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Decálogo para el futuro

Decálogo para el futuro

viernes 13 de diciembre de 2013, 09:23h
En estos convulsos tiempos que corren, es una opinión generalizada que la política esté inmersa en una profunda crisis que, combinada con la inestabilidad económica, ha derivado en un intenso desprestigio y en una profunda desafección que afectan al conjunto de nuestras instituciones. Parece como si los ciudadanos, tras la explosión de confianza en la política que fue característica de la Transición, hubieran abjurado de ella y estimaran que la política no les proporciona ninguna de las soluciones que requieren estos nuevos tiempos.

A esa situación colaboran ciertos sectores conservadores que, sobre la máxima de "si hemos de hundirnos, mejor todos juntos", no dudan en azuzar la desazón ciudadana con la política con el objetivo de salpicar a todos los partidos e instituciones, justo ahora que la derecha en el poder sufre una grave erosión que en buena medida se explica por su falta de respeto a los ciudadanos.

Sin embargo, frente a esa actitud abiertamente irresponsable, este es el momento en el que la clase política debe tomar la iniciativa para buscar soluciones y generar una estrategia que permita a la sociedad recuperar la confianza en la política y en los políticos como el medio más adecuado para hacer frente a los problemas que aquejan a nuestras sociedades. Hacerlo es imprescindible, porque fuera de la política en democracia solo existe el frío glacial del autoritarismo de los regímenes no democráticos y de la imposición frente al consenso.

La clave de la cuestión está por lo tanto en determinar cuáles han de ser las medidas que permitan recobrar la confianza de los ciudadanos en la política como el mejor instrumento para transformar y hacer avanzar a las sociedades. En mi opinión, esas medidas se podrían resumir en el siguiente decálogo:

1.- En primer lugar, es necesario tomar la iniciativa política de escuchar, percibir y entender lo que la calle dice en cada momento. No cabe en el seno de una democracia avanzada, como sin duda debe ser la nuestra, gobernar como déspotas más o menos ilustrados sin prestar atención a lo que la sociedad a la que servimos dice en cada momento. Escuchar no quiere decir actuar políticamente al dictado de las encuestas de opinión o de los mensajes y consignas que en cada momento puede trasladar el complejo mundo de los medios de comunicación, omnipresentes en las sociedades modernas. Todo lo contrario; escuchar las demandas de los ciudadanos y convertirlas en acción política requiere realizar una compleja labor de percepción y decantación de lo que nuestra sociedad en su conjunto piensa en cada momento.

Para ello es necesario abrir un proceso de deliberación permanente entre representantes y representados, que supere la tendencia a limitar la participación política a los procesos electorales y que extienda el diálogo con la ciudadanía a lo largo de todo el proceso de toma de decisiones. En todo caso, esta nueva forma de implicar a la ciudadanía y de tener en cuenta sus opiniones y percepciones a la hora de impulsar una u otra medida, no implica transitar hacia formas de democracia directa que constituyen una bonita utopía que, además de irrealizable, puede ser peligrosa para garantizar la gobernabilidad, especialmente en momentos como el actual.

2.- En segundo lugar, es necesario profundizar en nuestra democracia. El devenir de los tiempos se nos ha demostrado, de una manera especialmente intensa, que una sociedad no se convierte en democrática por el mero hecho de otorgarse una Constitución o votar periódicamente. La democracia, a diferencia de los regímenes autoritarios, no se impone sino que es necesario que sea asumida, integrada y convertida en parte del código genético de nuestra convivencia. Lamentablemente, cada día sufrimos la poca calidad democrática y la anémica educación en valores estrictamente democráticos que aqueja a la clase política de nuestro país y, reconozcámoslo, en general a nuestra ciudadanía. A mi juicio, éste constituye uno de los problemas más graves a los que nos enfrentamos.

3.- Ligado a lo anterior está la necesidad de que los políticos hagamos el esfuerzo de doctorarnos en democracia, en hábitos, usos y costumbres democráticos. Una vez demos ese paso imprescindible, deberemos transmitir esa forma de entender la convivencia en democracia a nuestra ciudadanos y tendremos que hacerlo todos los días, en cada uno de nuestros comportamientos, en cada uno de nuestros gestos y en cada uno de nuestros actos.

Así debemos entender la ejemplaridad de la política que corresponde ejercer a los responsables públicos y que debemos completar con la obligación de hacer pedagogía para trasladar a los ciudadanos que la convivencia basada en la igualdad, la libertad y la justicia exige realizar intensos esfuerzos para rebajar tensiones y tejer acuerdos, para entender a quien piensa diferente y trabajar juntos para enfrentar las dificultades. Esta forma de entender la vida en un espacio público compartido nos hará mejores como individuos y como sociedad.

4.- Sin duda, debemos tener una estrategia para seguir progresando y garantizando la cohesión social cualquiera que sea la coyuntura de cada momento. Los últimos años nos han demostrado la fragilidad del Estado del Bienestar que tanto nos había costado construir.

Es cierto que transitamos por una crisis especialmente dura y prolongada, pero no deja de ser también cierto que a parte de nuestra clase política le está costando muy poco desmontar ese Estado del Bienestar que habíamos construido entre todos. Lo hacen sin ningún reparo, hasta el punto de que a veces nos asalta la duda de si realmente creían en él, de si lo sentían como propio, como una conquista de nuestro tiempo. Con todo, lo más dramático es el coste en términos de cohesión social y de igualdad, que costará muchos años subsanar.

Una sociedad profundamente democrática, a la que sin duda debemos aspirar, no puede asumir impasible esa factura: una crisis, por dura que sea, no se puede superar a costa de los sectores más débiles de nuestra sociedad, sino a través de medidas que favorezcan la equidad mediante un esfuerzo colectivo que debe ser mayor para aquellos que más tienen y que están mejor situados. Una sociedad realmente democrática no puede resolver una crisis expulsando de su seno a los más débiles, debilitando la cohesión social y menoscabando la igualdad de oportunidades.

5.- Necesitamos perfeccionar el funcionamiento de algunos elementos esenciales de nuestra democracia que no forman parte de los poderes públicos pero que, sin embargo, tienen una influencia determinante en la percepción y calidad de nuestro sistema político. Son los denominados "poderes fácticos", singularmente los medios de comunicación, a través de los cuales los gestores de lo público y la clase política en general se comunican con la sociedad.

En este sentido, debemos mejorar nuestro sistema de medios de comunicación, con el objetivo de que sus contenidos reflejen con más fidelidad la realidad y dejen de estar condicionados por determinados grupos de presión, intereses políticos espurios o incluso estrategias personalistas de imposición de ideas. No hay democracia real sin una prensa libre, lealmente comprometida con la difusión de los valores y principios democráticos y firmemente implicada en la búsqueda de la transparencia y la exigencia de responsabilidades. Por eso, debemos recuperar el vigor de unos medios de comunicación que han jugado un papel esencial en nuestra historia reciente, porque no es posible ahondar en democracia con medios que combinan información y propaganda o que intentan imponer determinadas formas de ver la realidad.

6.- Necesitamos también reconectar el discurso político con las demandas que realizan los ciudadanos para resolver sus problemas. En definitiva, necesitamos avanzar en nuestros planteamientos ideológicos para acabar con esa sensación tan habitual de que los partidos clásicos están anclados en el pasado y únicamente son capaces de dar respuestas de ayer a los problemas de hoy. Esa evolución requiere reformar profundamente la estructura y funcionamiento de nuestros partidos políticos.

Debemos acabar con el modelo de organizaciones políticas en las que los puestos de responsabilidad se ocupan en función de cuotas de poder en lugar de cuotas de talento, preparación y capacidad, porque no siempre poder y competencia, control orgánico y aptitud, van unidos. Finalmente, debemos evitar que los partidos se conviertan en agencias de colocación, en generadores de carreras políticas profesionales. En una democracia avanzada, los partidos deben ser instrumentos para elegir a los mejores, por medios lo más democráticos y transparentes posibles, y no para convertirse en entes que tienen como fin principal impulsar trayectorias profesionales. En política se debe estar para aportar y no para subsistir.

7.- Es necesario también romper los miedos a adaptar nuestra Constitución a los nuevos tiempos. Hay que reconocer que tanto su elaboración como sus resultados son ejemplares, pero no es menos cierto que, tras 35 años, ha demostrado sus limitaciones para dar solución a los nuevos problemas. Por lo tanto, no debemos tener complejos en convertir nuestra Carta Magna en una norma viva que esté perfectamente adaptada a este tiempo. Sin duda, esas reformas deberán ajustar nuestro modelo territorial, a través de un pacto constitucional renovado porque, aunque es cierto que la decisión acerca de por dónde debemos conducir nuestra estructura territorial es una decisión de todos, la mayoría debe esforzarse para que las minorías se encuentren cómodas en un espacio compartido.

8.- A la vez que readaptamos nuestro modelo constitucional, debemos reformar profundamente nuestro sistema parlamentario y nuestro entramado institucional. No podemos continuar con un sistema en el que las normas de funcionamiento tienen más de un siglo y en el que demasiada gente se pregunta por el sentido de órganos que no justifican su existencia por sí mismos. No estamos en un momento en el que tenga sentido mantener entes que no son capaces de explicar a la ciudadanía su propia existencia. Debemos reformar profundamente los reglamentos de las Cámaras, que muchas veces se muestran profundamente anquilosados para hacer frente a nuestros problemas: no se puede transitar por el universo digital con una maquinaria a vapor.

9.- Regenerar nuestra democracia y reconectar desde la política con los ciudadanos exige a los poderes públicos hacer todo lo necesario no solo para sancionar los supuestos de corrupción sino para prevenir que esa corrupción se produzca. Nada daña más la confianza de los ciudadanos en sus instituciones y en sus representantes que la corrupción. Por eso, es perentorio que los partidos políticos afectados por la corrupción muestren con una respuesta mucho más contundente y clara su más frontal oposición a este fenómeno, sin excusas, explicaciones inverosímiles o diferidas y alambicados discursos ambiguos.

Sin embargo, más allá de la nítida posición de rechazo a la corrupción por parte de los partidos políticos, es necesario que se establezcan las condiciones más adecuadas por parte de los responsables gubernamentales para que tanto las Fuerzas y Cuerpos de Seguridad del Estado como jueces y fiscales puedan desarrollar su labor de lucha contra la corrupción en las mejores condiciones posibles, lo que multiplicará la eficacia de sus actuaciones.

10.- Finalmente, es necesario avanzar y profundizar en los derechos y las libertades de los ciudadanos. La democracia se define por construir y consolidar un escenario de libertades con vocación de ampliación constante. Por lo tanto, no es asumible que en democracia partidos con una amplia base social y amplios apoyos electorales propugnen reformas que afectan y atacan elementos y derechos inherentes a la calidad de nuestro sistema de convivencia. En este sentido, no es aceptable que se propugnen normas que restrinjan derechos tan indiscutibles como los de reunión, manifestación y libertad de expresión, que constituyen la esencia de una democracia que exige a los poderes públicos asumir sin estridencias las críticas, las manifestaciones y las protestas de los ciudadanos.

En definitiva, frente a quienes quieren cambiar para que todo siga igual, nuestra responsabilidad es coger aire y refundar nuestra democracia para acercarla a los ciudadanos y ofrecerles nuevos cauces de participación, garantizar la cohesión social y la integración de las minorías en un proyecto común y compartido e impulsar nuevos mecanismos que fomenten la transparencia, la ejemplaridad pública y la ampliación de derechos y libertades. Lograr este objetivo debe ser un proyecto compartido por toda la sociedad y que requiere tiempo, trabajo y, sobre todo, voluntad de cambio y modernización.

Sin embargo, de una vez por todas, debemos volver a asumir que el liderazgo de ese cambio le corresponde a la política. Por eso es tan importante recuperar la confianza de los ciudadanos y hacerlo ya. Antes de que sea demasiado tarde.


[*] Antonio Camacho, miembro de la Carrera Fiscal y Judicial, ha sido secretario de Estado de Seguridad y ministro del Interior y es diputado socialista por Zamora
 
 
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