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Crítica de la obra 'Un millón de horas': teatro y humor en vena

Crítica de la obra 'Un millón de horas': teatro y humor en vena

lunes 22 de noviembre de 2021, 07:56h

Hay a quien le gusta clasificar y lo hace con todo. El teatro no es la excepción: drama, tragedia, comedia, o profesional y amateur; con otras ramas del arte pasa otro tanto (en música se habla de clásica, jazz, rock, pop, country; en pintura, realista, impresionista, cubista…). Uno, que tiende a simplificar -supongo que por razones de oficio-, no quiere distinguir más que entre lo que le gusta o no, que es tanto como decir lo que le emociona, le atrapa, le conmueve, le irrita o le enamora. El sábado 20 de noviembre, en un centro cultural del madrileño barrio de Ventas, el Maestro Alonso, acudí a ver al escritor, profesor, hinduista, dramaturgo, director de escena y actor (entre muchas otras cosas), Enrique Gallud Jardiel, llevando a escena un monólogo propio, ‘Un millón de horas’, que él mismo dirige e interpreta.

El valenciano de origen (1958), aunque ciudadano del mundo lleva pisando las tablas desde su más tierna infancia (tendría 6 o 7 años cuando debutó), y me río yo de algunos profesionales que miran a los aficionados por encima del hombro. Gallud Jardiel no ha hecho nunca del teatro su profesión, supongo que, por falta de oportunidad, de voluntad, o de tiempo. De haberlo hecho, sin duda, no creo que hubiera podido firmar sus más de 200 libros como autor -entre ellos una deliciosa Historia cómica del teatro español (Ed. Verbum, Madrid, 2019)-, o tendría que dejar de ser profesor universitario, o renunciar incluso a otras obligaciones varias. No ha sido así, pero eso no le resta ni un ápice a la excelencia del autor, del director y del intérprete.

En ‘Un millón de horas’ -y durante casi 90 minutos-, un actor, Víctor Martel, se presenta ante el público en la antesala del cielo, esperando a ver si llegan las 4 de la tarde para poder abrir un sobre en el que consta ya la resolución final que le abrirá o no definitivamente esas puertas del paraíso. Entre tanto, y dado que se apercibe de la presencia del público, va desgranando ante este mil y una anécdotas y consideraciones de un hombre que ama el teatro y que ha vivido por y para él. Giras, repertorios, aventuras, desventuras, atropellos, abusos, situaciones embarazosas, vanidades y miserias de un oficio en el que “se miente mucho”.

En el escenario hay una mesita con una botella y un vaso encima, y una silla al lado que apenas si utiliza el actor a lo largo de la representación que discurre a luz fija. “Mi muerte... ni siquiera fue trágica, sino de lo más vulgar. Verán. Un día estaba en casa, así, en pijama; acababa de poner los garbanzos en remojo, porque siempre he vivido solo y me he tenido que apañar en la cocina; me disponía a beberme un refresco, porque recuerdo que tenía mucha sed, cuando... me morí. No me dolió nada, pero no fue grato, porque hasta que me di cuenta, tuve un despiste terrible…”. La naturalidad y la gracia del actor no parecen impostadas hasta el punto de que más de un espectador, embebido en la acción, le contesta como si el monólogo fuese una conversación íntima, bis a bis. Martel sale airoso de esos pequeños y probablemente frecuentes contratiempos de la representación…

Nombres de autores cómicos (Muñoz Seca, los Álvarez Quintero, Alfonso Paso, etc.) de obras cómicas o dramáticas (el Tenorio de Zorrilla, Los intereses creados de Jacinto Benavente, La venganza de Don Mendo, de Muñoz Seca, o La vida es sueño de Calderón…), de otros actores, de anécdotas personales o ajenas, de trucos para seguir adelante en el oficio y en el escenario. Y todo lleno de un humor inteligente, al alcance de mayores y chicos, sin rencores hacia nada y hacia nadie. Aunque tampoco faltan las andanadas contra la vanidad propia o de sus colegas…

No, la autocrítica tampoco falta, lo cual es el mejor indicio de que verdaderamente el autor, director y actor sabe ver la vida con humor: “me hablaron de un tal Enrique Gallud Jardiel, que escribía versos cómicos. Me puse en contacto con él. El tal Gallud Jardiel era un imbécil, un majadero, un cretino, más presumido que un mono…”.

Y así, de chanza en chanza, de anécdota en anécdota, de recuerdo en recuerdo, con el público ya totalmente entregado, olvidado de sus cuitas, sus deudas, sus dolores de cabeza, sus discusiones con hijos y vecinos, llegan ya las 4 de la tarde y el actor abre su sobre… Para saber si su vida de farandulero le da o no derecho a poder traspasar las puertas del cielo creo que lo mejor es que acudan a averiguarlo personalmente en cualquier otro escenario en el que se encuentren con la reposición de ‘Un millón de horas’, este monumento a la sonrisa, al oficio del teatro, y a la demostración de que no hay más que dos tipos de teatro, como de casi todo arte: el malo y el bueno. Este, desde luego, está incluido en el segundo por derecho propio. Divertidísimo…

‘Un millón de horas’

Texto, dirección e interpretación: Enrique Gallud Jardiel

Regiduría: Adia Gallud Balakrishnan

Centro Cultural Maestro Alonso, Madrid

20 de noviembre de 2021

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