El crecimiento económico de EE.UU. se contrajo inesperadamente en el primer trimestre debido entre otros factores al resurgimiento de los casos de COVID-19. No obstante, la demanda interna muestra solidez. Según el dato anticipado, el PIB cayó a una tasa anualizada del 1,4% entre enero y marzo. Fue el primer descenso desde la recesión inducida por la pandemia de hace casi dos años. En el cuarto trimestre la economía creció a un sólido ritmo del 6,9%. La caída de la producción reflejó un mayor déficit comercial y un ritmo moderado de acumulación de existencias, mientras que el gasto de los consumidores fue sólido y la inversión empresarial en equipos se aceleró considerablemente. Aunque los precios de los alimentos y la gasolina se han disparado, todavía no hay señales de que los consumidores estén frenando el gasto.
Mientras tanto, en Alemania, la inflación alcanzó en abril su nivel más alto en más de cuatro décadas, empujada por el gas natural y los productos petrolíferos. Los precios al consumo armonizados subieron un 7,8% en tasa anual, lo que supone un aumento respecto al 7,6% de marzo. La esperada ligera relajación de la presión inflacionista, que parecía tangible a la vista de la caída de los precios de la gasolina, una vez más no se ha materializado y justifica la petición de que el BCE abandone por fin sus vacilaciones en cuanto a la salida de su política monetaria ultralaxa. El Gobierno alemán prevé una inflación del 6,1% en 2022 y del 2,8% el año que viene.