Rafael Correa asumió su segundo mandato tras dos años y medio de gobierno. En su discurso, en el que no faltaron algunas alusiones a sus adversarios y a los medios de comunicación, algo que ya va siendo habitual en su retórica política, ratificó lo que denomina ejes estratégicos de su régimen para llevar adelante la revolución ciudadana que preconiza, y que nos conducirá, según él, a nuestra segunda y definitiva independencia.
Con el plenario de la Asamblea Nacional a lleno completo, el Presidente de la República ratificó lo que antes dijo en su alocución su homólogo del cuerpo legislativo: que la Constitución de Montecristi es el logro máximo del proceso político que desde 2007 conduce. Antes Correa había asumido la presidencia de la Unasur en un sobrio acto, en el que la nota discordante la dio la inesperada intervención del coronel Chávez.
Uno de los colaboradores de Correa en estos días precisó que éste es su primer período luego de la vigencia de la Constitución de Montecristi. El blanco hacia a donde apunta esta afirmación es bien conocido y muy comentado. Por cierto, el bien leído discurso del Presidente, por la proyección futurista de las metas trazadas, fue también en esa dirección.
En la Asamblea se le vio al Presidente un poco más moderado. No hubo allí el prontuario de acciones radicalizadoras sobre las que se rumoraba. Luego vino el baño de popularidad con sus partidarios en el estadio Atahualpa, pero esa es ya otra historia. Pero apostemos porque en este segundo acto de su puesta en escena veamos cambios positivos.