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Cuatro personajes para un entremés

Cuatro personajes para un entremés

viernes 18 de diciembre de 2009, 18:40h
Ser ministro en España ha sido siempre un juego de hombres duros. Los ha habido tan rígidos, ásperos y altivos que han caído con frecuencia en la soberbia, un mal muy español (por lo que tiene de aristocrático) que según un buen amigo cardenal es el pecado rey porque en él confluyen todos los demás pecados. Es por ese precipicio por el que suelen caer ministros y gobiernos. Vean si no el caso de Bermejo, aquel hombre ya olvidado que presumía de ser el más duro del callejón que separa las dos alas de la Carrera de San Jerónimo. Bermejo siempre me recuerda aquella frase de Clint Eastwood en Gran Torino: “¿Nunca te has encontrado en la vida con alguien con quien nunca te debiste cruzar?” Sí, contestan a coro muchos de los que conocieron al ex ministro.

    Los hay que son abogados a los que quiso meter en la cárcel por un quítame ahí esas pajas. Nadie le ganaba a sectario y batió todas las marcas en gasto público para decorar su apartamento. Abatía ciervos con gran soltura y no dudaba en hacerse fotos entre cuernos y cadáveres. Era tan desinhibido que sacó a bailar a su mujer en una campaña electoral a pesar de que la señora estaba de baja en su puesto de la administración. Bermejo era el “no pasa nada”, el hombre que presumía de no haber dejado nunca colgada en el perchero del tribunal su ideología. En Murcia, donde le pusieron de cabeza de lista en las últimas generales, nunca le vieron el poco pelo y las formas de matón de barra americana. Su sucesor, el señor Caamaño, lo tenía muy fácil.

Todo consistía en hacer lo contrario que Bermejo: dialogar un poco, echar unas horas en el ministerio, ser prudente y comedido, y hacer el gallego, que es una especie que vive con comodidad en las covachas del poder, porque son acomodaticios y hábiles en elegir el perfil que se debe poner cada día, y saben estar al margen, que es la forma de sobrevivir en España. El gran científico Barbacid le dijo una vez al director de un gran centro sanitario el día de la inauguración: “Ten cuidado y no destaques, porque en España si sacas la cabeza te la cortan”.  Pero Caamaño ha sido tan gallego, o galleguista, que su único desliz conocido es el de haber asistido a una manifestación contra las nuevas  leyes que regulan la convivencia de los idiomas. No pudo resistir la inclinación por la pancarta y le afearon el gesto. Los soberbios caen pronto en el olvido, pero los histriónicos permanecen. Miren a Federico Trillo. Muchos son los que le preguntan a Rajoy por qué lo mantiene si cada vez que habla recuerda los errores del Yak. Trillo ha sabido hacerse imprescindible, por su conocimiento del derecho, por su oratoria, y por su capacidad de trabajo. Quizá también ha aprendido la lección de la soberbia y aquella pose despectiva  con la que afrontó algunas de sus decisiones. A Federico, jurídico de la armada,  le salva entre otras cosas la cultura que atesora, y un sentido del humor del que carecía Bermejo, pero a la vez muestra un flanco débil por el que el partido de Rajoy puede recibir algún castigo en el hígado. A estos tres personajes del mundo del derecho y de la justicia les falta el adorno del fiscal general del Estado, puesto que ha sido ocupado incluso por algún forzudo practicante de la lucha canaria. Ahora lo administra Cándido Conde Pumpido, siempre más Pumpido que Conde, que pasará a la historia, si es que pasa, por aquella frase del Guantánamo electoral, de la que me consta que en la intimidad se ha arrepentido muchas veces. Durante la negociación con la banda Eta torció los reglamentos como si las leyes fuesen de goma de mascar, salió en defensa de las candidaturas de los etarras y miró para otro lado. Desde entonces ha preferido el perfil bajo, modelo Caamaño. En el PP no le pueden ni ver, y Rajoy le tiene por hombre de no fiar. El fiscal persiguió al jefe de la oposición para que facilitara el contrato de un organismo público con la empresa de limpiezas de la mujer del fiscal. Cuando ésta consiguió lo que pretendía, Cándido dejó de ponerse al teléfono. Rajoy le llamó muchas veces para exigir defensa imparcial en el caso Gürtel, para que no se airearan los detalles del sumario. Pero Cándido ni estaba ni se le esperaba. Los cuatro personajes de este entremés son por sí mismos cuatro géneros diferentes de la especie de ministros. Bermejo es un alborotador, uno de esos tipos desabridos y aspaventosos que se atraen todas las peleas de la discoteca. Caamaño aspira a durar a base de pasar desapercibido. A Trillo le pierden los muchos libros y conocimientos y un sentido escénico que se suele utilizar en su contra, como en aquella ocasión en que quiso dar unas monedas a la periodista que le hizo la misma pregunta por enésima vez. De Conde Pumpido, hombre de dicción esforzada y de retórica pobre sólo puedo decir que es el más gris de los cuatro, persona que por carecer de brillo eligió la vía de la obediencia como camino seguro para la gloria, y se abandonó, “ac cadáver” (como un cadáver que diría Ignacio de Loyola) a los vaivenes de los sueños erráticos de Rodríguez Zapatero.
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