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Movimiento obrero en América Latina: adiós a las utopías

Movimiento obrero en América Latina: adiós a las utopías

martes 06 de abril de 2010, 02:24h

El movimiento obrero en América Latina dejó de ser lo que fue; es decir, ya no es un actor revolucionario en busca de nuevos horizontes de liberación, organización política y alternativas utópicas para la sociedad e inéditas propuestas de acción para la economía. La globalización y las permanentes revoluciones tecnológicas redujeron al movimiento obrero y al sindicalismo a una situación de estupor. El movimiento obrero reproduce ahora triviales prácticas políticas que únicamente buscan adaptarse a la institucionalidad democrática sin aspirar a convertirse en el alma de la sociedad civil. Los trabajadores sindicalizados deben contentarse con representar a uno más de los múltiples actores sociales que reivindican justicia social, sin sobrevalorar su consciencia transformadora, ni sus privilegios como clase social esclarecida para romper con el orden político o destruir al Estado.

Todos los esfuerzos del movimiento obrero en el siglo XXI dejaron atrás la antigua identidad de sujetos históricos; específicamente, se desecharon las posibilidades revolucionarias de los trabajadores alrededor del mundo. Hoy, éstos se encuentran sometidos a la tormenta de una constante flexibilización laboral donde ya nada tienen que hacer las posiciones ideológicas.

Por el contrario, los discursos revolucionarios fueron sepultados para siempre, ya que los obreros contemporáneos aceptan las condiciones del capitalismo postmoderno, entendido como aquel sistema económico mundial en el cual pueden negociarse las disputas políticas, salariales y sociales sobre la base de una lógica de intereses puros. Esto significa que el movimiento obrero convive ahora con pugnas entre facciones, privilegios velados y prerrogativas políticas de altos burócratas sindicales para conseguir beneficios solamente en sus países donde domina la globalización, clausurando cualquier visión del internacionalismo proletario anti-sistema. Casos típicos son Argentina (2000-2002), Brasil (1996-2009), Venezuela (1990-2000), Uruguay (2005-2009), México (1994-20009) y Chile (1990-2009).

El internacionalismo proletario pereció frente al nacimiento de una estructura de clases sociales totalmente diferente. El mismo concepto de clase social incorpora la problemática de una clase media profesional ligada al consumo de la tecnología, al actuar funcional dentro del sistema global y donde las identidades colectivas cruzan la frontera de clase para asumir otras identidades de género, étnico-indígenas, sexuales, religiosas y hasta metafísicas agigantándose la desigual distribución de autoridad. Persiste la pobreza en los países más dependientes y la imagen de una sociedad sin clases sociales es únicamente el recuerdo de viejas añoranzas filosóficas sin posibilidad de influencia real.

Lo demás: marchas y protestas para expandir la defensa de los intereses del pueblo con el fin de edificar una democracia popular, demostraron ser procesos transitorios sin resultados políticos duraderos. Actualmente, las acciones sindicales no son capaces de interpelar a los grupos estratégicos de la sociedad latinoamericana, como las clases medias, los jóvenes, comerciantes informales y movimientos indígenas, ni tampoco colocarse por encima del paradigma democrático donde resaltan las problemáticas de su institucionalización, o el desarrollo económico vinculado al capital extranjero.

A la pregunta sobre si es posible que las Centrales Sindicales en el continente sean idóneas para fortalecer sus capacidades políticas, reorganizarse y ejecutar un activismo con el propósito de reconquistar un privilegiado sitial de poder, debe responderse que, definitivamente, el movimiento obrero tendrá que contentarse con ser un museo político cargado de medallas honoríficas por sus luchas políticas durante las décadas de los años veinte hasta los setenta. Por lo demás, queda muy poco rescatable. Los trabajadores nunca más serán aquella fuerza político-sindical que caminaba victoriosa al calor de la revolución cubana y las luchas populares, imponiendo y, muchas veces, ejerciendo el poder como lo hizo la Central Obrera Boliviana (COB), entre 1952 y 1956.

La historia latinoamericana está sellada profundamente por las jornadas de intenso debate ideológico sobre la viabilidad del socialismo y por la patria potestad de la vanguardia que articule todas las demandas de la sociedad. El movimiento obrero se percibió a sí mismo como una vanguardia épica;  sin embargo, esta aspiración ahora ya no ofrece ninguna opción de futuro, pues actualmente se llegó a un punto donde sólo interesa aprovechar las oportunidades económicas de alcance medio, en función de un pragmatismo constante que debe convivir con el capitalismo como sistema-mundo, frente al cual no existen alternativas políticas ni económicas.

El movimiento obrero latinoamericano está enormemente dividido, agotado en sus proposiciones políticas y, lo que es peor, perdió su propia energía para regenerarse desde adentro, congelándose en un pasado como si se tratara de encontrar soluciones con sólo mirar los álbumes de fotografías colores sepia, o abandonarse en el silencio como el mejor lugar para no afrontar la verdad. Las declaraciones de cualquier dirigente sindical no causan ningún impacto en nuestra era de la tele-democracia. El liderazgo obrero muestra una curiosa mezcla de desconcierto y resquemores para asumir las consecuencias de su derrota histórica en esta post-modernidad.

Los trabajadores deben reorganizar sus construcciones ideológicas e insistir en la identificación de otras formas de transformación social. El movimiento obrero tendría que intentar convertirse en el escenario de perspectivas críticas del orden político imperante y proyectar una sociedad democrática hacia el futuro, contando con la participación y el aporte de varios tipos de sindicalismo.

Hoy todavía se necesitan distintas actitudes críticas, razón por la cual, el sindicalismo en América Latina junto al movimiento obrero, muy bien podrían re-imaginarse como instituciones democráticas que se involucren con el futuro; es decir, ofrecer críticas culturales, políticas e ideológicas para reorientar la democracia y sociedad hacia rumbos más humanizados y éticos junto al posible mejoramiento de las condiciones actuales, especialmente para erradicar la pobreza y la desigualdad.

 Franco Gamboa Rocabado, sociólogo político, miembro de Yale World Fellows Program, [email protected]

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