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La quiebra del Estado de bienestar

La quiebra del Estado de bienestar

domingo 14 de septiembre de 2008, 11:05h
El comienzo del curso escolar, este lunes, sirve para que algunos medios y personajes vinculados a la oposición critiquen el estado de la educación en España. Mientras, las autoridades de los dos departamentos competentes –aún no se ha explicado bien por qué se desgajó la Universidad del Ministerio de Educación—no han protagonizado, es la verdad, la ofensiva de imagen que era esperable: escasas y demasiado selectivas apariciones en los medios y, en general, poca solemnidad ante este nuevo curso que llega con el ya casi tradicional varapalo de la OCDE a la calidad de la enseñanza en España.

Aún faltan unos días para el inicio del curso judicial –ya se sabe que la apertura oficial se ha postergado para propiciar la sustitución del actual presidente del Consejo del Poder Judicial y del Supremo por otra figura más cara al gobierno de Zapatero--, pero tengo para mí que este sector clave está ahora sometido a no menor polémica que el educativo. O el sanitario, donde se libra una auténtica batalla soterrada, autonomía por autonomía, en torno a la mismísima definición del modelo actualmente vigente: en algún momento estallará, en toda su magnitud, la aún semisubterránea polémica entre la sanidad pública y la privada. Ya hubo algún conato de divergencia, acallada en el pasado congreso del partido socialista en Madrid, y puede que la haya en el del PP madrileño, el próximo fin de semana, aunque en este caso será igualmente colocada de manera urgente la sordina.

Educación, sanidad y justicia son, a mi juicio, los pilares de un Estado democrático de bienestar. Si esos pilares están permanentemente sometidos a polémica y sus fundamentos son controvertidos, mala cosa. Sobre todo, cuando ese Estado ha de extenderse, y así debe de ser, a más de dos millones de inmigrantes que han irrumpido en España, para ciertamente enriquecerla, en menos de una década, lo que ha exigido adaptaciones y parches de urgencia. Las divergencias sobre algunas cuestiones básicas –inmigración, Justicia-- se han  puesto de manifiesto incluso en el Consejo de Ministros, donde la vicepresidenta De la Vega, que es quien cuida la cohesión y las esencias con las que Zapatero hace a veces juegos malabares, ha tenido que reprender en alguna ocasión a ciertos ministros que se han ido de la lengua. Y donde, por cierto, se han apreciado críticas en privado a la actividad (o, más bien, inactividad) de algunos ministros/as que están en la mente de todos: entre ellas, las dos relacionadas con el sector educativo.

Claro que el malestar, que se entierra cuando es época de vacas gordas, se aviva, se muestra en público, cuando las vacas vienen flacas, como es el caso. Y es en los momentos de crisis cuando, desoyendo la máxima ignaciana, algunos aprovechan para tratar de hacer mudanzas y cambios, introducir polémicas paralelas o incluso hacer revisiones a la Historia (ahí tenemos el debate, amparado sin duda desde el poder político, acerca de los crímenes del franquismo) que puede que resulten interesantes y hasta necesarias, pero que ahora quizá resulten inoportunas. Pero hay cosas con las que no se puede jugar, y  por supuesto el gobierno lo sabe: ni con la unidad del Estado –y no han faltado chispazos preocupantes en los últimos días, ni faltarán en los próximos—ni, menos aún, con el Estado de bienestar, del que España ha disfrutado y disfruta, aunque algunos traten de ponerlo en almoneda, vaya usted a saber por qué y para qué. 

Sería bueno que, al margen de cuestiones electoralistas y puntuales, los dos grandes partidos nacionales aprovechen sus cónclaves para hacer una reflexión en este sentido, una reflexión que vaya más allá de la pelea en torno a las inexistentes soluciones internas para una coyuntura económica cuya clave es básicamente internacional.
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