Negreros

Solidaridad es el nombre social de la compasión. Sentir conmoción por el dolor o la miseria que sufren otros seres humanos es un sentimiento noble; un sentimiento que lleva a muchas personas a  colaborar con las ONG que con mayor o menor grado de acierto ayudan a los desheredados de la Tierra.

   Son iniciativas individuales, que, lógicamente no reemplazan la tarea que en este campo corresponde al Estado. En el caso de España, en los últimos años, y de la mano de los mil y un casos que plantea la inmigración irregular, hemos tenido ocasión de ver cómo el Gobierno cerraba diversos acuerdos de cooperación con Senegal, Cabo Verde, Marruecos y Mauritania. Acuerdos orientados a frenar la llegada de más inmigrantes. Ahora el caso del 'Marine 1' -el barco negrero procedente de Sri Lanka-, plantea otro tipo de problema.

   Con arreglo a los convenios del mar, Mauritania debería haberse hecho cargo del pasaje puesto que el buque iba poco menos que a la deriva. El Gobierno mauritano -que no ha firmado dicho convenio- ha pasado olímpicamente del problema obligando a intervenir a España. Desde un perspectiva humanitaria parece que la intervención de Asuntos Exteriores (viaje a Mauritania del secretario de Estado, Bernardino León), ha sido correcta: no se puede dejar abandonados a su suerte a dos centenares de personas cuando el drama acontece a la puertas de casa. Lo que se ha hecho con los pasajeros del 'Marine 1' habla bien de España. Pero, visto con perspectiva, establece un precedente inquietante.

   Detrás de los movimientos clandestinos de inmigrantes están las mafias, los negreros del siglo XXI. Con ellos habría que ser expeditivos. Tanto como para disuadirles de que sigan apuntando hacia Canarias con sus tráfico de seres humanos. De la misma manera que en alta mar son abordadas naves cargadas de droga -cuyos tripulantes son conducidos a puerto para ser entregados a la justicia-, creo que otro tanto habría que hacer con estos mafiosos del mar. Solidaridad sí, templanza con los negreros, no.