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¡Sapristi!

martes 08 de marzo de 2022, 08:47h

Leyendo el libro del gran actor italiano Vittorio Gassman Un gran porvenir a la espalda, la “autobiografía más hollywoodiana y más impúdicamente italiana” que recordarse pueda, al decir del periodista Giovanni Arpino, doy, que no me topo, con una interjección ya casi olvidada, ¡Sapristi!, que sin embargo formó parte de mi cotidianidad infantil y juvenil como expresión frecuentísima de los héroes que protagonizaban los tebeos y álbumes que en aquellos lejanos tiempos devoraba con fruición y deleite.

¡Sapristi! era expresión al uso entre los personajes de Tintín, de Anacleto, agente secreto, de Mortadelo y Filemón, de El Capitán Trueno de El Jabato y de otros muchos que ahora no consigo hacer traer a mi memoria.

Nunca se me ocurrió buscar el significado en el diccionario porque de sobra sabía que se trataba de una interjección sorpresiva en eufemismo que la RAE define como: “Manifestación suave o decorosa de ideas cuya recta y franca expresión sería dura y malsonante”. Algo así como ¡coño!, ¡joder!, ¡hostia! ¡carajo!, ¡la puta!, o ¡cojones!, pero dicho en fino y políticamente correcto disimulo. Lo curioso es que, mientras las antedichas figuran en el diccionario de la Academia, ¡Sapristi! brilla por su ausencia.

A mayor abundamiento olvidativo en el “libro gordo” también están referenciadas todas y cada una de las voces que los distintos autores ponían en boca de sus personajes para sortear la férrea censura del momento, tales como ¡Atiza!, ¡Canastos!, ¡Caracoles!, ¡Caramba!, ¡Carámbanos!, ¡Carambolas!, ¡Caray!, ¡Cáscaras!, ¡Cáspita!, ¡Corcho!, ¡Córcholis!, ¡Diantre!, ¡Pardiez!, ¡Rayos y centellas! (esta muy de Goliat, el inseparable amigo de El Capitán Trueno), ¡Recórcholis!, ¡Repámpanos!, o ¡Troncho!, aunque justo y oportuno es decir que esta última fue de uso casi exclusivo en las novelas juveniles de Guillermo Brown, que inventó el primer traductor al español de la obra de Richmal Crompton, el escritor y académico asturiano Guillermo López Hipkiss, como transposición de la voz crumbs, que viene a significar migajas, sobras o porciones o pedazos de algo.

Por lo que se refiere a nuestro ¡Sapristi!, aún sin reconocimiento académico oficial, todo parece indicar que se trata de una interjección que proviene del francés Sacristi! a su vez deformación de Sacré o Sacré Christ; en definitiva, una blasfemia atenuada y bien disimulada.

Sin embargo, no parece ser este el origen que Vittorio Gassman le atribuye.

En sus recuerdos de infancia evoca las frecuentes y alborotadas discusiones entre sus padres, en las que cobraba especial protagonismo la figura paterna, el ingeniero alemán Heinrich Gassman, quien, según su hijo: “… reunía en todo la idea de lo gigantesco, estatura, voz, cólera, románticos abandonos y ternuras”.

En uno de aquellos altercados, nos dice Vittorio: “… mi padre dio, sin más, un portazo habiendo dicho que se largaba, “Sapristi!”, y esta media blasfemia teutónica resonó en mis oídos como el anatema de un numen del Walhalla”.

Todo apunta a que el juicio del actor tenga escaso fundamento. De un lado porque no hay una interjección en alemán que recuerde a la nuestra, y de otro porque la blasfemia, literal o mitigada, es propia de personas bastante religiosas, que no era este el caso.

Heinrich era un hombre alejado de Dios, aunque: “… había subsistido en él una fe rudimentaria que lo vinculaba a una infancia y una familia de sólida tradición católica”. Ese atavismo de fondo se mezclaba, por lo que sabemos: “… con un fuerte sentido del juego y la camaradería goliardesca: mantenía relaciones confidenciales, más que de fe, con algunos santos”. Especialmente con san Antonio, al que consideraba un colega leal, legal y dispuesto a llegar, llegado el caso, a algunos acuerdos de reciprocidad, al punto de que, sigue en confesión Vittorio: “… aplicaba precisas tarifas según las ocasiones: mi curación de los oídos le costó, digámoslo, unas veinte liras, mi ingreso en el liceo, unas treinta, y así sucesivamente”.

Hace un par de años, Fernando Pellicer Melo, brillante docente de la escuela pública canaria y autor del blog OkupaTik.com, un poco de TIC y un poco de TOC, hacía una entrada en su diario digital con el título De ¡Atiza!” a “¡Zambomba!”, 20 palabras que merecen una segunda oportunidad, en la que empezaba diciendo: “Las palabras definen a las personas y también, en gran medida, las épocas. Si has sido, como supongo, lector de literatura infantil, novelas de aventuras o cómics clásicos seguro te habrás tropezado a lo largo de los años con infinidad de expresiones curiosas, que, incluso en su momento, parecían ya vetustas. Insultos, interjecciones y exclamaciones de todo tipo, que en su mayoría, nadie de tu entorno utilizaba pero que el boca de Guillermo Brown, Tintín o el mismísimo Capitán Trueno, se diría que encajaban a la perfección”.

Insultos, interjecciones y exclamaciones; en definitiva, palabras, y aquí me remito a José María Romera Gutiérrez, experto en filología románica, catedrático de Literatura de Enseñanza Media en el Instituto Navarro de Bachillerato a Distancia y colaborador habitual en diarios del grupo Vocento, que: “… envejecen con nosotros y tal vez morirán también cuando nos vayamos”.

Palabras que importan mucho; todo, cuando lo mejor del porvenir, como en la autobiografía de Gassman, está ya a la espalda.

Sin lamentaciones, pero con un reproche muy de Vittorio: “El único error de Dios fue no haber dotado al hombre de dos vidas: una para ensayar y otra para actuar”.

¡Sapristi!

Miguel Ángel Almodóvar

Sociólogo y comunicador. Investigador en el CSIC y el CIEMAT. Autor de 21 libros de historia, nutrición y gastronomía. Profesor de sociología en el Grado de Criminología.

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