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Nuestra democracia inacabada*

domingo 28 de noviembre de 2010, 09:30h

Estamos en una democracia inacabada; formalmente y realmente. No hay democracias perfectas, totalmente terminadas, pero en nuestro país sus carencias son especialmente evidentes. Y ahí está, a mi entender, la causa esencial y de fondo de los problemas estructurales que tenemos como país, y de convivencia ciudadana. Lo ha sido históricamente, pero principalmente lo es ahora en que, además, vivimos un importante desbarajuste en varios campos, una manifiesta desafección hacia la política (que debería salvarnos) y una gravísima crisis económica (que nos ahoga), entre otras cuestiones que lo agravan todo..

Una democracia inacabada, en nuestro caso, fundamentalmente por la insuficiencia de demócratas de verdad. De ciudadanos respetuosos de la libertad de otros ciudadanos, de la justicia con los demás ciudadanos y dispuestos a acatar las reglas del juego colectivo dictadas por la voluntad libre, responsable y claramente mayoritaria, expresada con las debidas garantías. Sin todo esto no hay auténtica democracia, la democracia no es posible. Quizás por este motivo, por la insuficiencia de verdaderos demócratas, podría decirse que estamos ante una cierta democracia formal, pero realmente solo acabada de iniciar.

Estamos ante una democracia inacabada realmente, pero también formalmente, por la existencia de una Constitución insuficientemente abierta y flexible para adaptarse a los tiempos actuales. Capaz de contener el máximo de legitimidades actuales, así como las nuevas voluntades de modernización social, económica, de desconcentración y descentralización –sin perder la orteguiana vertebración para el buen gobierno-, en su ordenamiento jurídico y en un marco de solidaridad de ciudadanos libres y de pluralidad de pueblos reconocidos como tales

Y democracia inacabada, por otro lado, por no haber asumido las distintas instituciones –legislativas, jurídicas y ejecutivas-, en los distintos niveles (estatales, autonómicas, municipales) su papel y en el sentido originario y constitutivo de ser parte integrante del Estado. De un Estado democrático de derecho, pactado en circunstancias ciertamente excepcionales, pero pactado por los representantes de los distintos sectores ideológicos, territoriales y de las diferentes tendencias políticas del momento y, luego ampliamente referendado por el pueblo soberano.

Los desafíos o insumisiones a los principios básicos constitucionales vigentes por parte de algunas instituciones –que recordemos, son piezas integrantes del Estado- constituyen claras muestras de inmadurez democrática y de deslealtad jurídica. Se llame politización partidista en sus funciones institucionales, amenazas de declaración unilateral de independencia o actitudes fachendas de situarse «moralmente fuera de la Constitución».

La actual Constitución, como cualquier otra en el mundo, no es sagrada ni intocable, sino –por histórica y coyuntural- reformable y substituible; pero no acatarla, mientras sea vigente, es sembrar el desorden jurídico y la confusión social. Es abrir el camino de la anarquía y del caos. Es el comportamiento más antidemocrático, en términos prácticos.

Es necesario terminar, formalmente y realmente, nuestra democracia por ahora inacabada debido a circunstancias históricas, ajenas y propias, y también a un talante más reivindicativo y victimista que emprendedor y solidario. Terminarla de verdad hasta el punto que una democracia se pueda considerar, por lo menos, funcionalmente culminada, empezando por asumir con conciencia los valores democráticos profundos y de cada época.

En realidad, ciertamente, una democracia nunca puede llegar a ser perfecta, acabada del todo. El politólogo Ferran Requejo advierte, en el mismo sentido que otros, que «la democracia es siempre un viaje inacabado y un experimento permanente». Un viaje y un experimento, cabe añadir, hacia la soberanía del pueblo para alcanzar una sociedad de ciudadanos libres, justa y volcada al progreso, material y moral, para todos.

Para el tratadista Robert A. Dahl, la democracia es «la historia de la soberanía del pueblo basada en el sufragio universal, en la alternancia en el poder y en la gobernación de los representantes del pueblo teniendo en cuenta los intereses del pueblo». Como decíamos, “un viaje inacabado”, el machadiano «camino que se hace al andar». La democracia es, todavía, un ideal.

Entre los requisitos básicos de una democracia formal, Dahl señala ocho que tienen «que formar parte del sistema político de un país, que los gobiernos tienen que respetar y animar (…) y que tienen que convertirse en prácticas por parte de los ciudadanos, convertirse en normas e institucionalizarse».

Estos ocho requisitos básicos, según el autor mencionado, son: 1) libertad de expresión, 2) libertad de asociación, 3) fuentes alternativas de información, 4) elecciones libres y justas, 5) derecho de voto, 6) derecho a ser elegido, 7) derecho de los líderes políticos a competir para conseguir apoyo y votos, y 8) instituciones para conseguir que las políticas públicas dependan de los votos y otras expresiones de preferencias.

El cumplimiento de estas condiciones, como “viaje inacabado” que es la democracia, puede ser gradual, pero la finalidad es conseguir la soberanía popular, que, como escribe Norbert Bobbio, “significa pura y simplemente poder supremo, o sea, poder que no reconoce ninguno por sobre de si mismo”.

Poder supremo del pueblo, ¿para qué? Para llegar a la auténtica democracia real, es decir: la libertad, la justicia, la igualdad y el bienestar, material y moral, para todos los ciudadanos. Son muchos los experimentos –éxitos y fracasos- que la historia nos muestra para intentar conseguir eso. Y numerosos los tratados teóricos de todo tipo.

Para el sociólogo Alain Touraine, «el alcance de la concepción de la democracia no puede reducirse a un mero mecanismo para la elección de nuestros representantes en las instituciones».

De su parte, el sociólogo Salvador Giner añade que «supone una forma de ser, de actuar y de participar, es decir, se trata de una cultura, la cual presupone la “condición de ciudadano”, la mayor conquista de la civilización moderna», ya que «la condición ciudadana es la que permite hoy a los humanos hacer valer su humanidad». Pero «no solamente cuentan, para la democracia republicana, el imperio de la ley, la representación parlamentaria, las libertades garantizadas y la independencia respeto a la voluntad ajena arbitraria –para decirlo con Baltasar Gracian- sino que es necesaria también una ciudadanía proactiva». «La ciudadanía –afirma Giner- es la columna vertebral del orden social democrático de la modernidad».

Aquellos requisitos formales, antes expuestos, y estas ideas de fondo vienen a responder a la preocupación de Alexis de Tocqueville de que «mientras no se defina claramente y no se llegue a un acuerdo sobre las expresiones “democracia”, “instituciones democráticas” y “gobierno democrático”, se vivirá en una confusión de ideas indescifrable, con una gran ventaja para los demagogos y los déspotas». Es el caso, por ejemplo, del populismo y de la dictadura de las mayorías, que no tiene en cuenta las minorías.

El ideal de toda lucha para la democracia, por lo tanto, es el bien de todos los ciudadanos. Pero no está nada claro que todos aquellos que se llenan la boca con la noble y mágica palabra “democracia” pretendan, más allá de sus intereses personales, partidistas o de poder, el bien de la comunidad. Ahí reside la gran farsa, al margen de si estamos en una democracia más o menos inacabada o en camino hacia el ideal.

En el fondo de las reflexiones recogidas en mi reciente libro Democracia inacabada (La Garbera, 2010), que siguen la más rigurosa actualidad y desde la perspectiva y la vibración de los mismos acontecimientos, se encuentra la preocupación y la inquietud por esta democratización verdadera de nuestra vida política y social.

La forma crítica, severa o irónica, con que a menudo estan escritas sus páginas, no quiere esconder una pretensión de independencia y sinceridad que el lector deberá juzgar.

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* Introducción del libro Democracia inacabada, de nuestro habitual colaborador Wifredo Espina, que acaba de aparecer.

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