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Doña Anita

Doña Anita

miércoles 23 de septiembre de 2009, 05:28h

La idea inicial de esta entrega de opinión era volver al tema de Ana María Romero de Campero. Luego el asunto parecía enfriarse por la distancia que ya nos separa de la noticia. Sin embargo, la columna dominical del colega Carlos Morales (La Prensa, 13–09–09), entre otras posiciones vertidas en este último tiempo, nos dice que la cosa sigue caliente y nos permitimos un par de consideraciones más.

La decisión, absolutamente sorpresiva, de la periodista y ex defensora del Pueblo Ana María Romero, de aceptar ser candidata a senadora por el Movimiento Al Socialismo (MAS), además de enojar a los conservadores del territorio nacional, ha despertado varias interpretaciones que se dejan ganar nuevamente por la polarización de posiciones (y no la polarización numérica) en torno a la interpretación ideológica del presente boliviano.

Comencemos con el sentimiento de decepción que ha despertado la decisión de Ana María. Para Carlos Morales es “una enorme decepción para quienes vieron en ella a una de las más significativas articuladoras del diálogo y la mediación en una sociedad en conflicto”. Disentimos por los mismos elementos: su ganado liderazgo en el campo de los derechos humanos, su ser periodista, su ser directora de Presencia, la forma como ha esculpido el Defensor del Pueblo, su mediación en los momentos trágicos del país, su aporte concreto desde la Fundación UNIR, su vida misma vista desde cualquiera de las ventanas son suficientes ingredientes para cocinar con dignidad una vida política en términos estrictos, pues Anamar desempeñó casi siempre un papel político.

Disentimos también con Carlos sobre el hecho de que “Romero representó a esos sectores de clase media que rechazan la violencia, el enfrentamiento y la polarización del país”, pues esta mujer representó a estos sectores tanto como a otros, más populares, indígenas, que también rechazan la violencia y no por eso renuncian a su sueño de cambio, a su anhelo de no ser ninguneados por su lengua materna, por su lugar de nacimiento, por su color de piel o por su nivel de escolarización. Esto libera a Ana María de ser estandarte de un sector específico de la sociedad y le da la autoridad para seguir mediando y construyendo puentes, como le dijo Evo Morales cuando la invitó. Y esta invitación no devalúa su logro pasado ni tiñe su discurso o acción en los próximos meses y años.

Un argumento que circula con facilidad en el medio es que a los periodistas no nos puede ir bien en política:

véase a Carlos Mesa, María René Duchén, Cristina Corrales… Sin embargo, hay que mirar cada caso con una lupa específica. La de Anamar habla de una madurez que la fortalece ante un contexto difícil. Lo más alejado de una levantamanos, con la certeza de que ni cuatro ni cien masistas militantes la van a domar, Romero promete calidad en el debate del futuro Senado. Por todas estas razones, no entendemos por qué tendría que ser mezquina esta apuesta del MAS. A lo mucho resulta cándida si no se han dado cuenta de la gigante a la que están abriendo la puerta.

Por todo esto, queremos reiterar, desde este espacio, nuestro respeto a esta constructora de la democracia, a esta militante de los valores humanos, a la doña Anita de todos los tiempos.

* Doctora en comunicación

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