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Diario de una pesadilla (7)

sábado 28 de marzo de 2020, 16:39h

El sol se abre paso en este sábado de confinamiento. Da la sensación de que el tiempo se hubiera detenido. No se oye ni un ruido en la calle. Madrid parece una ciudad fantasma. No suenan tampoco los teléfonos. Es un sábado atípico, en un confinamiento atípico con una crisis sanitaria atípica. ¡Qué ganas de volver a la normalidad! ¡A la rutina!

Nunca me ha importado menos un cambio de hora. Me da igual que hoy a las dos de esta madrugada sean las tres. Desde el estado de alarma siempre me dan las tres antes de acostarme. Duermo poquísimo. Los miedos y los fantasmas aparecen de noche. Procuro agotarme leyendo, que el sueño me venza. Jamás salgo a su encuentro. No puedo.

Dentro de la negritud, hay algo positivo. Me encantan las llamadas de vecinos y comerciantes amigos para preguntar cómo estamos de salud. Se ha establecido como una red de conocidos donde procuramos ayudarnos y contarnos los avances en las terapias que hemos oído, leído o visto en los medios de comunicación. Es una forma de darnos moral porque la situación es difícil de sobrellevar.

Me dice mi amigo el filósofo Javier Sádaba que la filosofía puede dar respuestas a estos momentos. Es una herramienta para entender nuestra propia existencia. No hay forma de vivir, sin encerrar una idea determinada de filosofía. No todos respondemos igual a las preguntas de quién soy yo, o quiénes son los otros y cómo fueron las acciones en el pasado y cómo serán las que nos quedan por vivir. Detrás de todo comportamiento hay una forma de entender la vida, una reflexión sobre la causa de las cosas, sobre el hombre y sobre el universo. Creo que pensar en todo lo que nos está pasando y en la capacidad de adaptación y resistencia del ser humano, es bueno en estos momentos.

También es bueno, tener nuestras vías de escape para todo lo contrario, no pensar en nada. Descansar nuestra mente de todo lo que oímos y leemos en estas últimas horas. Yo estoy “enganchada” a una serie danesa que se “Born”, “El Puente”. Me encanta su protagonista, Saga. Una mujer, una investigadora de homicidios, que no tiene capacidad de mentir, su trastorno médico la lleva a decir y a hacer lo que siente. Es terrible porque te convierte en un ser nada empático. Tampoco es necesario que continuamente nos digan la verdad. Ya sabemos nosotros que al mirarnos al espejo no reconocemos a quién vemos. Calculo que todos hemos envejecido. Yo al menos, sí. No veo a quién fui ni tan siquiera a quién soy. No tengo estos días capacidad para decir la verdad a lo Saga. No. Procuro en las cifras encontrar esas que me dan esperanza. El número de los que se curan. Por cierto, cada día son más. Las otras estadísticas no las quiero saber. Ya me llegan en cascada a través de amigos que han perdido a familiares. Ya las se sin necesidad del dato exacto.

La vida merece la pena. Pelear por ella merece la pena. ¡Son tantas cosas las que nos quedan por hacer! Me da esperanza saber que algunos gobiernos, como el francés, han autorizado la cloroquina para pacientes graves del Covid-19 en los hospitales del país. En Madrid esos medicamentos están agotados. Las farmacias dicen no tenerlos. Imagino que los pacientes que los necesiten para sus dolencias: lupus, artritis reumatoide…seguirán teniendo acceso a ellos. Desde que el infectólogo de Marsella, Didier Raoult, presentó la hidroxicloroquina como el remedio contra el coronavirus, este medicamento se ha esfumado de las farmacias de todo el mundo. Los estudios de este profesor parece que no han tenido los criterios habituales de evaluación científica. En varios países europeos ha comenzado este tratamiento de manera experimental. Sería bueno que preguntemos si España está entre esos siete países que ya lo han empezado a utilizar. En la próxima comparecencia de Fernando Simón, el director del Centro de alarmas y emergencias, lo preguntaré. ¡Buen sábado a todos!

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