www.diariocritico.com
Expectativas

Expectativas

lunes 30 de abril de 2007, 07:45h

La historia, muy vieja por cierto, la utilizaba un ex ministro de economía de Brasil, para explicar los efectos de la inflación sobre los salarios.

Se trata de un señor que le ofrece 10.000 dólares a una señorita para que pase la noche con él. Tentada por el dinero, la chica acepta.
Mientras van camino al hotel, empieza a sospechar y pregunta:
-¿No tendrás alguna perversión no?
-No, quedate tranquila. Responde el hombre.-Solo pego un poquito. Agrega.
-¡Pegás!. Se alarma la dama
-Sí. Pero nada muy violento, apenas, insiste el personaje.
-Pero ¿Cuánto tiempo me vas a pegar?.
-Sólo hasta que me devuelvas los 10.000 dólares. Aclara el señor.

Prácticamente desde comienzos del año, el tema de los precios y su evolución se ha instalado como central en la discusión económica argentina.

Primero, fue la “intervención” y cambio de metodología del INDEC en torno a la medicina pre-paga, el turismo, y otros precios estacionales.

A esa discusión, se le sumó el problema del precio del pan, la leche, la carne. Cuestión que derivó en un nuevo esquema de subsidios cruzados, todavía a mitad de camino en su instrumentación, y en un conflicto serio entre los representantes del sector agropecuario y el Gobierno. Junto al surgimiento de mercados duales, en dónde, a precios libres, se consiguen ciertos productos, mientras que a precio acordado o controlado, este producto escasea. (No se trata, en general, de mercados negros, ni de desabastecimiento, sino básicamente, de la imposibilidad de vender los productos al precio establecido oficialmente, en las cadenas de comercialización con más exposición a la represalia oficial).

Luego, o simultáneamente, surgió la puesta en práctica de un aumento en el precio del gas domiciliario, aunque a una sola de las empresas distribuidoras, y en base a una norma suspendida en su momento.

Ahora, se le ha sumado el tema de los colegios privados y los incrementos en la nafta Premium y en “servicio de vender nafta”.

Y todo esto, sucediendo en medio de discusiones colectivas de salarios y conflictos crecientes, por el mismo tema, en el ámbito del sector público.

Desde un punto de vista estrictamente teórico, inflación es el aumento sostenido y continuo de todos los precios y no episodios aislados de un mes o de algunos productos en particular. De manera que bien podría decirse que no estamos frente a un fenómeno inflacionario, sino ante un típico reajuste de algunos precios relativos, por diferentes razones, algunas estacionales, otras por atrasos regulatorios, otras por faltantes transitorios, otros por cambios en la demanda, otros por la situación internacional.

Sin embargo, y dado que no aparecen, simultáneamente, precios “bajando” y que muchos de los precios “subiendo” tienen una importancia relevante en la canasta de consumo de la población, la sensación generalizada es que estamos ante un contexto de aumento de la tasa de inflación y no sólo del “retoque” de algunos precios o de problemas  específicos.

En medio de este clima “inflacionario”, algunos diputados oficialistas no tuvieron mejor idea que sugerir cambios en la carta orgánica del Banco Central. Lo que se busca es ampliar sus objetivos, no solo al defender el valor de la moneda y luchar contra la inflación, sino, además, tener en cuenta temas de crecimiento económico y empleo y coordinar acciones con el gobierno nacional. Para ser sinceros, la independencia y autonomía del Banco Central, no dependen de la letra de su Carta Orgánica. Depende de las circunstancias de cada momento. De la situación fiscal, de la posición de las autoridades de turno, etc. Con la actual carta orgánica pasamos la crisis inflacionaria, devaluatoria y financiera del 2001-2002. O se le prestaron reservas al Gobierno para pagar al Fondo Monetario. O se mantuvo el tipo de cambio alto y se ayudó a la espectacular recuperación de la economía, aún a expensas de un aumento de la tasa de inflación. Gran Bretaña recién tuvo un Banco Central Autónomo con la llegada de Tony Blair al poder. La mayoría de los Bancos Centrales del mundo, quizás con la única excepción del Banco Central Europeo, tienen objetivos múltiples en sus cartas orgánicas, combinando cuestiones de estabilidad monetario, con temas de crecimiento económico y empleo. Por si esto fuera poco, la ciencia económica no ha acordado, todavía, la exacta influencia de la política monetaria en el crecimiento económico, ni siquiera en la tasa de inflación. Pero avanzar con el proyecto en cuestión, justo en un momento en que, como se mencionara, el clima generalizado se vincula con temores inflacionarios, más que con el crecimiento de la economía, suena, como mínimo, inoportuno. A menos que se haya pretendido que fuera plataforma de lanzamiento o darle mayor visibilidad a algún candidato a algo. O que esté la “mano negra” de los acreedores externos tratando de llevar agua para su molino, argumentando que el Banco Central no es autónomo y que por lo tanto las reservas son del gobierno y “embargables”. O que se quieran cubrir algunos directores del Banco Central, de una eventual acusación de “mala praxis”. (Como decía Kissiger de Nixon, aún los paranoicos tienen enemigos).

Pero volviendo a la cuestión central, lo importante es superar, cuanto antes, esta sensación social, de que la tasa de inflación se está disparando.

Entiéndase bien, no parece ser el caso desde lo concreto.

Ya mencioné, en mi entrega anterior, que mientras el “ancla” fiscal alcance para pagar los intereses de la deuda y algo más y mientras el dólar siga “fijo”, la probabilidad de que la tasa de inflación se acelere es muy baja. Pero también es cierto que las expectativas importan y mucho. Y así como a finales del 2005, a introducción de los acuerdos de precios ayudó, en el corto plazo, para frenar un episodio de aceleración de inflación que venía duplicándose desde el 2003. Así, la destrucción de la credibilidad y reputación del INDEC, el hecho de que el superávit fiscal se mantenga, pero muestre permanentes caídas derivadas de aumentos de gasto muy superiores a aumentos de ingresos. Que los acuerdos salariales cerrados superen la pauta inicial y tampoco quede claro el número final. Que los conflictos salariales en el sector público se hayan generalizado. Que los controles y acuerdos, como era de esperar, hayan agotado su capacidad, en general, de contener las presiones derivadas de una  demanda que crece por encima de la oferta. (Es más, los controles, al prolongarse más allá de lo aconsejable, terminaron desalentando el aumento de la oferta y presionando aún más sobre la demanda). El hecho de que hay muchos precios claves, contenidos regulatoriamente, que habrá que modificar tarde o temprano. La natural “debilidad” de negociación de un gobierno en campaña electoral y de empresarios en pleno empleo, etc. Todo esto opera de manera negativa sobre las expectativas y puede terminar afectando la realidad, con comportamientos “preventivos” que aceleren la inflación, aún con las anclas reales funcionando.

Insisto, esto todavía no está pasando, pero el gobierno y la sociedad en su conjunto, deberían preocuparse para que no pase.

Por dos razones. La primera, porque, hasta ahora, el boom de consumo y mejora de bienestar de la población se basó en la fuerte caída de la tasa de desempleo, más que en la recuperación del salario real o las jubilaciones, Téngase en cuenta que solo los salarios privados en blanco han superado la inflación desde la salida de la convertibilidad. Tanto los salarios del sector público, como los informales, todavía están por debajo de la inflación acumulada. Lo mismo sucede con las jubilaciones que superan la mínima. Aunque aquí se agregó el subsidio por la moratoria a casi un millón de personas. Es decir, los ingresos familiares y la capacidad de gastar más, crecieron porque hay más gente en la familia trabajando, o cobrando algo del Estado, más que por aumento fuerte del salario real. Y porque esos mayores ingresos han dado acceso al crédito de consumo. Pero ahora que se está llegando al pleno empleo y que la tasa de desempleo empieza a caer más lentamente, la mejora de ingresos dependerá, cada vez más, de la evolución del salario real. Y si la inflación se acelera, le “pega a los salarios hasta que devuelvan el aumento”.

La segunda, vinculada con la primera. Es que la gran masa de votantes del Presidente y su popularidad deviene, como escribí alguna vez, de los “nuevos pobres” del 2001-2002, que volvieron a la clase media a partir del 2003-2004. Los “viejos pobres” asociados con una baja educación, salarios informales e inestables, etc. siguen tan pobres como antes de la recuperación y concentrados en sobrevivir, más que en progresar.

Pero esta clase media recuperada depende, para mantenerse allí, de sus ingresos reales, de mantener el empleo y de los subsidios a los precios de bienes clave que sostiene el superávit fiscal. De manera que si la inflación se acelera, no sólo tiene consecuencias económicas sobre el consumo y el ciclo, sino también sobre el clima político y social y la popularidad del gobierno en particular y los políticos en general.

De manera que, sea por una genuina preocupación por el bienestar de la población. Sea por necesidad de supervivencia política, el gobierno no debería subestimar los efectos que la tasa de inflación tiene sobre la calidad de vida de todos nosotros.

Lo mismo ocurre con toda una generación de dirigentes empresarios y cuadros gerenciales, “criados” en la estabilidad de los 90- Desbordados durante la explosión inflacionaria del 2002. Tranquilizados, por la calma del 2003-2005, y ahora enfrentados a un fenómeno nuevo: Inflación de dos dígitos en forma prolongada. (De paso, eso nos “devuelve” cierta ventaja competitiva a nosotros, los jóvenes de 50).

Por todo esto, el gobierno debería empezar a enviar señales más contundentes respecto de que la inflación no va a desbordar en los próximos meses no va a desbordar en los próximos meses, reforzando las “anclas” reales, tanto fiscales, como monetarias, en lugar de insistir en acuerdos y controles de precios. Y, sobre todo, mostrando una genuina preocupación por bajar la tasa de inflación, aún a costa de algo de crecimiento. En lugar de restarle importancia a la inflación y negar las preocupaciones sociales.

Hoy tiene la reelección asegurada y en forma holgada. ¿Para qué hacer peligrar la recuperación de la economía y la mejora de los ingresos de la gente, insistiendo en esquema fiscal, monetario y de ingresos, que puede traer más costos que beneficios?.

Ya en el pasado subestimamos los efectos de la inflación sobre la situación social y política. Repetir el error, una vez más, sería imperdonable.

¿Te ha parecido interesante esta noticia?    Si (2)    No(0)

+
0 comentarios