¿Qué ha pasado con el periodismo luego de tres años de ‘revolución ciudadana’?
¿Quiénes deben sentirse satisfechos y quiénes preocupados?
¿A qué sectores ha golpeado más la campaña gubernamental para desprestigiar a la prensa?
Son tres preguntas imprescindibles en un momento de necesarias evaluaciones y de presuntas radicalizaciones ideológicas.
Para responder la primera interrogante es inevitable recordar cómo maduró el periodismo tras los tenebrosos años febrescorderistas, entre 1984 y 1988.
Parte de esa madurez la forjó un doloroso aprendizaje, donde cada día se debió trabajar bajo una atmósfera de intolerancia, prepotencia, intimidación y obsesivos intentos gubernamentales por controlar agendas y contenidos.
Los líderes socialcristianos solían repetir que su proyecto se basaba en un plan para gobernar al menos 12 años y, por tanto, necesitaban incidir en la prensa. No lo lograron. Si bien algunos medios (por ejemplo, los ahora incautados) hicieron la reverencia al poder de turno, hubo muchos otros medios (y, sobre todo, editores y reporteros) que tuvieron el coraje de hacer un trabajo independiente de intereses y controles.
Y lo hicieron con las mejores herramientas del periodismo: investigación, reportería, contrastación de fuentes, equilibrio informativo, constatación in situ de los hechos.
Veinte años después, los periodistas se mueven bajo una atmósfera similar y, por eso, quienes ahora están cumpliendo mejor su responsabilidad son aquellos que manejan de manera más rigurosa aquellas herramientas.
La segunda respuesta es sencilla: quienes deben sentirse satisfechos son los periodistas que están haciendo periodismo-periodismo.
Y quienes deben estar preocupados (aunque crean defender causas o cumplir su “deber ético”) son aquellos que han convertido sus espacios informativos o de opinión en trincheras de una guerra a muerte entre progobiernistas y antigobiernistas y, por tanto, ninguno de los dos hace periodismo.
La tercera interrogante es fácil de responder: la obsesiva reiteración del mensaje agresivo y descalificador contra la prensa no oficial viene cayendo en un profundo agujero negro.
Al Régimen, a sus medios y a sus periodistas les resulta cada vez más difícil imponer a los ciudadanos el punto de vista único y vertical como eje de su estrategia basada en repetitivas técnicas publicitarias y propagandísticas.
Mientras tanto, la prensa no gobiernista va entendiendo, en algunos casos de manera lenta, que es un error subir al cuadrilátero del Gobierno y enfrentarlo como “actor político” u oposición.
Aunque usted no lo crea, como diría Ripley, el tercer cumpleaños correísta encuentra fortalecido al periodismo-periodismo, cada vez más identificado con la gente y cada vez menos ‘fáctico’.