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Del felipismo al zapaterismo: la fuerza del cambio

jueves 03 de julio de 2008, 11:05h
Cuando José Luis R. Zapatero daba sus primeros pasos en el PSOE, allá en León, los mineros de Lacia y el Bierzo le tachaban de "señorito" y lo que entonces era peor: es un socialdemócrata, lo cual era de los peores "insultos" que se podían lanzar. Es cierto que entonces, hablo de los años setenta, el PSOE era un partido "de clase". Ya se sabe, de clase trabajadora. Es decir de la gran mayoría de los ciudadanos para quienes lo que de verdad importa es tener trabajo digno para poder vivir y mantener a la familia.

El PSOE de ahora, nada que ver. Hemos pasado del teatro a las musas, del felipismo al zapaterismo, sin retorno. El PSOE es ahora un partido que reivindica con furor derechos de minorías, respetables, si, pero minorías y a la "clase trabajadora" que le den, mira tu, porque aquí lo que importa es la eutanasia, el aborto y la laicidad, que como todo el mundo sabe, es la principal preocupación de los españoles en paro, o con hipotecas impagables, o sencillamente achuchados por mor de la crisis.

Pero el empecinamiento de R. Zapatero en convertir las "costumbres" en la seña de identidad, en transformar el socialismo en "republicanismo" ha tropezado con el sentido común de la militancia. En palabras del propio Jesús Caldera, convertido ahora en guardador de las esencias de la izquierda tradicional, se observa en la militancia socialista el afán por dar una vuelta a la izquierda en materias económicas y sociales a lo establecido en el programa de gobierno.

Porque del PSOE renacido en el último congreso en el exilio, el de Suresnes, no quedan ni las raspas. Ni en programas, ni en principios ni en las formas. De aquel sentido de dirección compartida, no queda nada. Es el tiempo del culto, sin disimulo a la personalidad; de la rosa, por supuesto que ya sin puño, han viajado hasta la "Z" imponente y avasalladora.

De un PSOE preocupado por "no asustar", casi conservador en materia de costumbres, han pasado a una actitud provocadora. Fácilmente provocadora. Felipe González tenía que andar con mucho tiento para llegar a La Moncloa. Por el contrario el presidente R. Zapatero se divierte con la puesta en escena del "con él llegó el escándalo" buscnado con la mirada el interlocutor que le de la réplica reaccionaria. Y claro que la encuentra. González y Zapatero, dos estilos personales, dos maneras de entender la vida, dos formas de entender la izquierda, no opuestas, pero si muy diferentes.

En los primeros años de la democracia un grupo de mujeres planteó a Felipe González que el PSOE debía proponer la legalización del aborto. La respuesta del Secretario General fue rápida y contundente: "Pero chicas, estáis locas o qué…. Sería la mejor manera de regalarle votos a la derecha". El pragmatismo felipista dio resultados. 

El felipismo era "El Cambio tranquilo". El zapaterismo es "La fuerza del cambio" para anunciar a bombo y platillo que esta legislatura habrá de ser polémica. Hábil estratagema, como suelen ser las del gobierno actual, para tenernos entretenidos en el "socialismo de costumbres". El cambio, está claro se hará por la fuerza, aunque no hará falta. El laicismo no va a tener problemas.

Con la economía haciendo aguas, nada más útil que cambiar el foco de atención. Los malos de la película, por supuesto, ya no son "los capitalistas", ni las multinacionales, ni las oligarquías. Elogiado por los más poderosos, el gobierno del PSOE ha escogido como enemiga la Conferencia Episcopal que, además, le ofrece flancos fáciles y golosos.

"El Congreso va a reflexionar sobre nuevos cambios sociales, como el cambio climático, los valores, las ideas y aquí es donde entra la eutanasia, pero el Congreso no va a aprobar un programa electoral, sino los principios generales a los que tiene que responder el PSOE", ha afirmado Pepe Blanco. Eso, por si acaso.
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