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Helena Pimenta, directora de la Compañía Nacional de Teatro Clásico: "Hemos conseguido romper fronteras"

miércoles 23 de noviembre de 2016, 10:57h
Directora de la CNTC
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Directora de la CNTC

A la actual directora de la Compañía Nacional de Teatro Clásico (CNTC), Helena Pimenta, le cabe el honor de haber recogido la experiencia acumulada de sus antecesores y catapultar a la Compañía al zénit de su popularidad desde su creación, hace ahora tres décadas. Desde que, a los 20 días del estreno en Madrid de ‘La vida es sueño’, de Calderón, con una sublime Blanca Portillo interpretando un inolvidable Segismundo, se agotaran las localidades y se pusiera el cartel en todos los teatros en los que se presentó la obra, todos los montajes que han pasado por sus sedes (primero La Comedia, luego el Pavón, y de nuevo una remozada Comedia), se han contado por éxitos. No son solo palabras porque, en la temporada 2015/16, han sido cerca de 200.000 los espectadores que han acudido a ver sus propuestas teatrales.

Cada nueva temporada la CNTC echa el resto para montar un nuevo ciclo de espectáculos que sigan atrayendo a más y más público para disfrutar con nuestros clásicos del Siglo de Oro. El año pasado, además, subió también por primera vez a La Comedia el ‘Hamlet’ de Shakespeare, con Israel Elejalde, dirigido por Miguel del Arco, y nuestro teatro ha traspasado las puertas de los institutos y ha ido abriéndose también paso fuera de nuestras fronteras. No creo que Lope, Calderón, Tirso o Cervantes se hubieran atrevido a soñar que sus palabras sonarían tan lejos, con tanta intensidad, y con una acogida cada vez más cálida. Helena Pimenta ha sido la última artífice de una aventura teatral clásica tan singular como inesperada, y con ella nos disponemos a hablar…


J.M.V.-.- La compañía ha cumplido este año el trigésimo aniversario de su nacimiento, desde que Adolfo Marsillach la levantara en 1986. ¿Imaginas qué será de la CNTC dentro de otros 30 años? En todo caso, dónde te gustaría que llegase?

H.P.- El progreso de la CNTC durante estos 30 años de historia ha sido algo absolutamente inesperado. No creo que nunca los que la gestaron llegaran a pensar que esto podía llegar tan lejos. En estos 30 años creo que se ha conseguido lo que en otras estructuras se ha tardado 100. Lo digo, de verdad, sin ninguna presunción porque, además, yo solo he contribuido en una parte de todo lo conseguido. La institución se ha convertido en un espacio de referencia para la dramaturgia española, especialmente del Siglo de Oro, pero también para la dramaturgia anterior al siglo XX, desde el punto de vista de la escena. Y cada vez más porque ha conseguido romper fronteras, ya que aunque su sede está en Madrid, tiene también un pie puesto en Valladolid, Logroño, Toledo o La Coruña… Tiene sedes en toda España y durante estos últimos años hemos hecho gira por nuestro país, por América Latina al tiempo que se han inducido nuevos proyectos en muchos de estos países porque tenemos en común la lengua, el habla, y eso es muy importante, pero, al mismo tiempo, nos hemos abierto también a otros países que no hablan español, como Estados Unidos y Europa… Creo, en fin, que todo el afán de protección, de difusión y de investigación, ha dado frutos extraordinarios.

P.- ¿Crees, entonces, que hemos superado ya los complejos con respecto a nuestro teatro del Siglo de Oro?, ¿defendemos nuestros clásicos fuera con la naturalidad con la que lo hacen los ingleses o los franceses?

R.- Estoy segura de que es así. En cada país tratan de defender lo suyo y es cierto que hay cierta cerrazón hacia lo que viene de fuera. Si hace 20 años había cierta ilusión por ver lo que se hacía fuera, ahora es algo más difícil, pero uno va encontrando caminos y, desde luego, por nuestra parte, el complejo ha desaparecido. Quizás haya sido tenido por algunos en algún momento, pero ya hemos ido viendo que -aunque no todos los títulos vayan a funcionar igual- los más universales, como Calderón con La vida es sueño, o Lope de Vega con alguno de sus títulos principales, son muy bien recibidos porque el público los tiene en su acervo… Pero, aún así, no podemos olvidar que algunos países nos sacan unos siglos de ventaja. La Royal, o la Comédie también se han ido abriendo a otros títulos, ya que su repertorio es algo más corto que el nuestro; nosotros, sin embargo, todavía tenemos repertorio por descubrir o, incluso, el mismo que se ha visto, poder volver a verlo desde puntos de vista distintos…

“El orgullo de la lengua…”

P.- De todas formas, yo creo que el resorte más difícil de vencer, el del público, ya está salvado porque el espectador español ya le ha perdido el miedo a sus clásicos, ya disfruta con ellos…

R.- Sí, sí… ¡Es increíble! Yo estuve hace unos días, un martes -además festivo, y días como ese no sabes muy bien qué tipo de público te va a venir…-, en el patio de butacas de La Comedia y pude comprobar que aquello era una fiesta… Nadie se preocupa si no entiende alguna palabra pero, además, eso obliga a los actores a buscar cada día sobre el escenario una mayor clarificación poética. Los actores, desde luego, no se duermen porque saben que todos los días va a venir un público nuevo… Como dice mi amigo Juan Mayorga,se produce un fenómeno muy bonito, que es el orgullo de la lengua, es decir, que se sube a un estadio en el que el público se siente orgulloso de la grandeza de su lengua y de los recovecos escondidos que es capaz de encontrar el poeta clásico para expresar lo que busca. Entonces el espectador descubre mundos que no conocía emocional y mentalmente, y entonces puede verse a todo el mundo subido unos centímetros en el aire (Helena sonríe feliz…). ¡Es fantástico! Y yo puedo ver eso frecuentemente porque asisto mucho al desarrollo de las funciones, y como en lo que proponemos hay diferentes lenguajes, por invitados diferentes también, el público disfruta enormemente. Y te recuerdo que la temporada pasada sobrepasamos los 195.000 espectadores, una cifra importantísima…

P.- En el recitado actual del verso del siglo de Oro, intervenciones como la del profesor Vicente Fuentes han contribuido decisivamente en la percepción del recitado del verso por parte del público. Creo que se ha transformado en placer, lo que antes era visto entre la retórica y el suplicio. En general, ¿te parece que hay más defensores o más detractores de esta orientación?

R.- Es cierto… La verdad es que el trabajo con un texto clásico es muy laborioso porque la estructura sintáctica, los referentes, las figuras retóricas, etc., están muy lejos de nuestra experiencia vital, y todo ese proceso es larguísimo, y en eso Vicente Fuentes -con quien llevo trabajando ya, no sé si ocho o nueve años…- es extraordinario porque es un “pesado”, en el mejor sentido de la palabra (Helena vuelve a reír abiertamente…). En los ensayos, no para de apuntarme “Oye, Helena, el verbo no ha sonado”… Es una maravilla. Pero, claro, en este sentido es también importantísimo tener en cuenta la dramaturgia, y la intervención de los otros creativos (iluminación, vestuario, escenografía, coreografía, profesor de cuerpo, etc.), que deben tener muy claro también lo que es la poética clásica. Es un trabajo conjunto de cocinar el texto por parte de todo el equipo, porque una sola palabra que Vicente pone en relieve, también lo hará el iluminador o el coreógrafo. Tenemos que hablar mucho todo el tiempo para conseguir crear juntos un espectáculo que llegue por muchos sentidos al público, y que consiga que el espectador se haga una idea global de él... El trabajo de Vicente, como dices, es importantísimo, pero todo el mundo que aborda un trabajo clásico sabe que tiene que hablar mucho con el compañero, además de hacerlo con los actores.

Recambio generacional

P.- La CNTC se ha abierto a nuevas propuestas y creadores muy diversos (coproducciones con instituciones públicas y privadas, laboratorio América, las dramatizaciones…), pero yo me quedo con la Joven Compañía. ¿Con ella se asegura no solo un recambio generacional para los actores sino también del público?

R.- Sí, rotundamente sí. A veces los jóvenes han llegado a sentir que lo que sucedía en el Teatro de La Comedia era ajeno a ellos, al ver actores mayores, con grandes habilidades ya adquiridas, pero cuando ven que sobre el escenario hay gente con 18, 20 o pocos más años, les extraña pero al mismo tiempo les atrae. Y más aún porque ellos manejan los mismos códigos que el público joven que acude a verlos. Tú no tratas de llevarles a un lugar desconocido para ellos, sino que tratas de meterte en su mundo, en su poética, en su universo, y juntos vamos creando nuevas cosas… Y claro, efectivamente, el público joven viene y se empapa, los admira y los tiene como referencia y luego los actores son muy generosos y establecen contactos en redes, y cuentan su experiencia. ¡La Joven es, para mí, de una riqueza tan grande! Cumplen una función insustituible y es, de verdad, cantera de profesionales, pero también de público… Ahora que tengo a varios actores de la Joven incorporados a la sénior, por así decirlo (ellos les llaman los jubilados, y se parten de risa), es una delicia trabajar con ellos.

P.- Yo asistí a las primeras funciones de la entonces recién creada CNTC por Adolfo Marsillach, y si tuviera que fijar un punto de inflexión a partir del cual la gráfica de asistencia de público ha dado un giro copernicano, creo que lo establecería en ‘La vida es sueño’ en la que dirigiste a Blanca Portillo representando a Segismundo. ¿Estás de acuerdo?

R.- Sí, en ese sentido sí. Me da apuro decirlo porque formo parte de ello, pero es verdad que la afluencia de público subió exponencialmente desde entonces. Pero también tengo que decir que las cosas ocurren cuando hay una madurez. Y digo esto sin quitarme tampoco ningún mérito porque alguno tendré… Pero cuando hay ya una madurez, uno está ya en disposición de dar un salto, y yo estaba apoyada en una larga experiencia anterior de 25 años desde que la CNTC fue creada... Y adoro a Marsillach, le conocí, estuvo muy cerca de mi trabajo y, por supuesto, siempre he admirado el suyo y ha sido un referente para todos. Y entre todos hemos conseguido que lo que era solo de unos pocos, de una élite, haya pasado a ser considerado más ampliamente. Tocaba dar el salto, y lo pude hacer porque mi trabajo de más de 30 años en el teatro -ya tenía experiencia con la gestión de equipos, de arriesgar mi dinero, mi casa, todo…-, y esta era una situación privilegiada porque contaba con medios y resortes suficientes para poder luchar, y sin morirme de angustia…

“… una forma de expresar ternura a los de al lado”

P.- Te admiro, Helena, porque aún desde la atalaya de la CNTC, no has dejado de ser trasgresora. ¿Concibes el teatro sin riesgo?

R.- Yo concibo el riesgo -y espero que no te parezca una cursilada- como una forma de expresar ternura a los de al lado. En un mundo en el que cada vez nos atrincheramos más para defender lo que creemos que es solo nuestro, y practicamos el “¡sálvese quien pueda!”, ser tierno con el que tienes al lado y ofrecer lo que posees, me parece verdaderamente arriesgado… Hace unos días, que estaba en Berlín con la CNTC, surgió un debate sobre las vanguardias, la modernidad y todo esto, y dije allí algo parecido, que en el teatro clásico lo moderno y lo vanguardista es que el público te entienda, que llore y ría y que pueda pensar, que salga contento de haber podido crecer un poquito por dentro... No puedo entender el teatro, ni el arte en general, sin riesgo. Sería muy aburrido. Para eso, mejor dedicarse a oficios más fáciles, que seguramente los hay. Mi manera de entender el riesgo pasa por ir entendiendo cada vez a más lo que significa lo humano, y para eso hay que empezar reconociendo nuestras propias “vergüencitas”. Así el público acaba por sentirse siempre tranquilo, al comprobar que somos exactamente iguales los unos y los otros. Los personajes de ficción tienen también esas fragilidades tan parecidas a las nuestras, y eso los hace mucho más grandes.

P.- ¿Has pensado ya que va a ser de Helena Pimenta un mes, un año después de haber dejado la dirección de la Compañía?

R.- No lo sé, no lo he pensado. Hace también algunos días, en Roma, estando en la universidad me preguntaron algo parecido, y pensé que a mí, que hice mi carrera de Filología Moderna, que fui profe en el instituto, me habría bastado con cumplir el sueño de organizar un congreso sobre Shakespeare y Cervantes, y la edad de oro del teatro, como el que hemos hecho recientemente aquí. Y ahora, me vienen a la mente todos los momentos de felicidad -también algunos de llanto…- que me ha dado la CNTC, empezando porLa vida es sueño, de Calderón… Y después, no sé muy bien por dónde echaré a andar porque yo soy de varios palos: me gusta mucho la formación, la investigación, la dirección de actores… No sé, supongo que seguiré trabajando, aunque no de esta manera tan exagerada, llegando a casa a las tantas de la noche (¡menos mal que mi familia lo aguanta e incluso me impulsan!-. No sé, no me asusta, no me preocupa. Creo que me voy a llevar un enorme regalo, una gran experiencia… Yo he dejado también a la CNTC todo lo que sabía, y espero que sirva. En todo caso, me estoy preparando psicológicamente también para ese momento, porque todos los días me digo que tengo una gran suerte de hacer lo que hago y estar donde estoy…

P.- Voy a darte una idea, a ver qué te parece: ¿por qué no llevar de nuevo a TVE adaptaciones de los clásicos?, ¿Volverá alguna vez aquel Estudio 1 remozado y actualizado tomando como modelo, por ejemplo, las versiones que produce la BBC?

R.- Tomo nota porque creo que es algo muy importante. Se habla mucho de cosas como el streaming, la grabación y retransmisión en directo de las representaciones, y yo tengo cierta prevención frente a ello. Llevado al extremo, esta práctica podría desembocar, incluso, en la desaparición del hecho teatral en vivo. Esto es un tema muy diferente a los Estudio 1, que conllevaba un trabajo inmenso de preparación, de adaptación, -como hoy hace la BBC-, de todo un espectáculo teatral para ser presentado en televisión… El streaming me parece una práctica que va a hacer perder espacios, trabajo, intercambio de montajes entre países, etc. Sin embargo, realizar versiones para televisión de los clásicos, como podía hacerse en Estudio 1, para poder planear con los profesionales de televisión dónde poner el foco en cada pasaje de la obra… Tengo que darle una vuelta y pensar en ese empeño de nuevo.

P.- A mí tampoco me gusta el “streaming” pero creo que no hay que temerle tanto. Como dicen ahora los entrenadores de fútbol, la “intensidad” que se trasmite con el teatro en vivo siempre será infinitamente mayor que la que pueda sentirse a través de la retransmisión en directo de un montaje…

R.- Es interesante lo que apuntas… Llevamos ya más de tres años discutiendo sobre el tema en la CNTC a cuenta de seguir extendiendo en mayor medida nuestro teatro por Europa, por Norteamérica, etc. Pero meter en una función varias cámaras de televisión, con un realizador, y retransmitirlo así, sin más, en varios cines de varios países no me parece lo más adecuado… A nosotros nos interesa que la gente pueda tener la experiencia directa del hecho teatral frente a frente, al alcance de la mano. Por ejemplo, hace solo unas semanas, en Burdeos, después de estar allí con una de nuestras obras durante cuatro días, la gente lloraba puesta en píe y aplaudiendo, y en todas las representaciones… Por eso mismo voy a guardarme el término que me aportas, el de “intensidad”, para seguir dando argumentos en esta pelea en favor o en contra del streaming.

P.- Una última pregunta, Helena: ¿cuál o cuáles son esos montajes teatrales que todavía te emociona recordar?

R.- ¡Hay muchos! Me voy a ir al primero que vi en toda mi vida, ‘Quejío’, de La Cuadra. No sé por qué, aquel montaje me volvió loca… Después Zaranda con su ‘Vinagre de Jerez’, que fue la primera de sus obras. Y, ya por último, hace muy poco he podido ver en Berlín una ‘Electra’ que me ha fascinado. Los tres montajes parecen haber establecido entre sí un diálogo. El primero sería porque yo estaba en la universidad, era muy jovencita, y ni soñaba con la posibilidad de hacer teatro. Fui sola, sin mis amigos, y sentí que lo que pasaba en el escenario me lo estaban contando a mí solamente. El segundo porque fue el descubrimiento de Zaranda. En aquel momento viajaba por España sola, de festival en festival de teatro. Y en el último caso, el de Berlín, volvía a sentir la sensación de que el montaje me lo contaban a mí sola, el espectáculo me tenía absorta, absolutamente concentrada...

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