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A tres pasos de Lisboa

Nuestro especialista en Europa analiza el Tratado de Lisboa

Nuestro especialista en Europa analiza el Tratado de Lisboa

jueves 24 de septiembre de 2009, 20:16h
Cuando los expertos hablamos del Tratado de Lisboa, muchos desconocen aún la importancia de este texto que sin género de dudas se constituye como el tercero de los grandes tratados que se han realizado para construir la Unión Europea. El Tratado de la Comunidad Económica, o Mercado Común, que se firmó en 1957, el Tratado de la Unión o de Maastrich, que se firmó en 1992, y este Tratado de Lisboa que se promulgó el 13 de diciembre de 2007 y cuyos últimos pasos para su ratificación y entrada en vigor previsiblemente concluirán en las próximas fechas. No podemos por tanto rasgarnos las vestiduras si consideramos que desde el primero al segundo de estos tratados hubieron de pasar 35 años y del segundo hasta la entrada en vigor de este tercero acabarán pasando poco más de 17 años.

Lo que sucede es que llevamos muchos años mareando la perdiz, primero porque los egoísmos nacionales resucitaron tras el ajustado triunfo del proceso de integración que significó el Tratado de Maastrich de 1992 y, por ello, el Tratado de Ámsterdam de 1997 quedó inconcluso y el Tratado de Niza de 2001, que sirvió para lo que tenía que servir, que no es poco, posibilitar la histórica ampliación al Este, fue poco menos que un parche. Después de Niza estaba claro que no podíamos seguir con los Estados de la Unión que velaban más por sus intereses que por los del colectivo europeo y por eso se pensó en una Convención y en alguna medida se perdió la óptica y alegremente se pensó que se podía realizar una Constitución Europea. Los franceses y los holandeses despertaron a los apasionados constituyentes que se quedaron sin Constitución, que tampoco lo era pues era un Tratado, en todo caso con pretensiones de Constitución cuando los propios no son ni más ni menos que la Constitución Europea. Por ello, inteligentemente, Nicolás Sarkozy y Angela Merkel tomaron la vía de un tratado reducido, sin ropajes constitucionales, eliminaron las leyes, la bandera y algunos importantes objetivos los dejaron para el futuro y así, un poco reducido y un poco recortado, nació el Tratado de Lisboa, un Tratado que en todo caso es un gran tratado, que desarrolla la mayoría cualificada, que elimina los tres pilares, que crea un Presidente para el Consejo, que refuerza las políticas, que entierra las Comunidades y da personalidad jurídica a la Unión, sin olvidar que permitirá la entrada en vigor con carácter vinculante de la Carta de Derechos Fundamentales.

    Cuando se llevamos casi dos años desde su promulgación, quedaban cuatro temas por resolver y, desde ahora, tres pasos porque ayer el Presidente de Alemania, Horst Köhler, ha firmado la reforma legislativa que le exigió el Tribunal Constitucional en julio y previsiblemente hoy está rubricando la ratificación del Tratado en cuanto esta reforma se publique en el BOE alemán. Dentro de ocho días se resuelve el tercer obstáculo, quizá el más grande, que es el del referéndum de Irlanda que por segunda vez planteará el próximo 2 de octubre pues lo había rechazado una vez el 13 de junio del pasado año. La última encuesta, publicada el 4 de septiembre por Irish Times ofrecía 46 síes, 29 noes y 25 indecisos. Estoy convencido que hay un triunfo del sí suficientemente claro y, por lo tanto, el día 3 quedarán aún los dos últimos pasos; la firma por los presidentes de Polonia y de República Checa, cuyos parlamentos ya se pronunciaron a favor, pero que ellos condicionaron al resultado del referéndum de Irlanda. Según un reportaje del Daily Mail, el dirigente británico David Cameron ha pedido al Presidente checo que lo aplace pacientemente pero no parece que sea posible que Václav Klaus quiera echarle un pulso a su propio Parlamento, que ha apoyado la ratificación por un holgado resultado 125 votos a favor y 72 en contra, es decir, casi un 60%. Además la Política Exterior está dando estos días unos importantes signos de movilidad en el escenario mundial y la situación a día de hoy, entre los Estados Unidos, Rusia y la Unión Europea adquiere un tono de flexibilidad mucho más cercano a los intereses de la Unión Europea que los que Václav Klaus hubiera deseado. La corriente de la historia es más fuerte que las pasiones individuales de algunos poderosos. Por todo ello ha sido buena noticia que Alemania haya clarificado el camino a la ratificación.
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