Leo con preocupación en los diarios la creciente cifra de rechazo ciudadano a la conducta de los actuales parlamentarios. Como bien han señalado agudos editoriales en la prensa, se ha vuelto común que casi semanalmente los medios de comunicación den cuenta de nuevos escándalos provocados por nuestros congresistas.
He tenido el honor de servir al país y a Arequipa como diputado en cinco oportunidades a lo largo de mi vida. Me tocó participar de Congresos en momentos de grave crisis, con situaciones políticas complicadas, algunos de los cuales se vieron truncados por golpes militares; sin embargo, nunca me ha tocado presenciar un espectáculo tan lamentable como el que acontece en los últimos tiempos.
El principal problema pareciese estribar en que hay quienes ven la labor parlamentaria no como una labor de servicio sino como una actividad económica más, donde se prefiere el lucro y los intereses personales por encima de los intereses de la patria. El tema que aparece vinculado con los "gastos operativos" es un claro reflejo de la situación que se vive en ese poder del Estado y de cómo se ha desvirtuado la labor del congresista.
A lo largo de mis cinco periodos de servicio y pese a no contar con las facilidades en el transporte de las que se dispone ahora, nunca dejé de recorrer las provincias de Arequipa y los más alejados pueblos para dialogar con su población, a la cual representaba. Y al igual que mi experiencia, encontramos el caso de cientos de parlamentarios que lo hicieron. Ninguno de nosotros contó con los llamados "gastos operativos" que reciben los actuales congresistas, y ello no impidió que cumpliéramos eficientemente el encargo que se nos confió en las urnas. Entendíamos que parte esencial de la labor era la de representación y no solo no esperábamos ningún tipo de retribución por ella, sino que la misma era cumplida con nuestros propios emolumentos.
Ahora pareciese que la labor de representación es un tema ajeno al trabajo parlamentario, por el cual el congresista debe recibir una compensación económica. A ello se le suma la falta de transparencia en torno a cómo se utiliza el dinero de dicho concepto, completando la imagen que hace del Congreso una institución impopular. Sin duda existen buenos congresistas que salvan responsabilidad en dicho diagnóstico, pero lamentablemente el número de casos de irregularidades es creciente, y parece que cada Congreso que pasa es peor que el anterior.
¿Cómo revertir esta situación? Existen una serie de interesantes propuestas al respecto. Algunas se refieren al sistema mismo de elección, como la eliminación del voto preferencial que reforzaría la responsabilidad de los partidos políticos. Otras reviven el antiguo planteamiento de la renovación por tercios que generaría un mecanismo de depuración de los Congresos. El brillante ex congresista Henry Pease, en su reciente trabajo sobre el tema, propone que el Parlamento no sesione una semana al mes para que los congresistas visiten su circunscripción, sugiere una oficina de Apoyo Parlamentario por circunscripción para enriquecer la labor legislativa, y, lo más importante, plantea un mecanismo de vacancia automática para los malos congresistas.
Sin embargo, ninguna medida será suficiente si es que el nivel moral e intelectual de nuestros representantes no está a la altura de la alta responsabilidad que han asumido ante el país. Para ello, es necesario emprender una cruzada cívica a nivel nacional que revalorice la labor política y asegure que los mejores elementos de la sociedad ingresen a ella. Caso contrario, la mesa estará servida para un nuevo autoritarismo de similares características de aquellos que intentaron destruir la institucionalidad y la decencia de nuestra frágil democracia.
Javier de Belaunde Ruiz de Somocurcio (Perú).
* Columna publicada originalmente en el diario
La República