Reflexiones de un ex canciller de Pinochet

Hernán Felipe Errázuriz es un distinguido abogado que fue el último ministro de Relaciones Exteriores del ex dictador Augusto Pinochet, entre 1988 y 1990. También fue embajador de la dictadura en Washington, entre 1984 y 1988. Ahora es columnista y miembro del Consejo de Redacción del diario El Mercurio, donde el sábado pasado publicó un insólito artículo en el que parece burlarse del régimen al que apoyó con tanta diplomacia. El tema de su columna es el poder de la información… cuando esa información permanece oculta a los ojos y oídos del país.

“Que la información es poder, no hay duda. Y cuando no está en el público, el poder es superior”, afirma el ex canciller. ¡Digno de Machiavello!... Sólo que lo explica ahora, veinte años después de colaborar con un régimen que suprimió la libertad de expresión, proscribió los partidos políticos y los sindicatos, clausuró el Parlamento y aplicó una estricta censura en los medios de comunicación que sobrevivieron porque le eran afines. De ese modo los chilenos sólo pudieron conocer “la información oficial”, aquélla que la autoridad permitía, aunque no fuera real sino un dramático disfraz de la verdad.

Bajo el principio de que  cuando la información no es pública “el poder es superior”, la “Caravana de la Muerte” recorrió el país en octubre de 1973 y asesinó a decenas de opositores sin que la información trascendiera. En el mejor de los casos –tal vez cabría decir, el peor de los casos-, los comunicados de la época “informaban” que algunos de esos prisioneros habían muerto porque intentaron escapar, es decir, por la “ley de fuga”.

Ese mismo principio se aplicó con más de un millar de desaparecidos. Pinochet nunca admitió que sus agentes los detuvieron, los torturaron, los asesinaron, los sepultaron en tumbas clandestinas o los lanzaron al mar desde el aire. Cuando los crímenes trascendían en el rumor de boca en boca, la versión oficial aseguraba que “el extremista murió en un enfrentamiento” o “en un confuso incidente” con las fuerzas del orden. En Chile, según las fuentes oficiales, nunca hubo torturas, ni cárceles secretas, ni autos sin patentes que llegaban de madrugada a las casas de los opositores para llevarlos hacia un destino incierto. Porque cuando la información permanece en la oscuridad “el poder es superior”.
 
Pero Errázuriz va aún más lejos. Y admite que, a pesar de sus ventajas, puede ser peligroso ocultar información:
 
“Es una ventaja formidable para los negocios del titular, que puede provocar enriquecimientos ilícitos”, advierte con notable clarividencia. ¿Es acaso una sutil alusión a los 28 millones de dólares que acumuló Pinochet, parte de los cuales fueron descubiertos en cuentas secretas que mantenía en el Riggs Bank de Estados Unidos? ¿Se refiere acaso a las propiedades que adquirió en el elegante barrio de La Dehesa, en las montañas de El Melocotón, en la tranquilidad costera de Los Boldos, en Viña del Mar o en Iquique?

“El mayor esfuerzo para evitar estos abusos debe ser atacar la cultura del secretismo, la raíz del uso indebido de la información reservada”, propone ahora el ex ministro. Su consejo parecería ser otra indirecta referencia, esta vez a los millonarios “gastos reservados” que realizó el presidente de facto. ¿O quizás Errázuriz estaba pensando en las “leyes secretas” que aplicó la dictadura para otorgar legitimidad a sus acciones ilegítimas?

Pero es necesario aclarar que el análisis del ex canciller fue motivado por la filtración de información mercantil, en las fallidas negociaciones de dos grandes empresas. Por eso, con sana diplomacia, el analista concluye que “la transparencia instantánea podría perjudicar algunos negocios, pero también evitaría abusos, enriquecimientos indebidos y desconfianzas en el mercado. Siempre ha sido mejor prevenir que curar”.

Lo que no dijo el distinguido abogado es que hay heridas incurables.

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Enrique Fernández
Periodista
Profesor universitario