20 por ciento de su valor. Hace tiempo que lleva haciendo lo mismo, a precio de saldo, con la cuba de Fidel Castro y la Bolivia de Evo Morales. Hasta se permitió en 2006, en un gesto de osadía, regalar gasolina a los pobres del sur del Bronx neoyorquino.
Al fin y al cabo, los dineros del Estado son de su presidente y le sirven, como evidenció la información aprehendida al guerrillero colombiano Raúl Reyes, hasta para financiar a los narcoterroristas de las FARC.
Gracias, por consiguiente, a la masiva explotación petrolera, Hugo Chávez dispone de grandes sumas para gastar como y cuando quiera. Ello no le hace ni mejor ni más progresista que otros dictadores también beneficiarios, ellos y sus familias, del preciado combustible, como son Teodoro Obiang o Muhammad el Gadafi, aunque, eso sí, los países auténticamente democráticos acaban por bailarles el agua a todos ellos por la miserable cuenta que les tiene. Luego, claro, pasa lo que pasa.