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El ‘efecto Rato’ y otros signos menos alentadores

El ‘efecto Rato’ y otros signos menos alentadores

domingo 24 de enero de 2010, 12:10h
Ya sé que las buenas noticias no son noticia, pero me anima comenzar la semana sabiendo que Rodrigo Rato va a tomar posesión de Caja Madrid este jueves. No me refiero solamente a la personalidad arrolladora del nuevo presidente –que la tiene, y destacada--, sino al hecho de que, una vez que surgió su nombre en medio de la increíble escandalera que ocasionaba la rebatiña por hacerse con la Caja, todo fue como el Mar Rojo al paso de Moisés: se calmaron las aguas en el Partido Popular y Rodríguez Zapatero dio su ‘nihil obstat’ para el avance de Don Rodrigo. Curioso que nadie destacase que se había dado, de la peculiar forma en la que estas cosas están ocurriendo, una nueva forma de consenso en torno esta vez a una importante entidad financiera.

Ya había ocurrido con el terrorismo, merced a una rectificación en la estrategia de Zapatero respecto de ETA. Y ha ocurrido con la presidencia europea, donde el PP saludó elegantemente el discurso de Zapatero en Estrasburgo. Y parece que estamos abocados a un pacto en educación –Dios lo quiera--, terminando de una vez con la funesta manía que reflejaba la frase ‘nuevo Gobierno, nuevo plan educativo’. Y, si convenimos que todo esto es beneficioso para el país, no se entiende que no se alcancen consensos en otros temas que están desgarrando, casi literalmente, el tejido nacional. 

Me refiero, por ejemplo, a la inmigración, que ahora estalla a cuenta de los padrones municipales. O a la energía nuclear, representada en la increíble polémica de los residuos. O al agua. O, ya que estamos, a la reforma laboral. Y, desde ahí, a las medidas para encarar la crisis económica. Y, ya puestos a ello, podría referirme a muchas otras cosas que aguardan turno para estallarnos en las narices: la reforma constitucional y electoral, un gran acuerdo de ordenamiento legal en las autonomías, el imprescindible consenso en política exterior --¿qué hace un representante del PP yendo a la toma de posesión de un presidente hondureño que no ha sido reconocido oficialmente por el Gobierno de España?--.

Quienes alguna vez me hayan leído o hayan escuchado mis opiniones en las tertulias de radio o de televisión saben bien de mi obsesión por un gran pacto nacional. Que restituya a los ciudadanos la confianza en ‘sus’ políticos –los elegimos y los pagamos—y nos haga pensar a todos que los políticos están para resolver nuestros problemas, no para crearlos, como está ocurriendo en Castilla-La Mancha, en Cataluña, en Madrid o en otros varios puntos de la geografía nacional. Nada detiene a algunos representantes públicos en su afán de enfrentamiento entre ellos y, a veces, en su gusto por la desmesura: ni las lenguas cooficiales, ni las diversas fuentes de energía, ni la (falta de) solidaridad del agua, ni los inmigrantes abocados a un paro masivo…Es patente la falta de un liderazgo nacional en muchos de estos temas, que deberían llegar a la sociedad suficiente y civilizadamente debatidos y sobre los que la ciudadanía debería tener voz directa, en lugar de estar secuestrada por diversas ambiciones, sorderas, protagonismos y desvaríos.

Nada me extraña, así, que la clase política se convierta, dicen las encuestas con alarmante unanimidad, en la segunda preocupación para los españoles tras la situación económica y sus derivaciones más lacerantes, el desempleo en primer lugar. En algún momento, yo pensé que los representantes de esa clase política se alarmarían ante esta percepción que de ellos tienen los hombres y las mujeres de la calle, pero nada. Me preocupó, y mucho, que el presidente Zapatero dijese, en su última rueda de prensa de 2009, que son las diferencias ideológicas las que impiden un acuerdo económico entre socialistas y populares. Creo que los ciudadanos tenemos derecho a pedir un debate público entre ellos, y me refiero a Zapatero y Rajoy, los dos grandes protagonistas  --no es preciso limitar estos debates a las campañas electorales, ¿o sí?--, para ver si esas ‘diferencias ideológicas’ son tantas en realidad o si, por el contrario, se trata de un escudo para evitar el pacto por motivos egoístas o electoralistas, valga la redundancia.

Así que ya digo: bienvenido sea Rato, no tan solo porque quizá signifique el inicio de una reconversión de algunas instituciones financieras, sino porque simboliza un cambio de actitud por parte de los poderes: en su caso, al menos en su caso, hemos pasado de la rapiña individualista al consenso para pacificar una entidad agitada por mil ambiciones. Y si en tan sensible cuestión como la caja del dinero se ha podido transar, si televisiones que eran enemigas irreconciliables se fusionan en aras de la viabilidad, ¿me va a decir usted que presuntas, o hasta reales, diferencias ideológicas impiden acuerdos en temas que angustian a la ciudadanía? Salgan, salgan ustedes dos, señores Zapatero y Rajoy, a las pantallas de esas televisiones reconciliadas, o a la pública cuya presidencia ustedes mismos consensuaron, y explíquennos por qué, de verdad, no pueden ustedes llegar a un pacto más global hasta las elecciones de 2012. Yo, al menos, hoy por hoy no lo entiendo. Será por mis limitaciones. O no…

 

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